La luz de tu mirada (#2 Mexicanas)

CAPÍTULO 1

Como cada día Pamela se levantaba temprano para ir a la universidad. 6 en punto sonaba su despertador, pero siempre se quedaba 10 minutos más tratando de desenredarse de las sábanas que luchaban con ella para retenerla tan solo unos instantes más.

Café cargado para despejarse y un sándwich con mermelada de frambuesa eran el desayuno habitual para comenzar un nuevo día colmado de actividad en compañía de sus compañeros de carrera.

A las 8:30 comenzaban sus clases, pero ella llegaba a las 8 para tener tiempo de recorrer los pasillos y jardines en busca de sus amigas, pero también en busca de los ojos masculinos, que sabía, siempre se fijaban en ella. Le encantaba entrar a las aulas y ser el centro de las miradas. Y es que su belleza era notable y su figura no ayudaba a alejar los ojos indiscretos tanto de hombres como de mujeres. Así como acumulaba elogios masculinos, también acumulaba comentarios envidiosos de mujeres que veían en ella una rival en cuanto a apariencia.

Pamela era hermosa por fuera, de eso no había duda y aunque por dentro no estaba mal puesto que era simpática y agradable, no podía evitar que a veces, se le subieran los humos a la cabeza. Le gustaba coquetear y conseguir el interés de algún hombre que le llamara la atención. Al poco andar, dicho hombre caía rendido a sus pies, lo que luego disipaba su deseo dejando tras de sí tan solo un corazón roto.

Había sido así desde que había entrado a la universidad y sus amigas, que ya conocían como era, no le daban más importancia de la que merecía y a su vez ella no la buscaba tampoco. Las quería y las respetaba por la forma en que la trataban a pesar de sus defectos y virtudes. Con ellas podía ser ella misma y eso era algo que apreciaba en gran medida, como apreciaba también el espacio que necesitaba cada vez que deseaba estar a solas consigo misma. Era en esos instantes en que ella se perdía por los rincones de la universidad en busca de paz y tranquilidad, algo un tanto ilógico si se consideraba el hecho que se sentía terriblemente sola, sola aunque estuviera rodeada de gente. O quizás porque no había nadie que llenara el espacio vacío que había en su solitario corazón desde que su familia ya no estaba en su vida, al menos en el plano terrenal.

 

Su lugar favorito…… la piscina y sus alrededores.

Estaba sentada en las graderías que bordeaban la piscina cuando se fijó en que en la parte más honda de ella había una mancha oscura que parecía estar descendiendo lentamente. Al principio no sabía de qué se trataba. ¿Una toalla? ¿Un cojín? No, era muy grande para ser una de aquellas cosas y parecía moverse. Fue entonces que se dio cuenta de que era una persona y que se estaba ahogando puesto que no subía a la superficie.

Desesperada bajó corriendo las escaleras y sin pensarlo dos veces, se lanzó al agua con ropa y todo para ir en búsqueda de aquel cuerpo que, según ella, requería de ser salvado.

Cuando lo vio, el hombre estaba tranquilo, como si disfrutara de estar sumergido, como si él mismo hubiera elegido estar ahí por gusto. Aun así, lo tomó por debajo de la axila y lo llevó a la superficie ante el desconcierto del hombre que no tenía idea, al parecer, de lo que estaba haciendo quien sea que fuera.

Una vez que lo arrastró a la superficie, él mismo terminó de salir por sus propios medios a tomar el aire, que ella notó, ni siquiera le faltaba. Sin embargo, Pamela avanzó hasta el borde presa del pánico, con la respiración agitada y anonadada ante la respuesta impasible del hombre que parecía ignorarla y peor aún, no dispuesto a ni siquiera darle las gracias por haberle “salvado”, aunque ahora se daba cuenta que no había sido necesario, la vida.

Lo vio flotar tranquilamente mientras esquivaba su mirada, como si ella no estuviese allí delante de él. A Pamela le pareció tremendamente descortés y malagradecida su actitud, aunque ella se haya equivocado en sus apreciaciones. Esperaba al menos un “gracias”, pero ni eso fue capaz de decir el muy ingrato. Solo le quedó salir del agua con su orgullo herido y molesta por haber mojado todo su hermoso atuendo por nada.

Estuvo a punto de largarle una serie de improperios, pero para su propia consternación, no supo qué decir. Se quedó sin palabras. En determinado momento pensó que, si él la miraba bien, se daría cuenta del error garrafal que había cometido y caería como todos, redondito a sus pies y cuando eso sucediera, allí mismo lo humillaría como él la había humillado a ella primero.

Pero nada de eso sucedió. Él no le dirigió la palabra, no la miró, no le agradeció y la gota que rebalsó el vaso fue haberlo visto nadando, cual Michael Phelps, en dirección contraria.

Totalmente enojada se fue refunfuñando del lugar, pisando fuerte para hacerse notar y mojada hasta los calzones.

Pero si aquel insufrible pensaba que dejaría las cosas así, estaba muy equivocado. No podía ir por la vida haciendo creer a la gente que moría y luego ignorándolas cuando arriesgaban todo por salvarlo. Ya sabría él de ella y en lo posible se vengaría. Lo enamoraría y luego lo abandonaría arrastrándose como un vil caracol y babeando por ella cada minuto del resto de su insignificante vida. Bueno…… eso le hubiera gustado hacer, pero estaba claro que su naturaleza, aunque podía ser un poco frívola, no era tan vengativa ni maquiavélica. Quizás hubiera una manera menos dañina de hacerle pagar.

En el fondo lo que más le dolía a Pamela no era tanto el tema del supuesto rescate, sino que él no haya reparado en su persona tanto como ella reparó en él. Aquel hombre, que claramente no era un adonis, aunque sí apuesto, con ese aire indiferente hacia ella, la había hecho temblar de pies a cabeza. Nadie nunca había obviado su presencia. Siempre la miraban, aunque fuera por un breve lapso de tiempo, pero ese hombre ni eso había hecho. ¿Cómo era posible? ¿Acaso estaba ciego? Debía de estarlo. No había otra explicación razonable para ella.



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En el texto hay: malentendidos, romance

Editado: 12.06.2021

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