En lo profundo de un abismo sombrío, Azrael, el ángel caído, sentía cada golpe, cada dolor que Daniel soportaba en el campo de batalla. Encadenado por la oscuridad que lo mantenía cautivo, su debilitado ser resonaba con la agonía de su amigo. Cada vez que Daniel sufría, un eco de ese sufrimiento recorría el alma atormentada de Azrael.
—Daniel... —susurró Azrael, sus alas negras temblando mientras intentaba levantarse. Sus ojos, una vez llenos de luz, ahora reflejaban una mezcla de culpa y desesperación — Perdóname, hermano, por no estar allí para ayudarte.
Azrael sabía que la batalla contra Asmodeo no solo era física, sino también espiritual. Sentía la lucha interna de Daniel, su determinación, y la creciente fuerza de Seraphiel dentro de él. Aunque estaba atrapado en la oscuridad, una pequeña chispa de esperanza comenzaba a brillar en el corazón de Azrael.
Mientras tanto, en el campo de batalla, Asmodeo observaba con preocupación cómo Seraphiel, encarnado en Daniel, recuperaba su antigua fuerza divina a un ritmo alarmante. El demonio sabía que su tiempo se agotaba si no actuaba con rapidez.
—¡Maldita sea! —rugió Asmodeo, su rostro torcido por la furia y el miedo—. No puedo permitir que ese ángel recupere su poder. Si lo hace, mi derrota será inevitable.
Asmodeo se sentía acorralado, algo que rara vez experimentaba. La posibilidad de perder ante Seraphiel y Daniel lo llenaba de una rabia impotente.
A medida que observaba cómo la luz de Seraphiel se intensificaba, recordó las numerosas batallas que habían librado en el pasado. Seraphiel siempre había sido una fuerza imparable de luz y justicia, y ver su resurgimiento dentro de un humano era una pesadilla para el demonio.
—¡No dejaré que esto suceda! —gritó Asmodeo, lanzándose hacia Daniel con una ferocidad renovada. Cada ataque estaba cargado de desesperación y odio, buscando quebrar la voluntad del humano y del ángel.
Daniel, sintiendo la energía de Seraphiel fluir a través de él, esquivó y contraatacó con precisión. Cada golpe de luz divina hacía retroceder a Asmodeo, desgastando su oscuridad.
—No te temo, Asmodeo —dijo Daniel, su voz resonando con la autoridad de Seraphiel — La luz siempre prevalecerá sobre la oscuridad.
En el abismo, Azrael sentía cada momento de la batalla. El dolor de Daniel era su dolor, pero también sentía la creciente fuerza de su amigo. Sabía que debía hacer algo, pero sus cadenas de oscuridad lo mantenían prisionero.
—Debo ayudarlo... —murmuró Azrael, luchando contra las ataduras que lo sujetaban—. No puedo dejar que él enfrente esto solo.
Con un esfuerzo supremo, Azrael convocó las últimas reservas de su fuerza. A pesar de su debilidad, su amor por Daniel y su deseo de redención le dieron un impulso. Las cadenas comenzaron a ceder, y la oscuridad que lo rodeaba se debilitó ligeramente.
—Seraphiel, Daniel... —susurró Azrael, en una oración que esperaba llegara a sus amigos—. Estoy con ustedes, en espíritu si no en cuerpo. No dejen que la oscuridad gane.
De vuelta en la batalla, Daniel sintió un destello de fuerza adicional. Era como si una parte de Azrael, a pesar de la distancia y la oscuridad, estuviera allí con ellos, luchando a su lado. La luz de Seraphiel brilló más intensamente, y con un grito de determinación, Daniel lanzó un ataque final que atravesó la oscuridad de Asmodeo.
El demonio cayó de rodillas, su forma oscura comenzando a desintegrarse.
—Esto no ha terminado... —murmuró con su último aliento, antes de desvanecerse en la nada.
Daniel se mantuvo firme, respirando con dificultad, pero con una sensación de triunfo. Sentía la presencia de Seraphiel a su lado, y también la conexión con Azrael, aunque distante.
—Azrael, no te abandonaremos —dijo Daniel, su voz llena de esperanza—. Te encontraremos y te traeremos de vuelta a la luz.
En lo profundo de su mente oscura Azrael sonrió débilmente, sabiendo que no estaba solo. La batalla había sido ganada, pero la guerra por la redención y la salvación de Azrael apenas comenzaba.
El ángel pensó en su antigüo compañero y amigo, Gabriel, y la angustia lo invadió volviendo a sumirlo en aquel vacío y desgarrador sueño inducido por el mismo Asmodeo quien siempre tenía el control total.
Gabriel, todo esto es tu culpa también ya que fuiste tú quien me transformó en lo que ahora soy.
En el reino de los cielos, Gabriel pudo oír cada palabra de Azrael y sentir su propio dolor. El arcángel no pudo resistir más la desolación y la culpa, aunque él sabía que no tuvo alternativas a la hora de implantar el castigo.
Sin soportarlo más, Gabriel se alejó de ese lugar para regresar al reino que tanto él como su amado Luzbel habían creado en el pasado. Entre el cielo y el abismo era donde aquel sitio estaba. Cuando llegó, Luzbel lo estrechó entre sus brazos. Sabía cómo se sentía su amado Gabriel y no le gustaba para nada.
Había creído que podría evitar que Gabriel volviese a sentir dolor, pero se hubo equivocado y eso lo ponía enfermo. El arcángel se desplomó en los brazos de su amado llorando amargamente, mientras estaba envuelto entre sus rojas alas protectoras.
— No tuve opción Luzbel, te juro que no tuve opción
— Lo sé Gabriel, lo sé y no solo yo. Todos los ángeles y los arcángeles también lo saben. Nadie te culpa.
— ¿En serio? En ese caso ¿por qué me siento tan mal?
— Porque Azrael era tu más querido amigo, y porque eres un ser echo de luz. El dolor de Azrael hace eco en tí. Pero tranquilízate, yo estoy aquí contigo.
Cómo única respuesta Gabriel se aferró más a su amado intentando calmarse. Luzbel y Gabriel se deslizaron en la cama sin soltarse. El arcángel de rojas alas acariciaba con intenso amor a Gabriel ayudándolo a eliminar su dolor, como en el pasado.
— Nada de esto es tu culpa Luzbel, tu eres mi sostén y el ser más importante para mí.
— Gabriel mi amor.
— Mantente cerca de mí Luzbel
— Nunca me alejaré de tí Gabriel, nunca.