La batalla en la iglesia abandonada seguía su curso, con los destellos de luz y sombras entrelazándose en un conflicto eterno. Pero en un rincón apartado de esa sagrada estructura, una confrontación más personal y dolorosa se desarrollaba entre Azrael y Seraphiel.
—Seraphiel, no puedes estar hablando en serio, — exclamó Azrael, su voz cargada de frustración y preocupación — Asmodeo ha causado tanto dolor. No merece nuestra compasión.
Seraphiel, con su resplandor celestial irradiando una calma inquebrantable, miró a Azrael con ojos llenos de amor y determinación.
—Azrael, sé lo que Asmodeo ha hecho. Pero también sé que dentro de él hay una chispa de luz, una parte de él que anhela redención.
Azrael, sintiendo la intensidad de las emociones, se acercó a Seraphiel, su rostro una mezcla de angustia y desesperación.
—¿Y qué pasa si te equivocas? ¿Qué pasa si esa chispa es solo una ilusión? No puedo permitir que te pongas en peligro otra vez por alguien que podría traicionarnos.
Seraphiel, con una suavidad que solo un ángel podía poseer, tomó la mano de Azrael.
—Mi amado Azrael, nadie debe vivir esclavizado, no es justo. Todos merecen una segunda oportunidad, incluso Asmodeo.
Azrael sintió el peso de esas palabras. La bondad y la luz de Seraphiel eran fuerzas inigualables, capaces de atravesar la oscuridad más densa. A pesar de su dolor y desconfianza, no podía ignorar la pureza del amor de Seraphiel por la libertad y la redención de cada alma.
—Seraphiel, —dijo Azrael con voz temblorosa—. Tienes un corazón tan puro. No puedo soportar la idea de perderte otra vez.
—No me perderás, Azrael, —respondió Seraphiel, acercándose más—. Al contrario, nuestro amor y nuestra luz son más fuertes cuando extendemos nuestra compasión a los demás. Asmodeo necesita esa luz para liberarse del yugo de Azazel.
Azrael, sintiendo la verdad en las palabras de Seraphiel, finalmente asintió.
—Está bien. Si crees que podemos salvarlo, lo intentaremos. Pero ten cuidado, Seraphiel. No quiero que te lastimen de nuevo.
Seraphiel sonrió, un destello de esperanza en medio del caos.
—Gracias, Azrael. Juntos, somos invencibles.
Mientras tanto, en un lugar oscuro y apartado, lejos de la luz que llenaba la iglesia, Asmodeo sufría bajo la crueldad de Azazel. El demonio de la belleza devastadora estaba encadenado tanto física como moralmente, su espíritu luchando por no ser consumido por la desesperación.
Azazel, con una satisfacción maliciosa, se deleitaba en la agonía de Asmodeo.
—Eres mío, Asmodeo, y siempre lo serás. No puedes escapar de mi control.
Asmodeo, con lágrimas de dolor y rabia, trató de resistir. Pero las sombras que lo rodeaban eran demasiado fuertes, y la voluntad de Azazel era un yugo implacable. Cada intento de rebelión era aplastado, cada grito de desesperación era sofocado.
—No puedes hacerme esto, —murmuró Asmodeo, su voz quebrada por el sufrimiento— No merezco esta tortura.
Azazel, con una sonrisa que era un corte en la oscuridad, se inclinó hacia Asmodeo.
—Oh, pero sí lo mereces. Y más. Cada momento de tu vida está bajo mi control. Y ahora, harás lo que yo diga.
Con una fuerza implacable, Azazel forzó a Asmodeo a besarlo. El acto era una mezcla de posesión y humillación, una demostración de poder absoluto. Asmodeo, sintiendo el asco y la repugnancia, no podía hacer más que someterse, su espíritu desgarrado por la cruel realidad de su situación.
En esos momentos de tormento, la chispa de luz en el corazón de Asmodeo seguía brillando, aunque tenue. Recordaba las palabras de Seraphiel, la promesa de libertad y redención. Esa esperanza, aunque frágil, era su única ancla en un mar de oscuridad.
—Seraphiel, —pensó Asmodeo, con su último vestigio de fuerza— Ayúdame.
La batalla en la iglesia continuaba, pero en ese oscuro rincón del inframundo, una pequeña chispa de esperanza se negaba a ser extinguida. Azazel, cegado por su propia crueldad, no podía ver que cada acto de tortura solo fortalecía la determinación de Asmodeo de encontrar una salida, de buscar la redención prometida por Seraphiel.
Azrael, Seraphiel, Daniel e Ian se preparaban para enfrentar los nuevos desafíos con una renovada determinación. Sabían que la lucha era eterna, pero también sabían que mientras permanecieran juntos, la luz siempre encontraría una forma de brillar, incluso en los momentos más oscuros.
Y así, en el constante equilibrio entre luz y sombra, la batalla por el alma de la ciudad continuaba, un recordatorio eterno de que incluso en los momentos más oscuros, siempre hay una chispa de esperanza.