El viento nevado sopla a través de las montañas, deslizándose por los misteriosos prados ocultos al cobijo de la luna. Entre ellos, escondida en su interior tras innumerables ríos y senderos, se erige una misteriosa ciudad.
¡La Ciudad de Opadmé, fuente única de una belleza inexpugnable! Sus edificios coloridos se levantan sobre calles empedradas y lagos de cristal impoluto. Desde la distancia, incontables linternas de papel emiten una luz breve en la oscuridad, viéndose a un centenar de kilómetros, en un millar de colores distintos.
Era una noche de festejo. Todo el pueblo celebraba en las calles el Alineamiento de la Constelación Dragón que, según su tradición, prometía buena suerte y el descanso de los espíritus inquietos. Gente de todas las edades cantaban y bebían exultantes, esperando en el fondo de sus corazones que se cumpliera su bendición.
Pero lejos de las ajetreadas calles, en una diminuta casa de la intersección sur, un joven llamado Prajnā yacía en su cama, presa de un sueño encantado.
El enigmático brillo de la Luna se condensaba en numerosos hilos plateados, que flotaban apaciblemente sobre su cama. Era el indescifrable tejido del karma, que ata y une todas las cosas por medio del irreprochable destino.
Las hebras de plata se acercaron lentamente, conectándose con su cuerpo. Primero se unieron a sus dedos, luego se extendieron a los brazos, las piernas, la cabeza y finalmente... su corazón.
Durante ese instante, el corazón de Prajnā dejó de latir. Los hilos kármicos formaron 108 nudos y se fundieron con sus siete chakras. El mundo entero se redujo a ese fugaz momento.
Entonces, un latido sacudió todo su cuerpo. Prajnā abrió los ojos, recobrando la consciencia del mundo. Con el cielo por testigo, abrió la boca y respiró por primera vez, llenando sus pulmones con el primer aliento de una nueva vida.
«Yo estoy... ¿vivo?» El primer pensamiento brotó de su mente. Lentamente, alzó la cabeza miró a su alrededor, sintiéndose confundido. — Creo que conozco este lugar.
Prajnā apartó las sábanas y se levantó con cuidado. «¿Podría ser... mi vieja habitación?» Reflexionó, fijándose en todo. La habitación era pequeña y simple, con muebles polvorientos y una puerta chirriante. No era bonita, pero dejó una huella indeleble en su juventud.
Todo coincidía con sus antiguos recuerdos. Prajnā se sintió nostálgico. Se acercó a su mesilla y ojeó los pergaminos desordenados. Casualmente, sus ojos pasaron por un pequeño espejo. El cristal estaba algo sucio, pero el reflejo era nítido. Al mirarlo, todo su cuerpo se paralizó.
— ¡Imposible! — Exclamó con una mueca de asombro.
Quien se reflejaba en el espejo era un chico atractivo de 16 años. Su cabello, fino y oscuro, caía en cascada por su rostro, contrastando con su tez pálida y unos ojos asombrosos, de profundo dorado, como el reflejo desdibujado del sol sobre la superficie del agua.
«He rejuvenecido» Prajnā se acercó aún más al espejo. Cuidadosamente, se tocó el rostro con la punta de los dedos. «Ya no tengo marcas de ninguna maldición. Incluso mis viejas cicatrices han desaparecido.»
— Ella... ¿qué ha hecho? — Murmuró. Su mente estaba llena de sospechas.
Desde el exterior llegaba el lejano retumbar de los tambores, el sonido entrelazado de las flautas de viento hueco. Buscando entender la situación, Prajnā se acercó a ventana.
Entonces descubrió con asombro los asombrosos colores del Alineamiento del Dragón. La risa de la gente llenaba el aire de calidez. Las lámparas de papel flotaban a placer del viento, sobrevolando las calles y los tejados. Era... ¡La ciudad de Opadmé!
Pero aquello no podía ser real. Él mismo vio toda la ciudad reducida hasta sus propias cenizas. Todas las personas de su vida habían muerto. Sólo Prajnā había sido el único superviviente de la tragedia que los asoló.
Entonces, lo entendió todo.
«La luna me ha devuelto al pasado.» Se sintió como un barco a la deriva, perdido en el mar. «Toda mi vida... se ha convertido en un sueño de una sola noche.»
En su vida pasada, Prajnā pasó cientos de años llevado por la venganza y la aprensión. Se forjó un nombre de leyenda, manchado de sangre y gloria. Viajó más allá de los mundos conocidos. Llegó a ver millares de guerras y obtuvo conocimientos que exceden a los mayores sabios. Docenas de reyes y emperadores se habían arrodillado a sus pies, rogando por su ayuda. Había derrotado ejércitos enteros y caminado por senderos que nadie más osaría.
Pero al final de su existencia, fue presa de un ataque mortal a manos de un enemigo sin nombre. Toda su gloria, todo lo que había hecho... se redujo a la nada. Y mientras se desangraba silenciosamente sobre la nieve, sólo lamentó que no quedara nadie para recordarlo, o siquiera llorar por él.