La luz de la venganza

33.- El amor no daña a las personas

Aurora

Los seres humanos guardamos secretos dentro de nosotros, ya sean de cosas que nos hicieron sentir avergonzados o cosas realmente malas que nunca quisiéramos que salieran a la luz.

Pero ningún secreto puede quedar escondido para siempre.

En ocasiones cometemos el error de confiarle aquel secreto que llevamos en el alma a otra persona porque ya no podemos con la carga que conlleva guardarlo. ¿Pero es seguro confiar en una persona con los ojos vendados?

La respuesta el tiempo nos la da y también depende de la persona en la que confiemos, aunque algunos pueden guardar nuestro secreto, otros lo usarán en nuestra contra con tal de salvar su vida y nunca sufrir una sola herida.

Mientras que los otros tendrán que arder en el infierno que ellos mismos crearon y del que nunca podrán ser salvados, solo aprenderán a vivir con aquella herida en sus corazones y almas.

Detrás de aquella puerta se encontraba Sebastián, sentado en una silla de madera con todas sus extremidades amarradas, el rostro y gran parte de su cuerpo estaba golpeado por mis hombres a causa de mis órdenes.

Quería de alguna manera desatar el enojo que se estaba instalando en todo mi cuerpo.

Me quedé de pie frente a él, estaba reteniendo las lágrimas que querían salir a causa de su traición, pero no lo haría.

Jamás lloraría por Sebastián.

Tome asiento en la silla frente a él y cuando recorrí la silla abrió los ojos para tenerme en su campo de visión.

Un ojo lo tenía hinchado y morado por lo cual casi no lo pudo abrir, una mueca de dolor se instaló en su rostro cuando trato de zafarse de las cuerdas.

–Dime que no es cierto que tú eres el infiltrado y te creeré por muy estúpida que me vea– mi voz salió en un hilo.

No quería aceptar que Sebastián, el amargado que había estado a mi lado durante estos seis años me había traicionado y que en realidad nunca estuvo de mi lado, sino del enemigo y en varias ocasiones me hizo daño.

Bajo la cabeza y asintió varias veces, algunas lágrimas suyas cayeron al suelo.

–Aurora yo...– titubeo al hablar– yo soy el infiltrado entre tú gente.

Le di una abofetada que le hizo girar el rostro, la marca de mi mano se quedó marcada en su piel pálida.

Quería seguir golpeándolo hasta que me cansará, hasta sacar de mi cuerpo todo el enojo que llevaba conmigo, maldecirlo hasta que mi garganta se quedará seca y las palabras ya no brotaran.

–¿Por qué?– mi voz se entrecorto– si sabías perfectamente de todo, ¿por qué nunca me dijiste la verdad? ¿Por qué nunca decirme que tú sabías que Ethan siempre estuvo detrás de todo?

–¿Cómo sabes su nombre?¿Quién te lo dijo?– elevó la mirada con tanta rapidez que un escalofrío me recorrió la espalda– debes de irte de Toronto, él vendrá por ti y te matara– sus palabras salían rápidas, algunas ni siquiera tenían coherencia.

–Ya sabes la repuesta sobre irme, dime dónde está Ethan.

–No te lo diré, él podría matarte y yo...– dejo la frase en el aire.

–¡Deja el puto amor que dices tenerme y dime la jodida verdad!– me puse de pie cerrando las manos en puños– ¡Nunca has estado enamorado de mi, solo has estado fingiendo para tenerme en la palma de tu mano!¡Pero adivina qué! No lo conseguiste, porque yo no te amo, nunca te ame y nunca jamás te amare.

Debía de calmarme, respirar con normalidad y tratar de que el enojo no dominara en mis palabras y acciones.

–¡Yo siempre fui sincero contigo! Siempre te he amado incluso más que ese gilipollas de Luca que te dejo y estuvo apunto de casarse con otra mujer. Desde el primer momento en que te vi supe que me había jodido porque nunca más pude estar lejos de ti– su iris se había oscurecido.

–¿Por qué me traicionaste?

–Ethan no quería que descubrierás la verdad, era mi trabajo hacerte volver a Italia, tenía que provocarte miedo y por eso le di el lugar y hora en que aterrizaria tu jet, le di la dirección de la mansión y para desaparecer a las personas que tendrían varias respuestas para ti le di la dirección del lugar donde tenías a Olivia y Andrew.

–Eres un gilipollas– los ojos me ardían de todas las lágrimas que estaba reteniendo– escucha muy bien esto que solo te lo diré una última vez– me acerque a su rostro dejándolo a centímetros del mío y con la voz más fría le hable– no volveré a Italia, mataré a Ethan así como mi padre mato a James, y solo en ese momento es que me iré, pero para ese entonces tú ya estarás muerto, ¿entendiste?

No dijo nada, solo se limito a mirarme a los ojos y poner su expresión neutra, como si nada a su alrededor le importará.

Me separé de él, pero cuando estaba apunto de salir de la habitación su voz hizo que me detuviera.

–Te amare con toda mi alma, porque has sido lo único verdadero que he tenido en mi vida.

–El amor no daña a las personas– cerré la puerta detrás de mi.

Steven estaba recargado en una de las paredes, con los brazos cruzados y una expresión seria.

–¿Necesitas un trago?– negué bajando la mirada.

–Necesito ir a verla– solté un suspiro.

___

En la vida siempre tendremos que pasar por la traición, al menos una sola vez para ver qué no siempre podremos confiar en todas las personas y que hay muy pocos seres humanos en los que realmente podrías confiar.

El mundo no es de color de rosa, nunca encontrarás en cualquier lugar a un hada madrina que te conceda lo mismo que le dio a cenicienta porque eso nunca ocurrirá.

Aquellos cuentos de hadas solo los hacen para que los pequeños puedan soñar y creer que la magia existe, cuando en realidad ese pensamiento es nulo.

–Hola– me arrodille para dejar el ramo de tulipanes y retirar la flores secas que habían al pie de su lápida.

¿Por qué había venido a verla a ella cuando tenía a mis padres y a Luca?

Hasta la pregunta es tonta, con ella pase tantas cosas que nadie podría superar, fue ella mi confidente asi como mi paño de lágrimas, mi hermana de otros padres.



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En el texto hay: mafia, trianglo amoroso, amor

Editado: 23.08.2024

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