La luz de la venganza

40.- Los amo

Luca
Siete meses
después...

Guarde en uno de los cajones del escritorio los papeles que estaba revisando, así como también algunas carpetas extras que habían salido en el camino.

–¿Puedo pasar?– preguntó mi bonita ladeando la cabeza mientras se quedaba en el umbral de la puerta.

–¿Por qué pides permiso para poder entrar?– me levanté de la silla para llegar hasta su lado.

Le tendi mi brazo que acepto para poder caminar hasta el sofá, se sentó en él dejando descansar su cuerpo de aquella enorme y bella barriga que llevaba, le ayude a quitarse los zapatos dejando sus hinchados pies descalzos.

–No quería interrumpirte– hizo un pequeño mohín.

–Tu nunca me vas a interrumpir, mi amor– deje un casto beso sobre su coronilla– además, así este con el mismísimo rey de Inglaterra mi esposa y mis hijos son lo más importante– acaricie su abdomen dando pequeños círculos.

Me quedé como un estúpido viendo como ella recargaba su cabeza sobre mi hombro, sus párpados cayeron y soltó un enorme suspiro lleno de cansancio.

Estos últimos meses habían sido todo un reto para nosotros, ya que al ser dos bebés que estaban dentro de mi bonita se corría mayor riesgo, hace unas pocas semanas tuvo un sangrado que hizo que nos asustaramos, pero el doctor solo nos dijo que ella debía de estar en reposo.

Cosa que casi no ha hecho ya que se ha vuelto muy imperactiva, ha estado subiendo y bajando escaleras, moviendo de un lado a otro con ayuda de mis hombres los muebles de la casa, adornando el cuarto de la gemelos y acomodando la pañalera que nos llevaremos cuando los bebés decidan salir.

–¿Por qué me miras tanto?– sus mejillas comenzaron a ponerse de color carmesí.

–Es que estoy admirando a mi bella esposa que se ve radiante con esa barriga– deje un rápido beso en su mejilla.

Su azulada mirada estaba perdida en algún lugar del despacho, mientras que yo solo podía ver cómo aquella corta cabellera rubia le cubría la mayoría del rostro, soltaba algunos suspiros y llegué ha pensar que se había quedado dormida.

Hasta que el silencio que nos había invadido fue roto por ella, soltaba algunos pequeños quejidos y se removía en su lugar llevando una de sus manos hasta su abdomen.

–¿Sucede algo?– aparte el cabello que cubria su rostro.

–No me siento bien– arrugó el rostro en una mueca de dolor– llévame al hospital Luca, nuestros bebés ya quieren nacer.

Me puse en pie de un solo salto, sintiendo que mi corazón comenzaba a palpitar de manera descomunal viendo su rostro compujido por las contracciones que le comenzaban a dar.

–¿Puedes caminar?– negó soltando un quejido tras otro.

La eleve entre mis brazos, en mi camino hasta la salida en busca del coche le ordene a una de las sirvientas que me trajera la pañalera con las cosas que mi bonita y nuestros bebés necesitarían.

–¡Steven saca el coche!– grite lo más alto que pude viendo como se levantaba de uno de los sillones y corría en busca de las llaves.

–Joder, esto duele como un carajo– se quejo mi bonita llevando una de sus manos a su barriga y con su otra mano comenzaba a enterrar sus uñas a mi saco.

Cuando estuve al pie de las escaleras Steven me abrió la puerta trasera donde deje que mi bonita se sentará, cerré la puerta y después rodé el coche para subirme a su lado, en cuanto me puse el cinturón de seguridad y se lo puse a ella Steven arranco el motor hasta el hospital más cercano.

–¡Joder Steven, apúrate!– le gritó Aurora y la verdad es que me sorprendió porque no supe de donde había sacado todo ese aire para gritar de aquella magnitud.

En ocasiones nos pasábamos los semáforos en rojo, quizás después nos pondrían alguna multa por eso pero ahora lo que importaba era mi esposa y nuestros bebés.

Cuando llegamos me baje del coche entrando en el hospital para pedir ayuda, mis gritos eran de una persona histérica y creo que si lo estaba un poco, pero es que todo esto me ponía de los nervios.

Una enfermera llegó con una silla de ruedas donde mi bonita se subió, aquella mujer se la llevó para prepararla y que entrara en labor de parto, mientras que a mí me llevaban a una habitación para ponerne ropa esterilizada.

¡Que se joda la ropa esterilizada!

Yo solo quiero estar con mi mujer en estos momentos y estos capullos me piden que me aleje de ella para cambiarme.

Entre en la habitación donde ella estaba, sus gritos de dolor se escuchaban con mayor frecuencia y cuando llegue a su lado le tendi mi mano la cual acepto, sus ojos estaban llenos de miedo, su frente llena de sudor y su rostro estaba arrugado por todo el esfuerzo que estaba haciendo.

–Tengo miedo– murmuró Aurora entre sollozos.

–No lo tengas mi amor, todo estará bien– deje un casto beso sobre su frente.

Las enfermeras comenzaron a ponerle inyecciones a través del suero mientras que los doctores se preparaban.

–Bien señora, necesito que me ayude con los bebés– murmuró el doctor con tanta tranquilidad que me daban ganas de estrellar mi puño contra su cara.

¿Qué acaso no veía como estaba mi esposa?¿Por qué no hacía nada para hacer que mis hijos ya nacieran y así ella ya no sufriría?

Fueron horas de angustia las que pase, viendo como su rostro se llenaba de sudor y de unas cuantas lágrimas, su mano se aferraba a la mía cada vez que pujaba y sus uñas se enterraban en mi piel.

Pero todo sonido ceso cuando escuché el primer llanto de un bebé, fue una sensación diferente, fue como si un escalofrío me recorriera todo el cuerpo hasta llegar a mis pies, deje de sentir las uñas de mi bonita encrustadas sobre mi piel, fue como si todo se hubiera detenido, como si ya no estuviera en ese mundo.

Pero después un segundo llanto fue el que me regreso al mundo y ahora fue una corriente eléctrica la que me recorrió el corazón, el segundo llanto de mi bebé solo me hizo darme cuenta de que...



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En el texto hay: mafia, trianglo amoroso, amor

Editado: 23.08.2024

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