La Llegada

Capitulo cuatro

Procuro no volver a botar el huevo.

Como todas las mañanas, preparo el desayuno a la hora del desayuno, justo antes de tomar mis cosas para ir a la universidad. Pero está vez, a pesar de ser la hora del desayuno me parece extraño e irreal, inestable y turbulento. En mi mente aún estoy en la noche anterior, pensando en mí muerte.

Golpeo el huevo en la orilla de un cuenco, su cáscara se fractura y es momento de vaciar su contenido. Se cae sobre la encimera, y me mira con su viscoso ojo amarillo.

Anderson se acerca silenciosamente, me abraza por la espalda rodeando mi cintura y me besa la mejilla.

—¿Qué tienes? —me pregunta mientras me aparta del área de cocina al área de comer, que es técnicamente el mismo sitio.

No tengo el valor de hablarle con la verdad.

—Después de enterarme de que han llegado por nosotros debo estar de lo más tranquila ¿acaso? —pregunto con sorna mientras me sirvo café. Anderson vierte los huevos en la sartén y se vuelve a mí.

—Creí haberte dicho que no pensarás en eso, debes de concentrarte en mejorar tus habilidades, lo demás está en segundo —me dice revisando la torta de huevo. Su tranquilidad al respecto no me ayuda, al contrario, me asusta.

Doy otro sorbo. No digo nada, no puedo estar tranquila, ni pensar con normalidad. No puedo tampoco asegurar que voy a mejorar, en todo caso podría acelerar nuestra cacería con mis múltiples intentos fallidos. Mi entrenamiento conllevaría el riesgo de ser delatados, provocar algo que llame la atención y conduzcan a eventos “anormales”. Es lo último que quiero, aunque mi hermano tiene razón, preocuparme no solucionará nada, entrenarme sí.

La hoja del cuchillo sobre la mesa resplandece con la luz de la mañana, luciendo perturbador. Esperé mi muerte por más de treinta minutos, inerte en la puerta con los ojos cerrados, y permanecí de ese modo por más tiempo, sin embargo nunca pasó nada.

—¡¿Anyi?! —El grito de mi hermano me hace dar un brinco.

—¡Oh! ¿Qué?

—¿Qué diablos te pasa? —pregunta frunciendo el entrecejo.

—Nada, estoy bien —digo. Frente a mí se encuentra mi desayuno servido, eso me hace reaccionar de lo desconectada que estoy al no percatarme del momento en el que me lo ofreció.

—Te he estado hablando —explica—. Pareces… ausente —dice agitando una de sus manos frente a mí rostro.

—Deja —pido deteniendo su mano—. Solo no dormí bien ¿De acuerdo?

Ladea los labios no muy convencido, pero asiente.

—¿Y qué tal tu visita nocturna? —pregunto llevándome la comida a la boca. Anderson pone mala cara.

—Tiene novio —dice frío y distante. Trato de hacerme a la idea de cuan doloroso pudo haber sido para él, aunque no tengo ningún recuerdo emocional doloroso para comparar, lo clasifico como algo no grato.

—¡Ouch! Eso es un golpe bajo.

—De hecho no. Se sintió acá —dice tocándose el estómago, o más bien el núcleo—. Como si el ratoncillo me hubiese golpeado. —Lo miro sin entender ha que “ratoncillo” se ha referido.

—¿Desde cuándo hablamos de animales? —le pregunto.

—¿Eh?

—El ratoncillo del que hablas, ¿Desde cuándo ha entrado?

De sus labios se escapa una risita. Cuando hace eso, cuando ríe o tan solo sonríe, se ve precioso; se ve alegre, se ve vivo, pero sobre todo, se ve humano. Cada que yo sonrío, lo hago por dos motivos:

1) Por burla.

2) Por ironía.

Ninguna de las dos es especialmente buena, y ninguna de las dos me hace parecer humana, solo alguien insoportable, alguien que quieres mantener lejos y fuera de tu vida. Los humanos no quieren eso.

Anderson ha reído por gracia, y aún así no llega a resultar desagradable.

Y si algún día tengo lo que quiero, reiré por felicidad. Solo espero saber qué es lo que quiero.

—El chico, tenía aspecto de ratón —responde mi hermano a mi pregunta—. Orejas un poco grandes, ojos negros y grandes, pelillo parado y brilloso, piel algo… colorada.

Conforme me va describiendo al chico me imagino su aspecto, lo cual me parece… curioso y tierno.

Anderson en cambio tiene el cabello lacio y negro, —al igual que el mío—, este le cae sobre la frente y roza sus negras y bonitas cejas. Además de eso es alto y delgado, otra cualidad que compartimos. Ojos brillantes y negros, eso también lo compartimos. Y sobre todo, una pálida piel que no coge color ni poniéndonos directo al sol, otra cualidad que compartimos.

Anderson se ve…

Lo miro tratando de encontrar la manera correcta en la que podría explicar su aspecto con una sola palabra.

Y al fin la encuentro. Anderson se ve corriente.

—No pareces muy afectado —comento volviendo al tema de Paola y su novio el ratón.

—Al menos ella puede estar con quien quiere, eso basta para mí.

Su explicación por poco me deja el huevo atorado en la garganta. Ni siquiera yo misma logro entender el porqué de mi aturdimiento. Podría ser lo humano que es ese sentimiento. O podría ser lo feo y triste que se escucha hablar a alguien de esa manera.

Como sin decirle nada, no soy experta en ese tema y ni me gustaría serlo. Tomo el control y enciendo el televisor que está arriba del estante con tazas, ver la televisión no es específicamente nuestro pasatiempo pero cualquier cosa ayuda para distraer la mente, en especial la de un joven dolido. De inmediato aparece la bella mujer en el foro; su voz muy bonita informa lo acontecido de las últimas horas.

Un vídeo está circulando todas las redes sociales, muchos aseguran que se trata de una nave espacial.

Anderson y yo dejamos de comer para mirar atentamente la pantalla.

Los cibernautas están investigando para evaluar si se trata o no, de uno de dichos fenómenos.

Y en la pantalla aparece la imagen, o más bien el vídeo. A la distancia se ve algo moverse, pero no tiene específicamente diseño de nave.

—Eso se ve como avión —digo.

—O como un pájaro —dice 308. Se me escapa una risa.




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