Azazel, con una sonrisa sádica, llevó el cuerpo inconsciente de Daniel a una sala de oscuridad absoluta. Las paredes estaban hechas de sombras vivientes que parecían susurrar secretos y promesas de muerte. La sala misma era un abismo sin fin, un lugar donde la luz era absorbida y destruida, un lugar donde la esperanza se desvanecía como una vela en una tormenta.
Daniel, aún inconsciente, fue depositado en el centro de la sala. Las sombras comenzaron a moverse, envolviendo su cuerpo en un manto frío y opresivo. La luz de Seraphiel, aunque debilitada, trataba de brillar en medio de la oscuridad, pero cada intento era sofocado por las sombras, que absorbían su energía lentamente.
—Aquí es donde tu luz se extinguirá, —susurró Azazel, su voz resonando como un eco siniestro—. Lentamente, sentirás cómo tu vida se drena, cómo tu esperanza se convierte en desesperación.
Seraphiel, sintiendo el dolor y la desesperación, luchaba por mantenerse conectado con Daniel. La oscuridad era implacable, y cada segundo que pasaba, sentía cómo su luz se desvanecía un poco más. La sensación de impotencia era devastadora.
—No puedo dejar que esto suceda, —murmuró Seraphiel, su voz temblando con una mezcla de miedo y determinación—. Daniel, no te rindas. Estoy contigo.
Las sombras, alimentadas por la desesperación de Seraphiel, se movían más rápidamente, drenando su luz y energía. Seraphiel sentía cómo su esencia se desvanecía, cómo la vida se le escapaba una vez más, y la desesperación lo consumía.
—Por favor, no otra vez, —susurró, sus lágrimas brillando en la oscuridad—. No puedo perderte, Daniel.
Mientras tanto, en las profundidades del abismo, Asmodeo estaba experimentando una transformación radical. Su redención, iniciada por el dolor y la compasión, estaba llegando a su culminación. Las cadenas de oscuridad que lo habían mantenido prisionero se estaban desintegrando, y su cuerpo, antes marcado por la maldad, se estaba transformando en algo hermoso y radiante.
Sus ojos dorados brillaban con una luz pura, su piel, más blanca que la nieve, irradiaba una pureza etérea, y su cabello negro azulado resplandecía como las estrellas en una noche clara. Asmodeo, sintiendo el poder de su redención, se levantó, sus alas blancas y majestuosas desplegándose con una fuerza renovada.
—He encontrado mi luz, — dijo Asmodeo, su voz resonando con una mezcla de triunfo y esperanza—. Y ahora, debo usarla para salvar a aquellos que lo necesitan.
La prisión de oscuridad que lo había mantenido cautivo se desintegró ante su poder, y Asmodeo emergió como un ángel puro y radiante. Guiado por su deseo de redención y la necesidad de salvar a Seraphiel y Daniel, se dirigió hacia la sala de oscuridad donde Azazel había encerrado a su amigo.
La llegada de Asmodeo fue como un amanecer en medio de una noche eterna. Su luz pura rompió las sombras que envolvían a Daniel, y la oscuridad comenzó a retroceder ante su presencia. Azazel, sorprendido por la transformación de Asmodeo, intentó detenerlo, pero la luz del ángel era demasiado poderosa.
—¡No puedes detenerme, Azazel! —gritó Asmodeo, su voz resonando con autoridad celestial—. La luz siempre prevalece.
Con un gesto decidido, Asmodeo liberó a Daniel de las sombras, su luz envolviendo al joven y a Seraphiel en un abrazo cálido y revitalizante. La energía pura de Asmodeo fluyó hacia Seraphiel, renovando sus fuerzas y sanando sus heridas.
—Seraphiel, estoy aquí para ayudarte, —dijo Asmodeo, su voz llena de compasión—. Juntos, podemos liberarnos del control de Azazel.
Seraphiel, sintiendo la fuerza y la pureza de Asmodeo, asintió con gratitud.
—Gracias, Asmodeo. Tu luz es un faro de esperanza.
Azazel, viendo cómo su plan se desmoronaba, intentó atacar a Asmodeo una vez más. Pero el ángel, con su luz radiante, desvió el ataque con facilidad. La oscuridad de Azazel era impotente ante la pureza de la redención de Asmodeo.
—Tu maldad no tiene poder aquí, Azazel, —dijo Asmodeo, su mirada fija en el demonio—. La luz de la redención es más fuerte que cualquier oscuridad.
Con un último esfuerzo, Asmodeo y Seraphiel combinaron sus luces, creando un resplandor tan intenso que las sombras se disiparon por completo. Azazel, cegado por la luz, retrocedió, su figura oscura desvaneciéndose en la nada.
Daniel, ahora liberado, abrió los ojos lentamente. La luz de Asmodeo y Seraphiel lo envolvía, y sintió una paz y una energía que nunca antes había experimentado.
—Gracias, —murmuró Daniel, sus ojos llenos de gratitud—. Gracias por salvarme.
Asmodeo, con una sonrisa llena de esperanza, extendió su mano hacia Daniel.
—Juntos, somos más fuertes. Y juntos, enfrentaremos cualquier oscuridad que venga.
La sala de oscuridad, antes un lugar de muerte y desesperación, ahora brillaba con una luz pura y divina. Daniel, Seraphiel y Asmodeo, unidos por la luz de la redención, estaban listos para enfrentar cualquier desafío que se presentara.
La transformación de Asmodeo y la liberación de Daniel marcaron el comienzo de una nueva era de esperanza. La luz pura de Asmodeo no solo renovó las fuerzas de Seraphiel, sino que también inspiró a todos los que presenciaron su resplandor.
Y así, en el constante equilibrio entre luz y sombra, la batalla por el alma de la ciudad continuaba. Un recordatorio eterno de que incluso en los momentos más oscuros, siempre hay una chispa de esperanza y redención.