"Los hechos que se narrarán a continuación sucedieron cuarenta y ocho (48) horas antes (aprox.) en un universo enajenado a la comprensión humana, pero aferrado a la aceptación mediante fe, o desgracia."
—Servil... servil... servil—una leve voz del más allá a parecía estar llamándome.
—¿Qui- quién eres?—repliqué asustado. El miedo a lo desconocido se había hecho presente en aquel lugar que estaba totalmente en blanco.
—¿Tú eres el juguete de mi hermano?— me preguntó curiosamente la voz que llenaba la nada misma, no dejando espacio al vacío dado el eco que producía.
—¡Yo no soy el juguete de nadie!— exclamé para dentro mío, no sabía porque, pero sentía miedo o respeto por aquella voz.
—Mi hermano otra vez se está divirtiendo con los mortales de aquel lugar—dijo como recriminándomelo.
—Quiero verte ¿dónde estás? — pregunté seguro de que, por alguna extraña razón, ya no corría peligro.
Entonces un resplandor se comenzó a acercar a mí, el brillo era tan intenso que no podía ver nada. Me cubrí los ojos con las manos y entonces pregunté —¿quién eres?
—Soy Amaterasu, hermana de Tsukuyomi. Soy el sol que ilumina hasta la mismísima luna, soy quien da vida a las plantas y aleja el mortal invierno que azota al fatigado.
—Hermana del dios de la luna, la diosa del sol... - reflexioné en voz alta.
—Servil, ayúdame a destruir a Tsukuyomi—me dijo, casi dándome una orden.
—¿Por qué habría de hacer tal cosa? yo, ya estoy muerto...
—Aun no lo estás , tú , solo estas preso ¿o acaso no te has comunicado con los "vivos"? Mitsuki...
—Si lo he hecho, pero tu hermano lo ha notado y ahora estoy privado totalmente de mi libertad... o eso creo.
De repente, el destello de luz se apagó y logré distinguir una figura humana, femenina y sensual.
—Puedo devolverte la libertad- murmuró en mi oído
—¿Qué clase de libertad?— cuestioné en voz baja sin razón alguna más que la desconfianza que nos hace humanos a todos cuando nos encontramos ante lo extraño y desconocido...
—Absoluta, libertad...
—¿Podría volver a Falktown?
—Podrías viajar al mundo entero si quisieras...- continúo susurrando.
—Solo quiero volver al pueblo.
—Ayúdame y podrás hacerlo- aquí sus palabras hicieron eco en todo el lugar.
—¿Como haré tal cosa?
—Precisaré en primer lugar, contarte una historia...
—¿Una historia? - interrumpí- ¿para qué quiero escuchar un cuento?—solo creía estar perdiendo mi tiempo. El entusiasmo de saber que podría llegar a ser libre me hizo perder el foco en las cosas que realmente deberían importarme.
—¿Quieres ser libre o no?
—Comienza, por favor- Me senté sobre el suelo, aunque en ningún momento me sentí realmente estático, debido a la liviandad que me transmitía la sensación de estar levitando.
—Hace mucho tiempo atrás, cuando recién comenzábamos a habitar el Takamagahara...
—Espera... ¿el qué?
—Este lugar, esta dimensión, desde la cual no se puede interactuar físicamente con los humanos. Mas todo lo que imagines aquí, se hará realidad. Siempre y cuando, lo desees de verdad.
—¿Me estás diciendo que este es una especie de lugar mágico?
—Llámalo como quieras. Pero prueba de todo eso, es que hayas podido viajar con tu mente hacia aquel plano. Aquello fue fruto del deseo y la imaginación.
—¿Entonces, puedo o no interactuar con los humanos?
—Terminemos con este asunto. Quien ha interactuado, o conectado, si se quiere, con los humanos fue tu conciencia. No puedes regresar, porque aquí te tienen cautivo. Tsukuyomi, fue quien te puso aquí simulando tu muerte durante aquella tormenta que resquebrajó la tierra, arrojándote finalmente al mar. Bueno, el resto es historia. Ahora estas aquí hablando conmigo. En conclusión, si lo deseas y lo proyectas en tu mente, puedes conectar con el plano de Falktown, mas no serás capaz de viajar allí siquiera la mínima unidad de tiempo. Y eso es lo que aprovecharemos.
—¿Eso? - pregunte desconcertado...
—Si, eso- aseveró.
—¿Y la historia?
—Ya me había olvidado de la historia, por causa de tus preguntas.
—Lo siento- dije tras tragar saliva cohibido sin aparente motivo alguno.
—No lo sientas, solo haz silencio- me ordenó y luego me clavó una mirada de esas que hacen sentir a uno poca cosa—muy bien, aprovecharemos el poder que Takagamahara le otorga a la imaginación, para apreciar mejor lo que aconteció a lo largo del tiempo....
En ese momento una especia de nuble blanca nos envolvió, como una neblina que de tan espesa que era, podía ser palpable. Allí, en la blancura comenzó a tomar forma la ilusión.