III
El lunes siguiente muy temprano antes de ingresar al penal, cuando venía en su carro se enteró de que las cosas al interior del penal no andaban bien. Una monumental reyerta se había iniciado, y nadie sabía aun el origen. Algunos miembros de la guardia penitenciaria corrían por los patios desesperados con algunas bombas de aturdimiento y varias ojivas de gas pimienta para ser lanzadas apenas tuvieran oportunidad, mientras otros intentaban formarse, preparándose para el momento en que la revuelta escalara. Como era normal en este caso de situaciones, el caos era total, tanto presos como el personal de seguridad se movilizaban en absoluto desorden. El bullicio, los disparos, las sirenas, los gritos, todo reunido conformaba una escena de terror; en realidad saber que ocurría exactamente, se convertía en una tarea casi imposible de adivinar.
Para cuando Gloria accedió al centro carcelario, la confusión era inmensa, así que no tuvo más opción que correr entre la espesa atmosfera de gases que cubría cada rincón del reclusorio con un trapo que humedeció previamente, y que luego colocó sobre su rostro para contrarrestar sus efectos, hasta que pudiera alcanzar la enfermería. Tan pronto llegó se cambió de ropa, para lucir su impecable uniforme, e instalándose una máscara antigases para poder iniciar su correría por los pabellones. Una compañera intentó disuadirla, pero como era usual en ella, siempre era la primera en llegar cuando se presentaban situaciones extremas, así que sutilmente se desprendió de la mano que la sujetaba y de esa forma emprendió una carrera frenética, intentando llegar hasta donde escuchaba la mayor cantidad de gritos y lamentos, pero sin saber a ciencia cierta de donde provenían. Cuando creyó haber accedido al patio de mayor algarabía, tuvo que regresar pues a sus espaldas se escuchó un fuerte estruendo, similar al de la explosión de una bomba. Todo fue silencio a partir de ese momento, parecía como si el tiempo se hubiera detenido, ni el más leve sonido se percibió entonces, parecía como si algo mortal se hubiera apoderado de cada rincón. En medio de tal maremágnum, un escalofriante grito cruzó por el espacio, y puso de nuevo a todo el mundo en alerta. En ese ambiente donde la visibilidad era escasa, un recluso vociferó con desespero que había varios heridos, pero en realidad no se hallaron vestigios de tal acontecimiento. Mientras presos y el personal de seguridad continuaban a la expectativa, una nueva detonación se escuchó, y de nuevo un desconcierto generalizado se apoderó del lugar. Con esa hecatombe de por medio, la guardia se apertrechó, y empezó a disparar indiscriminadamente, formando un entorno de zozobra total. El motín que se armó fue tan monumental que todos en el penal creyeron que había varias víctimas. Ya no había forma de volver atrás, y algunos se envalentonaron para lazar algunas consignas, mientras otros solo acompañaban el tumulto, sin saber por qué. Cuando se escucharon los primeros helicópteros merodear la cárcel Carlitos se alarmó, y pensó que aquello posiblemente no terminaría bien si por alguna casualidad se lanzara algún artefacto explosivo desde el aire. Entonces en un rápido movimiento, corriendo la voz, y secundado por sus secuaces, los ánimos se apaciguaron. Ninguna de las autoridades se enteró de la maniobra, ni supo cómo se extinguió la refriega, el caso fue que a partir de entonces quedó claro quién era el mandamás en la prisión.
Cuando todo ese revuelo pasó, y se disipó la atmosfera de gases, reinó el silencio, el cual se rompió por la presencia de un pequeño grupo de dragoneantes que apareció en uno de los extremos del reclusorio; expectantes por si volvía a recrudecer la confrontación, pero nada sucedió, todo había acabado. Mientras tanto Gloria observaba atónita el desenlace, pues súbitamente se encontró sola el patio donde se inició la revuelta, sin lisiados, ni contusos. Nada no había nada. Después de enfrentar su asombro, alcanzó a ver a algunos miembros de la guardia, y salió a su encuentro, para unírseles y constatar por ella misma si habían heridos o lesionados. Tras unos minutos de recorrido todo parecía normal, hasta se podía pensar que apenas iniciaba el día: los reclusos permanecían en sus celdas muy callados, y algunos guardias recién empezaban a patrullar los patios sin encontrar novedad alguna. Gloria se desprendió de ellos para continuar por su cuenta con la inspección, de acuerdo al orden que usualmente manejaba, dirigiéndose primero al patio más peligroso, y desde allí ir descendiendo hasta el de menor riesgo. La ruta fue bastante rápida, pues ningún interno la llamó para solicitarle nada, eso era algo que no era común, pero al final llegó al final de la jornada sin contratiempos, aun desconcertada. Además, estimó que ese tiempo libre le sería útil para ordenar una que otra documentación en su puesto de trabajo. Cuando salió del ultimo pabellón, dirigió sus pasos hacia la oficina, poniendo en orden las cosas que tenía para hacer en su mente. Mientras planeaba todo aquello, encontró una piedra ensangrentada en el suelo, sin duda, una de las muchas que se habían lanzado ese día. Con algo de curiosidad la recogió, para observarla detenidamente, entonces empezó a sospechar que la revuelta presentada no había sido del todo tan pacífica. Miró a su alrededor, y no vio nada que la pudiera alarmar, así que continuó su camino, y se dispuso a arrojar la piedra a la caneca de la basura que se encontraba antes de llegar a la enfermería. Cuando la fue a depositar en el recipiente metálico, notó que este se encontraba repleto, y que no había espacio para la piedra. Con algo de curiosidad se acercó para observar más de cerca, y con absoluta sorpresa encontró a un hombre apretujado dentro de ella, y cubierto por algunos periódicos y cartones. Como pudo empujó la caneca, lo que la hizo caer con gran estruendo al piso, entonces un guardia que pasaba cerca, corrió en su auxilio para retirar al sujeto que se encontraba al interior. El tipo fue despojado de toda esa suciedad que la cubría, y Gloria con un trapo que acababa de humedecer le limpió la cara para intentar reconocer al individuo. Una vez lo aseó, notó que no era parte del grupo de internos, y que quizá era uno de los reclusos recién llegados, que tal vez había padecido el rigor de la famosa calle de honor, la misma recepción que le hacían a los que ingresan por primera vez al reclusorio. El guardia que acompañaba a Gloria cargó al sujeto en sus brazos, y lo trasladó hasta la enfermería, depositándolo en una de las camillas, para luego retirarse, pues ya no le correspondía hacer nada más por él.