La tierra vibraba con una energía oscura, resonando con la presencia de Azrael mientras sus negras alas lo llevaban al mundo de los mortales. El cielo sobre la ciudad donde habitaba Daniel se tornaba de un gris sombrío, presagiando el caos inminente.
Daniel, no tenía idea del destino que se cernía sobre él. Caminaba por las concurridas calles de la ciudad, ajeno al mal que se avecinaba. Su vida, aunque tranquila, estaba a punto de ser sacudida hasta los cimientos,.una vez más.
Azrael se posó en la cima de un edificio alto, observando la ciudad con sus ojos dorados llenos de malicia y un brillo oscuro. Sentía el poder recorriendo sus venas, la fusión con Asmodeo le había otorgado una fuerza que apenas comenzaba a comprender. Su misión estaba clara: destruir a Gabriel y vengarse del Cielo entero, comenzando con el caos en la tierra.
-El tiempo ha llegado -murmuró para sí mismo, su voz resonando con una sensualidad letal.
Los demonios enviados por Azrael comenzaron su invasión. Seres de pesadilla, cubiertos de sombras y con ojos encendidos de odio, se infiltraban en la ciudad. Susurraban promesas de poder y placer a los humanos, tentándolos a rendirse a la oscuridad. Uno a uno, los humanos cercanos a Daniel empezaron a caer bajo su control, sus ojos volviéndose vacíos mientras la oscuridad tomaba posesión de sus almas.
Daniel, sintiendo una extraña inquietud, decidió regresar a casa. Mientras caminaba, las sombras a su alrededor parecían moverse con vida propia, observándolo, esperando el momento perfecto para atacar. Aceleró el paso, sintiendo una urgencia inexplicable por llegar a la seguridad de su hogar. Sabía que Asmodeo estaba detrás de esas molestas sensaciones que lo invadían.
Al llegar a su apartamento, cerró la puerta con fuerza y se apoyó contra ella, respirando con dificultad. Miró a su alrededor, notando que algo no estaba bien. La atmósfera en su hogar, normalmente cálida y acogedora, se había vuelto fría y opresiva. Su tia Laura seguía en el hospital luego del último peligro padecido en el campamento junto a sus compañeros.
-¿Quién anda ahí? -preguntó con voz temblorosa, mientras su mirada recorría la habitación en busca de una amenaza invisible.
La risa de Azrael resonó en su mente, una melodía oscura y burlona que lo llenó de asombro y miedo.
-Daniel, Daniel... -la voz de Azrael era un susurro seductor- No puedes esconderte de mí.
Daniel sintió un frío que le calaba hasta los huesos. Trató de resistirse, pero sus fuerzas flaqueaban ante la oscura presencia que lo rodeaba. Una sombra se materializó frente a él, tomando la forma de Azrael.
El demonio, con su apariencia angelical pero con un aura de maldad palpable, se acercó a Daniel, sus dorados ojos fijos en él.
-No tienes escapatoria -dijo Azrael, su voz un veneno dulce- Te convertirás en mi instrumento, Daniel. Juntos traeremos el caos y la destrucción.
Daniel intentó gritar, pero su voz quedó atrapada en su garganta. Azrael levantó una mano, y con un solo toque en la frente de Daniel, el adolescente cayó de rodillas, sus ojos apagándose mientras la oscuridad tomaba control.
-Ahora -dijo Azrael, satisfecho- Vamos a divertirnos.
- ¿Por qué te dejaste vencer por la oscuridad.... Azrael?
Mientras tanto, en el Inframundo, Luzbel observaba con creciente preocupación. Azrael estaba desatando un poder que podría cambiar el equilibrio entre el Cielo y el Infierno para siempre. La crueldad y el dolor que Gabriel había infligido a Azrael estaban dando frutos oscuros y peligrosos.
-Esto no puede terminar bien -murmuró Luzbel, consciente de que el desenlace de esta historia podría ser más devastador de lo que cualquiera de ellos imaginaba.
Con Daniel como su primer peón, Azrael se preparaba para desatar una serie de eventos que pondrían al Cielo y la Tierra de rodillas.
Y mientras tanto, Gabriel, en los cielos, comenzaba a sentir el primer atisbo de la tormenta que se avecinaba, una tormenta nacida del odio y la traición.