La lista de Malena Jal

Capítulo 16

Con la carpa, unas ropas viejas y solo un abrigo, partí hacia cualquier lugar. Estaba anocheciendo, ahora sí parecía una mochilera. Pasé por el lugar donde dormimos con Joshua el día anterior, la dueña estaba barriendo la vereda y me vio pasar. Una señora de unos sesenta años, muy amable y generosa. Habló conmigo. Insistió en que me quedara a pasar la noche luego de decirle que ahora viajaba sola. Aunque no quería molestarla y le dije que no podía pagar, ella me dejó quedarme sin costo.

 

La ayudé a cocinar, limpié un poco la casa y habitaciones vacías, me sentía agradecida, después me fui a dormir, exactamente en el mismo cuarto del día anterior. Sin embargo no pude descansar, me quedaban dos hojas en blanco en mi carpeta así que aproveché el espacio e hice unos poemas para la gente que tanto apoyo emocional me dio. No pude evitar ponerme un poco mucho melodramática, con frases como “son el aire y mis colores”. Cree un poema tan extenso que no pude terminarlo, las hojas no bastaron. Por lo que entendí, que la vida no nos da el suficiente espacio para cumplir todos nuestros deseos, tenemos que ser calculadores a veces, ser organizados, y ni así podemos tener todo bajo control. Por ahí de esa manera me hubiera entrado todo lo que quería plasmar en las hojas, claro que, si alguien no quiere salir del molde, si no quiere aprovechar el tiempo, es respetable y entendible, quizá en algún momento lo haga.

 

Cargué mi celular por la noche. Sabía que las probabilidades de volver a toparme con un enchufe eran pocas. Al día siguiente me fui temprano sin haber dormido, la señora me preparó una vianda deliciosa para llevar. Me dijo que sería bienvenida la próxima vez aunque no tuviera lugar en la posada, ella me haría uno.

 

No volví a ver una cama en casi dos semanas, dormía en la carpa, pero eso me gustaba mucho. Seguí mirando las estrellas, y al ver pasar la estrella fugaz sobre la luna, esperaba que alguien le de un buen uso. Estupefacta, recibía los rayos del sol en la mañana, empecé a perder el sentido de las horas, dormía cuando se me antojaba. Indiscutidamente, la batería de mi celular se terminó. Lo último que hice con él fue avisar que estaba bien y no hacía falta que me busquen si no sabían de mí en días. Lamenté no poder sacar más fotos de los lugares donde estuve, pero estaban ahora en mi memoria, esa es la razón de los viajes.

 

Muchas veces no sabía si estaba en el lugar indicado, pero seguí. Tuve la oportunidad de bañarme muchas veces, eso no fue un problema, había lagos y ríos por todos lados, claro que tuve que superar el miedo a los bichos y animales salvajes. Lo más difícil fue la comida, creo que bajé un poco de peso. Comía fruta que encontraba por ahí, a veces la gente que me alcanzaba hacia algún lado en sus automóviles me daba comida, me convidaba unos mates o gaseosa, hasta un vino ligué. Incluso vendedores ambulantes me mostraron su amabilidad dándome cosas pero no gratis, porque yo no quería. Hacía el ridículo en público y leía mis poemas muy alto para que la gente se acerque y compre. Lo lograba, me decían que era divertida.

 

Trepé árboles, caminé kilómetros, y trabajé por un día en diversos comercios independientes. Con unos mangos compré lo justo para abastecer mis necesidades básicas. Pasé días y noches en el medio de algún lugar, cualquier parte es buena si no sabes a dónde ir, dudaba de la hora, dudaba de mi paradero, hubo tres días donde no me crucé a ninguna persona. Entre los árboles, al lado de un río, acampé donde pude, algunos animales fueron de compañía, estando a mi lado, jamás me molestaron.

No obstante, ese tercer día que nombré, algo pasó. Levanté el campamento y tras caminar unos pocos metros, me encontré con la escena más espectacular del planeta. Era solidaridad y ganas de vivir en su máximo esplendor. Una perra callejera llena de sarna y extremadamente flaca estaba amamantando una gatita en sus mismas condiciones, estaban debajo de las raíces sobresalientes de un árbol. Me quedé dura por el asombro.

De repente no me importó la poca comida que tenía, quise dárselas. La perra estaba un poco a la defensiva, así que le dejé comida cerca. Pero no me fui. Al cabo de unos minutos empezó a oler y comió lo que le dejé. Hice un pocito en la tierra cerca de ella y lo llené de agua, mis últimas provisiones. Pensé que por lo menos yo tenía boca para pedir víveres, y de mí se compadecerían más rápido. Ellas dos lo necesitaban más.

 

Creí que debía seguir así que la intenté acariciar y se dejó. Estaba dándole calor a la gatita con su cuerpo. Me morí de tristeza al tener que dejarlas. Levanté mis cosas y me fui.

Pero al hacer dos pasos, escuché algo, y cuando me di la vuelta, la perra tenía a la gatita en la boca y se ve que planeaba seguirme. Me vi obligada, aunque no tanto, a ayudarlas.

 

Después de unas caricias, se dejó alzar. Y caminé con ella en mis brazos hasta el pueblo más cercano, donde llegué sin esperanzas. Un granjero me vio y corrió en mi auxilio. Era emocionante, pensé que me iban a tratar como una loca, pero no solo me dio comida y agua, sino que llamó al veterinario de sus animales quien vino a la granja tan rápido como pudo. Me dijo que los iba a atender gratis.

 

Estuve en la posada una semana, creo que vi la cara de Dios en esas personas. Me regalaron ropa artesanal que hacían y curaron a los animales que llevé.




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