Por alguna razón su nombre provocó un llanto amargo y nostálgico; uno que además, no podía contener. Sus lágrimas brotaron silenciosas y ella hundió la cara en el pecho de Nick sin saber bien porqué lloraba.
Sentía que lo que pasaba estaba bien; era algo que dentro de sí, encontraba correcto, como anhelado; pero le dolía, por algún motivo que no podía descubrir.
—Está bien, —dijo Nick frotando su cabello y su espalda—, respira hondo y relájate poco a poco.
Duró un rato de esa forma, preguntándose qué le pasaba tan de repente. Poco a poco recuperó el aliento y pensó que era normal; un tumulto de emociones se había juntado en su mente y su única forma de calmarlo era con un desahogo. Así que una vez sacado todo en forma de lágrimas, de irguió y sonrió a su primo, ya tranquila.
—¿Crees que puedas aguantar un poco más de información?
—No estoy segura, —respondió—, pero intentaré un poco más. Para ser sincera fue un impacto demasiado intenso.
Nick soltó una risa baja y asintió, de acuerdo con ella; a él también se le había hecho difícil entender.
—Si te digo la palabra “vampiro”, ¿qué es lo primero que piensas?
—Noche, oscuridad, colmillos, sangre…
—¿Muerte? —Ella asintió, con cautela.
—Ajo, odio al sol y la plata, peleas con hombres lobo; esas cosas.
Nick sonrió, burlón, y se acomodó en el sillón.
—Lo que el miedo humano y el arte llegan a hacer…
—¿De qué hablas?
Él se acomodó en el sillón, poniéndose cómodo; se estaba preparando para una larga charla.
—Los vampiros de la literatura y las artes son, por mucho, representaciones claras de la maldad, la lujuria y la muerte; asesinos que no pueden saciar su sed de sangre virgen, inmunes a la muerte natural, pero que repudian al sol, la plata y el ajo porque son sus debilidades. Colmillos letales, largos y afilados, uñas como garras, ojos rojos con poderes hipnóticos, ojeras, piel pálida y una velocidad impresionante. —Con un suspiro largo Nick dio paso al silencio por un momento—. En su mayoría, todo es falso. O lo era hasta que el humano comenzó a convertirnos en eso a la fuerza.
—¿Cómo que a la fuerza?
—¿Recuerdas lo que te dije, acerca de que el humano asesinó a cuantos pudo? —Alexandra asintió—. Bueno, los vampiros defendieron cuanto pudieron, con el solo objetivo de dejar vivir a sus compañeros, pero el mundo comenzó a verlos de una forma escalofriante, y obviamente los vampiros de la época se dieron cuenta. Fue cuando comenzó la edad oscura, la caza de brujas y seres de la noche dio pauta a los vampiros de volver a defender… pero las cosas se salieron de control.
—¿Qué pasó?
—Que eran pocos; los vampiros escaseaban, tanto, que para poder defender a los pueblos tuvieron que… convertirse en esas cosas.
Ella no pudo evitar recordar las pesadillas que la habían estado atormentando los últimos días. Un escalofrío recorrió toda su espalda, hasta llegar a sus hombros, donde un estremecimiento suave la hizo temblar. La bestia del espejo era como esas cosas.
—Yo también comencé a tener pesadillas, —irrumpió Nick—, pero las mías no eran visuales. Yo, podía escucharla. A la bestia.
—¿Escucharla? ¿Cómo si te hablara al oído?
—Así. Tiene que ver con mi habilidad, de la misma manera tus sueños tienen que ver con la tuya.
—¿Te refieres a esa cosa que hiciste en mi cabeza?
Nick rió, pero luego esa risa se volvió incómoda.
—Si. Luego comencé a volverme loco.