El domingo se levantó de pronto a las seis y pico de la mañana y ya no pudo volver a dormir. Sus ojos se mantenían abiertos y su cuerpo comenzó a sentirse muy pesado, así que decidió salir de la cama.
Se lavó la cara, se cambió el pijama por un jean y una camisa fresca y luego bajo por algo de comer.
Luego de la merienda regresó a su habitación y se tumbó en la cama; entonces cayó en cuenta del día que era y lo que iba a pasar.
Los ojos se le llenaron de lágrimas mientras el corazón se aceleraba. ¿Qué le diría Nick?, ¿era algo realmente malo?, ¿estaría preparada para lo que fuera que viniera?
—Hija —los toques de su madre resonaron con fuerza y Alexandra se sobresaltó al despertar. No se había dado cuenta que entre pensamientos se había vuelto a dormir.
—Si… —su cara estaba empapada en lágrimas y jadeaba con dificultad mientras intentaba incorporarse—. Si, ya voy.
Cuando se sentó en la orilla de la cama limpió su rostro con una toalla y respiró profundamente, calmando su ritmo cardiaco. Luego de arreglarse un poco, de nuevo, bajó.
Su hermana ya no estaba; sus padres la habían llevado a desayunar a casa de sus abuelos maternos; pero sí había otras personas. Nick, su tía y sus abuelos paternos estaban en la sala, esperando a que ella llegara.
Cuando se acercó todos le saludaron. Nick se sentó junto a su madre y su abuela, mientras que su abuelo y los padres de Alexandra salían con desgano de la casa. Ella no entendía qué estaba pasando y miró a su primo con preocupación.
—Hija —dijo su abuela con una sonrisa—, cálmate, ¿sí?
Ella asintió, queriendo verse tranquila.
—Sabemos lo de tus sueños —intervino su tía, seria. Alexandra no dijo nada, pues el asombro de que lo supieran la dejó sin palabras—. Sabemos que has estado teniendo pesadillas… pero al parecer es normal.
Miró a Nick, su hijo, que le correspondió la mirada y asintió con amargura. Alexandra estaba desesperada por saber de qué hablaban, pero solo pudo apretar la mandíbula y esperar. Los ojos de Nick la encontraron, ella lucía tan asustada que él pensó que quizá se estaban equivocando, así que habló con cautela.
—Es normal, porque nos recuerdan quienes somos. —Sus ojos dejaron de verla, y se concentraron en sus manos—. En qué podemos convertirnos. —De nuevo, la miraron a ella.
Alexandra soltó un jadeo corto cuando detalló su mirada. Dentro de sus pupilas brillos rojizos comenzaban a extenderse, como un incendio dentro de sus ojos.
—Nos recuerdan qué somos.
Alexandra soltó lágrimas mientras un nudo en la garganta se le formaba; por el asombro, por la tristeza y por el horror.
“Vampiros”
—Somos vampiros.