Alexandra era de estatura baja y cuerpo ligeramente regordete. De piel clara y cabello castaño, usaba gafas rosas y braquets. Desordenada en su vestir y peinar…
Bueno, realmente nunca se peinaba. Le gustaba usarlo suelto y que al pasar del día el aire o lo que fuera lo moldeara a su gusto.
Estaba en esa etapa de los trece, donde ya no era una niña, pero tampoco era adolescente. Pronto entraría a los catorce, pero por el momento lo único que la mantenía en tensión era el primer día de su tercer año de secundaria; el último.
—¿Te sientes bien? —preguntó Nick, dándole una palmadita suave. Ella asintió, pero la verdad era que no se sentía segura de sí misma.
—Solo son nervios, supongo.
Ambos entraron a la escuela con lentitud. Nick y ella llegaron al primer piso, a la sección de preparatoria, donde él se quedaba.
—Anímate. —Le sonrió su primo—. Nos vemos en la tarde.
Alexandra asintió sin ánimo, y siguió subiendo las escaleras a la sección de secundaria, caminando lentamente a su salón.
Mientras caminaba por el pasillo, la sensación de siempre llenó su estómago y en su mente se reprodujo un escenario a blanco y negro. En menos de un segundo vio como un chico se dirigía a ella corriendo y la hacía caer, tumbando sobre ella un vaso de café.
La visión se fue.
Detuvo el paso de inmediato, haciéndose a un lado de la pared. No pasaron ni tres segundos cuando el chico pasó corriendo a su lado, con el vaso de café. Alexandra suspiró aliviada y volvió a caminar a su salón.
Otra vez sus sueños la habían salvado.