VIII
El director de la prisión comprendiendo que no le sería fácil manejar a Carlitos como moneda de cambio, para entregárselos en bandeja a otros poderosos criminales de la ciudad, estimó que lo mejor era deshacerse de él. Esa misma mañana se comunicó con la seccional de la Fiscalía General de la nación, porque tenían un preso con el perfil para extraditar. Esa exposición mediática les convenía a ambas instituciones, y de paso lo libraba de un reo que últimamente le había producido muchos dolores de cabeza. Así que, sin desconocer esta oportunidad de figurar, se programó la visita de una fiscal delegada para recoger la información necesaria y poder adelantar los tramites.
Esa misma tarde se hizo presente en el centro carcelario una hermosa abogada, con una armoniosa figura, cabello largo bastante lacio, y un rostro angelical, donde destacaban sus enormes ojos color café. Para entonces se le había asignada a Carlitos una celda de mayor seguridad, y perfectamente monitoreada. El encargado de llevarla, fue el dragoneante Duque, quien durante el trayecto tuvo que soportar el efervescente entusiasmo de los reos con la presencia de semejante belleza en la prisión. Sentada en una incómoda silla que le había conseguido el guardián, empezó a realizarse algunas preguntas rutinarias, mientras Carlitos la escuchaba atento, recostado al borde de su cama. Debido a que todavía se encontraba bastante adolorido y agobiado por los últimos acontecimientos, su participación en el interrogatorio fue lacónica, por eso la legista prefirió no saturarlo con preguntas, y decidió continuar al día siguiente. Por una extraña coincidencia Gloria pasaba por el mismo pasillo que la abogada transitaba en ese momento, justo cuando ella abandonaba la celda del interrogado, y no pudo dejar de sentirse sorprendida al ver a alguien tan elegante caminar con bastante desparpajo por el penal.
La siguiente tarde de nuevo la abogada se encontraba por el penal, para iniciar otra ronda de preguntas al penado. Esta vez ambos se encontraban más relejados, y así pudo avanzar un poco más con el interrogatorio; lamentablemente un conato de pelea entre algunos internos que participaban de algunas actividades recreativas en el patio central, hizo sonar las alarmas, y la actividad fue suspendida otra vez. A esa misma hora y después de reprogramar todo, por mera casualidad las dos mujeres se encontraron de frente a la salida del calabozo de Carlitos, justo cuando Gloria apurada, acudía para servir de apoyo tras la trifulca, y la delegada de la fiscalía lo abandonaba. El encuentro fue bastante incomodo pues la jurista la saludo amablemente mientras Gloria se dedicó a contemplarla de arriba abajo como si estuviera inspeccionando a una rival; dejando entrever que no le agradaba su presencia tan regular por ese lugar. Tal vez empezaba a sentirse celosa, pues hacia bastante tiempo que ningún interno le lanzaba piropos, o al menos le hiciera notar lo atractiva que era ella también.
Tres días después la jurisconsulta arribaba al recinto donde estaba recluido Carlitos, curiosamente las charlas eran más distendidas, y menos estrictas, logrando por momentos hasta saltarse el protocolo. Cuando la última visita llegaba a su final, Carlitos le pidió a la jurista hacerle llegar a la enfermera un documento que había escrito para ella, pues por encontrarse totalmente aislado, debido a los acontecimientos pasados, su movilidad estaba restringida, además las había visto compartir algunas palabras, y dándole la sensación de que había algún tipo de amistosa relación. Al momento de recibirla Carlitos le agradeció el gesto, y con bastante cordialidad se despidieron, pero justo cuando ella abandonaba la celda, este le hizo una broma, y ella volteó su rostro para sonreírle. En ese mismo instante se acercaba Gloria que llevaba un buen rato husmeando cerca del habitáculo de Carlitos, y al verse repentinamente sorprendida, torpemente dio un paso errado y tropezó con la jurista. Ese inesperado encuentro ocasionó que la carta que debía entregarle a Gloria cayera de su carpeta de trabajo al piso, sin que ella se percatara de lo sucedido, y para completar la cadena de desaciertos, el Dragoneante Duque que con afán buscaba a la abogada; le pidió el favor de que lo acompañara hasta la oficina del director, quien estaba inquieto por los avances de la legalización de la extradición del reo. De esa incongruente forma la jurista olvido el tema de la carta y se dirigió a cumplir esta cita.
Un poco apenada Gloria permaneció en silencio con su mirada puesta en el suelo, y con una mezcla de vergüenza y celos acumuladas en su mente. Cuando reacciono levemente a este momento de estrés, alcanzó a divisar en el suelo una hoja con la letra de Carlitos, la cual ella reconoció de inmediato. Se agachó con sigilo, la recogió doblándola de inmediato, y salió del pabellón apurada, con rumbo a la enfermería. Allí sentada en su escritorio, con el corazón saltando de su pecho empezó a leerla así.
“Sin proponérmelo desde un comienzo me impactó tu fresca belleza, y tu forma de ser. Empecé a admirarte como si fueras una obra de arte, y a veces quedaba tan embelesado observándote, que algunos de mis compañeros tenían que sacudirme para hacer que despertara.
La timidez que siempre me acompañó, fue el mayor impedimento para dar el primer paso, y la esperanza que albergaba mi ilusionado corazón, de acercarme para exteriorizar mis sentimientos se desvanecía a diario. Mi avasallante amor permanecía en el ostracismo. Una y otra vez busqué la forma de llegar a ti, pero todos esos intentos fueron fallidos, siempre me faltaba el valor, y terminaba dándome golpes en el pecho por mi falta de coraje. Sufría cada vez que recordaba que por varios minutos habías estado a mi lado, pero de nuevo mi voz enmudecía se quebraba.