La Loca Esa (novela Cristiana)

25. Recibir ayuda.

"Bendito el varón que confía en Jehová, y cuya confianza es Jehová. Porque será como el árbol plantado junto a las aguas, que junto a la corriente echará sus raíces, y no verá cuando viene el calor, sino que su hoja estará verde; y en el año de sequía no se fatigará, ni dejará de dar fruto."

Jeremías 17:7-8

Mitchell terminó de amarrar las agujetas de sus zapatos, sacudió un poco su cabello y se miró al espejo y suspiro

Mitchell terminó de amarrar las agujetas de sus zapatos, sacudió un poco su cabello y se miró al espejo y resoplo. Hoy era el primer día, su primer día de terapia.

¿Estaba nervioso?, sí.

¿Quería quedarse a dormir?, también.

¿Debía hacerlo? Obvio.

Mitchell acomodó mejor su chaqueta y observó su reflejo en el espejo, secretamente se preguntaba ¿Cómo termino asi? ¿Por qué? 

Mitchell había tenido la clásica infancia del sur: campamentos de verano, clases de karate, rodillas raspadas, saltar en charcos de lodo y todo lo que ser niño conlleva; sus padres eran la clásica pareja de la ama de casa y el hombre de la oficina. Ahora, como adulto joven, Mitchell se daba cuenta de lo perjudicial que era esa forma de vida; prácticamente nunca veía a su padre, la mayor interacción que tenían era en la cena, cuando él le acariciaba la cabeza y le decía "¿Que tal campeón? ¿Cómo te fue en la escuela hoy, campeón? ¿Qué me cuentas, campeón?" Mitchell dudaba que su padre realmente lo escuchara, solo se sentaba en el sofá de la sala, frente al televisor, leyendo el periódico de las mañanas, esperando a que su esposa le llevara una taza de café, usualmente después de eso lo único que decía era "¡Oh! ¿Enserió? Increíble...Ajá" Por eso, un día, cuando su padre llegó del trabajo y se sentó en su trono de tela, leyendo el periódico y escuchando el sonido de la televisión de fondo, Mitchell se sentó frente a él, como hacía todas las noches y empezó a contarle su día.

— Hoy tuvimos clase de educación física, papá.

El hombre levantó sus frondosas cejas a través de sus lentes de tapa de botella, pero sin levantar la vista de su periódico.

— ¿Enserio? Increíble.

— Después de clases salí a jugar con el vecino, Daken Schilling, el de la casa grande y blanca, la que parece una mansión, ¿Lo recuerdas? — nuevamente, el hombre solo levanto sus frondosas cejas en un gesto de que su hijo siguiera hablando.

— Ajá.

Mitchell se levantó decepcionado, dando por concluida su investigación, su madre le había prohibido acercarse a los Schillings y sus hijos, en especial porque la madre era poliamorosa, por consecuencia alguien muy criticada en la comunidad, por lo tanto a Mitchell al igual que los demás niños del vecindario les prohibieron acercarse a su casa, mucho menos a sus hijos. El solo hecho que su padre no reaccionará gritando y con el rostro rojo como tomate al Mitchell decir que se había relacionado con un niño Schilling significaba que realmente no lo estaban escuchando, pero por querer probar su punto Mitchell nuevamente se sentó en el suelo y miro fijamente a su padre.

— Dijo que fuéramos a jugar a las vías del tren.

— Excelente.

Mitchell frunció el ceño empezando a enojarse, ¡Cualquiera sabía que jugar en las vías del tren era peligroso! Pero su padre ni lo escuchaba.
Aquella ciudad tenía una estación de cruce de trenes. Las antiguas y enormes locomotoras a vapor permanecían exhibidas en los museos de las grandes ciudades, lo que se usaba en la actualidad eran trenes electromagnéticos que permanecían estáticos en las vías, suspendidos en el aire, hasta que eran accionados y descendían hasta quedar a 1 centímetro sobre las vías. Pero todavía había algunos de los trenes del viejo mundo que funcionaban, principalmente trenes de carga, las máquinas arrastraban automóviles fuera de funcionamiento o demasiado viejos, también trasladaban materiales mineros y algunas refacciones de los trenes electromagnéticos. A los niños de la ciudad les fascinaba subirse a los puentes y observar desde lo alto las cargas que llevaban esos vejestorios del viejo mundo. En cambio, a las madres de la ciudad no les gustaba en lo más mínimo, consideraban que esos trenes deberían estar en un museo, no todavía en funcionamiento, además del humo que soltaban, muchas veces las mujeres de la ciudad se reunían con pancartas sobre el cambio climático y como esos viejos, y sucios trenes evitaban que el planeta se regenerará por completo, países como Varela, Artismía, Rilindja y Irmanía habían prohibido el uso de combustibles fósiles, usando únicamente métodos alternativos y ecológicos, la mayoría de las pancartas acusaban al gobierno de no cumplir por completo sus mandatos, ya que aún habían maquinas contaminantes en funcionamiento, pero al ser tan pocas los expertos decían que no presentaba un peligro REAL al medio ambiente.

— Nos subimos a uno de los trenes, papá, ese, el tren rojo que echa mucho humo negro, ese el que mamá dice que es muy ruidoso. Daken dijo que si saltábamos seriamos inmortales...— Mitchell no pudo continuar porque el grito de su madre desde la cocina lo interrumpió.

— ¿Qué hiciste qué? — la madre de Mitchell llegó desde la cocina, aun con el cucharón de madera en la mano y una expresión de furia —. ¿Has oído lo que ha dicho tu hijo? 

Dicen que todo hombre que se respeta le tiene miedo a su esposa y el padre de Mitchell no era la excepción, de repente ya no estaba tan concentrado leyendo el diario, al contrario, miraba a Mitchell con los ojos muy abiertos, como si buscara algún letrero que le dijera lo que había hecho su hijo. Ese día Mitchell se fue a la cama sin cenar, pero al menos ya no perdió su tiempo hablando con alguien que no lo escuchaba.
Con el tiempo empezó a distanciarse también de su madre, odiaba lo estricta que era, pero si había algo que odiara más era el comportamiento de los nuevos amigos de su madre, un grupo de hippies de una extraña secta, Un Mundo Libre, se llamaba, pronto cualquier cuadro de la casa fue reemplazado por dibujos religiosos de un dragón hecho de estrellas, un sol con un enorme ojo y una mujer recostada en la luna. Al principio a Mitchell no le importo mucho eso, siempre y cuando su madre no se metiera en sus asuntos, y pudiera ir de fiesta cuando quisiera su madre podía volverse sacerdotisa si quería. El verdadero problema fue cuando su padre perdió su trabajo, cortesía del temido "recorte de personal", un mal laboral que había sobrevivido desde el viejo mundo, pronto los miembros de la secta se ofrecieron en ayudarles con dinero y a buscar trabajo, por un tiempo Mitchell creyó que eran buenas personas, que los había juzgado mal solo por sus creencias, esa idea se reafirmó cuando un día al despertar, tanto hombres como mujeres de la secta los esperaban a las afueras de la casa, todos sujetándose de la mano y cantando, uno de ellos se acercó a la familia con unos papeles en mano: les habían comprado una casa a su nombre; no hace falta decir que estaban muy contentos; ni siquiera tuvieron que empacar las maletas, porque ellos les habían amueblado la casa por completo y les compraron ropa nueva, no necesitaban nada; Mitchell quiso volver y tomar su guitarra, pero literalmente su padre lo arrastró hasta el auto, donde los llevarían a su nuevo "hogar", lo único que Mitchell pudo salvar de su vieja vida antes de la secta fue una chaqueta de cuero que obtuvo en un concierto, pronto las cosas se volvieron más extrañas, sus padres se levantaban en la madrugada a rezar y cantar, a veces desaparecían días enteros sin decirle nada a Mitchell, a veces incluso meses, cuando él intentaba hablar con ellos solo le sonreían o le decían que esperara a iniciar su proceso de "purificación" para que asi pudieran volver a considerarlo su hijo.




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