Azrael estaba atrapado en una vorágine de dolor y desesperación, su esencia angelical retorciéndose y luchando contra la oscuridad que lo consumía. Cada segundo era una batalla intensa por mantener su identidad, por no dejarse vencer por la maldad creciente de Asmodeo.
Dentro de la mente compartida, Azrael veía destellos de su vida anterior. Recuerdos de campos dorados bajo el sol celestial, de risas y cantos angelicales, y de misiones en la tierra donde había ayudado a los humanos. Esos recuerdos eran su ancla, su única esperanza de mantener algo de sí mismo intacto.
Pero Asmodeo era implacable. Su risa cruel resonaba en la mente de Azrael, una burla constante de su sufrimiento y de sus débiles intentos de resistir y así sobrevivir.
—¿Aún luchas, Azrael? —la voz de Asmodeo era un rugido que llenaba cada rincón de su mente— No puedes vencerme. Yo soy tu verdadero yo ahora. Acepta tu destino. Después de todo aquellos que tanto quieres y a quienes solías considerar familia te condenaron.
Azrael no respondía con palabras, sino con pura voluntad. Se aferraba a los recuerdos de sus seres queridos, de su propósito divino, tratando de empujar la oscuridad hacia atrás. Visualizaba su antiguo ser, sus alas resplandecientes y su halo de luz, intentando sobreponer esa imagen sobre la sombra que ahora era.
Pero cada intento era como nadar contra una corriente imparable. La fuerza de Asmodeo lo arrastraba hacia las profundidades, y cada acto cruel que cometía el demonio en el mundo exterior debilitaba aún más la resistencia de Azrael.
Veía a través de los ojos de Asmodeo los gritos de terror de los humanos, el fuego y la destrucción, y sentía cada lágrima como una quemadura en su alma.
Una noche, en una aldea tranquila, Asmodeo se deleitaba en el caos. Las casas ardían, las familias huían aterrorizadas, y la risa del demonio resonaba en el aire. Azrael, dentro de esa mente oscura, hizo un último esfuerzo desesperado. Convocó toda la luz que le quedaba, cada fragmento de bondad y amor que aún latía en su esencia, e intentó tomar el control.
Por un momento, sintió que podía lograrlo. La risa de Asmodeo se apagó, y Azrael sintió una chispa de esperanza. Su visión se aclaró, y por un breve instante, vio el mundo a través de sus propios ojos. Vio a una niña pequeña, aterrorizada, con lágrimas corriendo por sus mejillas. Sintió una oleada de compasión y amor, y extendió una mano hacia ella, queriendo protegerla.
Pero la fuerza de Asmodeo era demasiado grande. Con un rugido de furia, el demonio recuperó el control, aplastando la voluntad de Azrael como si fuera un insecto. La oscuridad volvió a inundar su mente, más opresiva que nunca. La luz de Azrael se desvaneció, su conciencia retrocediendo a las profundidades de su propia prisión mental.
—¿Ves, Azrael? —murmuró Asmodeo, su voz goteando desprecio—. Nunca podrás vencerme. Este es nuestro destino.
Azrael, derrotado y agotado, se hundió en la oscuridad. Su voluntad estaba quebrada, y por un momento, pensó en rendirse. Pero incluso en su desesperación, una pequeña chispa de esperanza permanecía. Una chispa que se aferraba a la promesa de redención, a la posibilidad de que algún día, de alguna manera, podría liberarse de las garras de Asmodeo.
Dentro de esa oscuridad, Azrael susurró una oración, una súplica silenciosa por fuerza y guía. Y aunque no había respuesta inmediata, esa pequeña chispa de esperanza seguía ardiendo, esperando su momento.
Después de todo el amor sana toda herida y la esperanza jamás desaparece. Aunque parezca que todo estaba perdido, el ángel seguía creyendo en la compasión de sus antigüos hermanos y en el perdón.
No me abandonen hermanos, por favor se los pido.
—¿Aún crees que ellos te ayudarán Azrael? Eres un ingenuo si crees eso ya que yo existo ahora gracias a ellos. Si es que se dignan a interferir será a mi favor, será a mí a quien ayuden no a tí.
Azrael no respondió, agotado como estaba y dolorido moralmente no era capaz de responder nada de nada. Recordó la dureza de Gabriel en el momento de lanzarle aquel castigo. Eso sí que lo podía recordar perfectamente. Pero ya no lograba recordar el motivo que llevó a alguien como Gabriel a castigarlo así. La oscuridad lo envolvió sabiendo que había perdido completamente contra el demonio quien lanzó estruendosas carcajadas al aire.
Eufórico como estaba debido a su victoria, Asmodeo batió sus negras alas elevándose para dirigirse a la ciudad más pobablada de ese lugar. Empezaría con su plan de destrucción de la humanidad inmediatamente.
— Las almas de los humanos me darán mayor energía e incrementarán mis habilidades demoníacas. No existen criaturas más ambiciosas y faciles de manipular que los mismos humanos.
Elevado por los aires, Asmodeo se desplazaba a gran velocidad proyectando en el suelo por dónde pasaba la sombra del ángel Azrael, con su antigüa forma física que solía tener cuando aún era un ángel tan hermoso como bondadoso.