VII
Tras haber transcurrido más de una semana de la fallida fuga, y medianamente recuperado de sus inaguantables dolencias, ese día se levantó con la inquebrantable intención de dar una pequeña caminata por el penal, aunque las fuerzas no lo acompañaban del todo, era preferible tener algo de movimiento a quedarse totalmente postrado. Se arrojó algo de agua en la cara, la cual lo hizo estremecer, pues la sintió extremadamente fría, quizá causado por la fiebre que había padecido todas estas noches. Con bastante dificultad se dirigió buscando el patio central, con un lerdo caminar, y sujetándose por momentos de los barrotes de las celdas que encontró a su paso, para poder llegar hasta el lugar. Deseaba recibir, aunque fuera una pequeña cantidad de sol, estaba convencido que aquello le haría bien. Mientras miraba al cielo, y repasaba las escabrosas situaciones que vivió en su intento por escaparse, comenzó a sentir como de a poco su piel se calentaba, y eso de alguna forma le ahuyentó el terrible frio que aún conservaba en sus huesos. En realidad, no sabía en qué condiciones había terminado la equivocada faena de la huida, pero estaba claro que si conservaba su cordura esto le permitiría más adelanta adelantar una nueva aventura, quizá de proporciones más épicas como la que ya había superado.
Con los rayos de sol golpeando su cara, y sin dejar de contemplarlos como si se tratara de una obra de arte, intentaba soportarlos todo lo que pudiera. De repente a la distancia escuchó a uno de los presos llamar a Doña Gloria, instintivamente giró su cabeza para indagar por su presencia, y a la distancia la logro divisar, hermosa y radiante luciendo su impecable uniforme blanco. Fue tal su emoción al verla que su primera reacción fue la de intentar esconderse, y con algo de suerte finalmente lo logró, ocultándose detrás de la caneca que cientos de veces le habían brindado la deshonrosa bienvenida a la institución, a consumados delincuentes y hasta inocentes sujetos. No deseaba que lo encontrara en esas lamentables condiciones, y aspiraba a tener un mejor semblante para cuando se topara con ella, y así poder explicarle todo lo sucedido, en especial confesarle con toda la sinceridad que pudiera expresar, cuanto la amaba. Allí acurrucado permaneció por casi una hora. mientras ella terminaba su recorrido por aquel pabellón; tiempo en el cual no retiró un segundo su vista de ella, siguiéndola con extrema fijación en cada movimiento suyo, imaginando que tendría que hacer algo contundente para que ese amor furtivo se hiciera realidad, y no permaneciera más tiempo atado a un recuerdo, que solo tomaba vida en sus pensamientos.
Regresó a su celda, y la imagen vaporosa del cuerpo de Gloria continuaba transitando por los pasillos, haciéndose presente a cada instante. Su reflejo indeleble se exhibía sonriente en su mente, cada vez que cerraba los ojos, reviviendo triunfal con cada parpadeo, parecía que se había apoderado enteramente de su corazón y de su razón. Con solo pensar en ella una tremenda ansiedad empezaba a agitarse en su pecho, como si mil caballos por dentro le galoparan al unísono; la sensación era incontenible. A partir de entonces supo que tenía que hacer algo para que al menos ella se enterara de su inmenso amor. Mientras pensaba en algo sensato para decirle, se quedó dormido casi sin darse cuenta, exhibiendo una leve sonrisa en su rostro, quizá soñando con ella.
Al día siguiente intentó de nuevo buscar el patio para asolearse, pero a pesar de que lo intentó con denuedo, esta vez las fuerzas no lo acompañaron, y no fue capaz siquiera de levantarse de la cama. Su malestar se agravaba, y lo único que sentía era como su cuerpo desfallecía con cada mínimo movimiento que daba. De nuevo se vio envuelto en un estado febril, sumado a escalofríos, y dolores múltiples. No cabía duda que su salud empeoraba. Por fortuna para él, y por mera casualidad, pasaba cerca de su celda el Dragoneante Duque, cuando escucho unos extraños gemidos, y cual fuera su asombro cuando se enteró de que Carlitos aún se encontraba en la prisión. Se había corrido el rumor de que había escapado, y que nadie sabía nada de su paradero. Cuando entró a su calabozo constató que se hallaba ardido en fiebre, y que eso le podría generar un posterior colapso. Como pudo lo llevó hasta la enfermería y Sandra Sofía lo atendió, Gloria a esa hora ya había abandonado la prisión tras cumplir con su turno de trabajo. La enfermera auxiliar bastante extrañada por el deplorable estado de abandono en que se encontraba, logró estabilizarlo un poco con un par de inyecciones que le aplicó para la infección y unos medicamentos adicionales para el dolor.
Esa noche Carlitos la pasó algo mejor, pero en sus sueños continuaba teniendo alucinaciones y espejismos. No dejaba de repetir una escena en medio de una hermosa y verde pradera, cubierta de flores multicolores, rodeada de imponentes montañas, de donde descendían exóticas aves que llegaban de todas partes con su maravilloso cantar y unos frondosos árboles que circundaban la campiña, dándole un aspecto mágico al lugar. De repente él se encontraba con Gloria, y tomados de la mano saltaban sin cesar, como si este paraíso estuviera destinado para ellos. Pero en medio de tal ensoñación, ella le daba la espalda, y empezaba a correr tan fuerte y rápido, que pronto este indescriptible paraje desaparecía a sus ojos. Se había alejado tanto que este singular paisaje fue ocupado ya por un agreste y salvaje paraje que de repente llegó a su fin.
Cuando ella reaccionó, se dio cuenta que estaba al borde de un oscuro y profundo abismo, que parecía no tener fondo. Entonces, empezó a notar que ya no le era posible volver atrás. No encontraba por ninguna parte el camino de regreso y a sus espaldas solo divisaba un sendero árido y marchito. Sintiendo que nunca más volvería a experimentar la majestuosidad del pasado, y esos momentos de dicha y esplendor compartidos, se sumergió en una incontrolable angustia, y en medio de tal sufrimiento, un súbito arrebato la hizo reiniciar su irracional carrera, y sin contemplar otra alternativa, se lanzó por el acantilado, desapareciendo al instante en la profundidad. Cuando él le gritó con desesperación que se detuviera, ya no fue posible que lo escuchara, su figura desaparecía como un punto en la inmensidad del espacio. Entonces devastado cayó de rodillas al piso; su idílica historia de amor había llegado a su fin. Sus ojos se llenaron de lágrimas, y su alma de una vívida congoja, que sintió tan real, que lo llevó a sobresaltarse, despertándose súbitamente. Cuando intentó ponerse de pie, era de madrugada, estaba totalmente rodeado de penumbra, y de una infinita soledad, lo que lo hizo sentir más avasallado que nunca; pero tratando de sobreponerse a ese sobrecogedor panorama, decidió pensar que tal vez que todo correspondía a un nuevo episodio febril, y que al día siguiente todo estaría bien. Mientras sus pensamientos divagaban, se quedó dormido, esta vez sin pesadillas, ni alteraciones, como si olvidara la tensa calma que estaba impregnada en el ambiente, y sin siquiera imaginar lo que estaba por venir.