" El que anda con sabios, sabio será; mas el que se junta con necios será quebrantado."
Proverbios 13:20
— ¿Necesitas ayuda?
Haza asintió, aunque luego, pensandolo mejor no, no quería ayuda, solo quería correr, correr y correr hasta no poder respirar más.
Siguiendo sus deseos Haza se puso de pie y empezó a correr nuevamente. Sus pies a penas si tocaban el suelo, era como si volara, el viento chocando en su cabello y llevándose sus lágrimas, sus ojos apenas si se podían mantener abiertos, pero eso no importaba, lo que importaba ahora era que no deseaba pensar, no quería sentir, ni siquiera existir.
Haza siguió corriendo incluso cuando un auto giró hacía su dirección, no se detuvo ni por los gritos o insultos del conductor, ordenandole que se quitara del camino, ella siguió corriendo rítmicamente, con sus tobillos en modo automático y sus piernas como los engranajes de un reloj, moviéndose sin detenerse. Hacía mucho que Haza no corría tan rápido, no...desde La Noche De Las Pañoletas Rojas, como se bautizó el día de la masacre y de un momento a otro estaba allí: tomada de la mano de sus hermanos, corriendo como si no hubiera un mañana, agachándose en varias ocasiones, cuando sentían que una bala estaba por rozarlos o golpearlos, recordaba que esa noche el cielo parecía más oscuro de lo normal, también recordaba los gritos y sollozos de los demás niños que también corrían a su alrededor, recordaba haber visto a una maestra de infantes llevando a varios niños en sus brazos y corriendo, solo corriendo, ella no dejaba de sollozar y susurrar "Vamos a estar bien, vamos a estar bien", con los niños en brazos, pero tan solo unos segundos después una bala atravesó su frente, haciéndola caer con los niños en brazos, tres balas más acabaron con la vida de los pequeños, entre ellos Celia, la pequeña de tan solo seis años.
— Dios, Dios, Dios, ¿Por qué Dios? ¿Por qué permites que esto pase? ¿Por qué las pruebas no terminan?
Haza giro por la carretera, sin saber muy bien a donde se dirigía, solo quería alejarse un rato, respirar y...no sabía qué más iba a pasar. En un punto su carrera Haza no pudo evitar reírse, había pasado toda su vida jurando y perjurando que ella sería inteligente, que no se dejaría engañar y controlar por las hormonas. Había dos cosas que Haza se juró asi misma que nunca sucederían: un embarazo adolescente y dejarse manipular por un hombre; y la última ya había sucedido. Sus pulmones ardían y su garganta era áspera, y seca, ni siquiera podía pasar saliva ya que tenía la boca por completo seca, al seguir corriendo se dío cuenta que había llegado al muelle del río y con desesperación dio un último salto antes de caer en el borde del muelle, y grito, grito con todas sus fuerzas, tanto que su rostro se volvió rojo, Haza grito y grito hasta que la voz perdió, grito por no entender porque Dios la probaba de esa manera, por no comprender lo que debía hacer o cómo sentirse, grito porque...ya no podía más, Haza sentía que iba a perder aquella lucha, que no iba a lograr superarla y sin más se dejó caer al suelo de madera del muelle.
— Dios dame paz — murmuró ella en el suelo, viendo el cielo nublado sobre su cabeza.
De pequeña Haza solía amar los días lluviosos, le encantaba acurrucarse junto a Aidan, leyendo algún libro o viendo alguna película. Uno de sus mejores recuerdos de la infancia era estar viendo la película "The Invasion" de Nicole Kidman, durante la película Aidan, Katharina y Haza se asustaron muchísimo, en ese entonces eran muy pequeños para discernir la realidad de la ficción, por eso, presos del pánico que algo malo pudiera pasar, tomaron comida, algunos libros, películas, ropa y algunos juguetes, y se escondieron en el ático, claro que salieron unos minutos para secuestrar al cachorro del vecino y "salvarlo" de la invasión. Evangeline y Owen tuvieron que pasar una hora afuera del ático intentando convencerlos de salir y devolverle el perro al vecino.
— Ojalá la vida fuera tan fácil como en aquel entonces — se lamentó Haza.
— ¿Estas bien? — Haza estaba cansada y lo único que deseaba hacer era dormir, pero sabía que no podía hacerlo en un muelle y más con un desconocido allí.
— Sí, lo estoy — mintió Haza, poniéndose de pie —. Oh, hola Kevin — saludo Haza, Kevin permanecía inmóvil sobre su bicicleta, mirando consternado a Haza, el rostro de la chica era de todo menos de estar bien.
— ¿A dónde vas?
— A casa.
— ¿Quieres que te acompañe?
— No, estoy bien, gracias.
Aun así Kevin empezó a pedalear su bicicleta al lado de Haza.
— No te ofendas, pequeña, pero realmente te ves mal.
Haza sonrío con amargura.
— Entonces me veo tan mal como me siento.
— ¿Qué te sucedió? Realmente te ves mal, nunca había visto a alguien tan destrozada — Haza sonrío internamente, si tan solo Kevin la hubiera visto cuando La Noche De Las Pañoletas Rojas se habría desmayado.
— Gracias por decirme que me veo fea, ahora me siento mucho mejor — Kevin freno su bicicleta frente a ella.