Al día siguiente amaneció con los ojos rojizos y ardientes, pero se levantó como si no hubiera pasado nada. No es como si pudiera evitarlo; las pesadillas la perseguían incluso despierta, pero no podía hacer nada.
Era domingo, el día de su fiesta en la granja familiar, así que intentó tomar con calma su día y relajarse.
No lo logró con facilidad, le costó mucho mantenerse alejada de las imágenes de las pesadillas, pero las distracciones con la comida y el apoyo a la decoración hicieron que su mente se relajara.
—¡Feliz cumpleaños! —Nick la tomó desprevenida y le revolvió el cabello.
—¡Deja, deja! —Ella intentó quitarlo y evitar que su cabello quedara hecho una maraña, pero fue muy tarde.
Su primo mayor, con una carcajada, se dejó caer a su lado en el césped. Ella había estado arrancando pastitos mientras, sin quererlo, pensaba en sus sueños y temblaba.
—¿Qué haces hasta acá? La fiesta está allá en la carpa, ¿o no te la has pasado bien?
—Si —dijo encogiéndose de hombros—, solo… ando cansada.
—Supongo que no has logrado dormir bien —dijo él mirándola fijo, ella siguió arrancando pastitos—. ¿Has tenido pesadillas?
Alexandra se quedó quieta, analizando lo que acababa de decir, mirando fijamente el pastito que tenía entre los dedos.
—Si... —respondió quedamente y luego lo miró desconcertada. Él desvió la mirada con una sonrisa.
—¡Le atiné! —Aunque su risa sonaba extraña, eso hizo tranquilizarla y sonreír—. Bueno, es que esas ojeras dicen mucho, ¿Por cuánto tiempo las has tenido?
—Una semana… —Un gran bostezo la hizo lagrimear. La voz de tu abuela les llamó para comer.
—Anda. —Se levantó y le ayudó a hacer lo mismo—. Deja de pensar en eso y vayamos a comer. —Ella soltó una risita llena de cansancio.
—Está bien. —Le sonrió.