Pasó un par de días dándole vueltas al asunto; al de Sandra y al de Nick; y evitó casi por completo estar cercas de Alexa.
Había una desesperación que la estaba consumiendo, pero no podía contarle nada a nadie. Sus padres no habían querido hablar con ella cuando Nick desapareció, y sus amigos no…
No tenía amigos, a decir verdad.
Estaba recostada en su cama, casi por ir a dormir, cuando aquel pensamiento inundó su mente. Acalló sus pensamientos por un momento queriendo llorar, pero la verdad es que no tener amigos no le molestaba.
Estar sola sí.
Y ahora mismo, sentía miedo, pero no por lo que Nick iba a contarle, sino por pensar que aquello los terminaría de separar. Y ella no quería eso, él era lo único que podía llamar amigo.
“Duerme”, pensó con cansancio, “todo estará bien”.
Le daba miedo dormir, pero estaba tan agotada que no dudó ni un poco.
La pesadilla de diario la volvió a molestar. Pero no era la misma.
Soñó con Nick.
Su primo y ella se encontraban en medio de un lugar, amplio y verde. Arriba las hojas de los árboles se desprendían y caían suavemente creando un efecto con los rayos del sol.
Él estaba frente a ella, sentado cercas de la orilla de una pequeña laguna. Ella comía algo que parecía ser manzana, y reía mientras Nick platicaba con ella.
Todo se veía borroso, pero Alexandra recordaba lindas sensaciones aunque no entendiera dónde estaba ni lo que él decía.
—¿Vienes? —preguntó él; ella negó con una sonrisa.
Cuando Nick se levantó para entrar al agua, Alexandra sintió una fuerte ráfaga de viento y miró hacia atrás. A lo lejos, parecía que nubes negras corrían furiosas hacia ellos. Cuando volteó, él no estaba.
—¿Nick? —preguntó apresuradamente, levantándose del pasto. Su corazón comenzó a latir rápidamente—. ¡¿Niiick?! —Miró rápidamente a todos lados, notando que el ambiente se ensombrecía; el viento sopló fuerte y frío, la luz comenzó a desaparecer.
El paisaje de pronto se perdió, dándole una sensación de estar en medio de la nada, con una luz sutil alumbrando de su cuerpo a un radio de un metro de distancia. Nada se veía alrededor; le daba miedo gritar.
—¿Nick? —Su voz temblaba.
—Prima. —Una voz masculina y grave llegó de alguna parte. Ella giró y buscó a su primo con desesperación.
De pronto, al girar, él estaba frente a ella.
Pero era él; la persona en la que lo habían convertido.
Ella dio un par de pasos atrás, mirando la figura delgada y sombría. Sus ojos se clavaban en ella sin parpadear, pero sus labios formaban una sonrisa.
—¿Tienes miedo? —Alexandra asintió despacio. Él rio—. ¿A qué le temes?
El rostro de su primo desapareció dejándola ver el suyo, igual de sombrío, como en su recurrente pesadilla. Pero fue solo un segundo, y el rostro de Nick volvió.
—¿Temes crecer? —Comenzó a caminar, muy despacio—. ¿Temes cambiar? —Y mientras hablaba, su rostro se remplazaba por fracciones de segundo por el de ella—. ¿Temes volverte más fuerte? —Por fin, llegó frente a ella, que no pudo avanzar más pues la oscuridad de la nada se lo impedía.
El rostro de su primo se quedó fijo, muy cercas del suyo.
—¿Temes de mí? —Alexandra no sabía que responder, y comenzó a llorar, temblando—. ¿O de ella? —Los ojos de su primo miraron hacia el vacío.
“No voltees”, se gritó a sí misma, “¡No mires, no mires!”.
Pero miró, con lentitud.
El monstruo en el que se convertía cada noche rugió, fuera del espejo, y se lanzó al ataque. La hizo caer de espaldas y golpear su cabeza contra el suelo. Ella solo pudo llorar mientras la bestia le desgarraba la garganta con sus afilados colmillos.
No hubo gritos esa noche, tampoco dolor corporal, pero Alexandra podía sentir algo quemándose dentro de su pecho.
Su alma estaba sufriendo.