La mala reputación de Andrea Evich

CAPÍTULO 5

 

No tengo compañía a la hora del receso, y como traigo mi comida de casa, tampoco me veo obligado a ir a la cafetería, el lugar de reunión en la Prepa. 
No tengo amigos aquí o en otro lugar, salvo la señora Pratt. Me pregunto si me siento más cómodo de esta manera, o si mi situación es así porque yo lo decidí, o más bien me veo obligado a que sea así. Tengo claro que soy una persona reservada, pero ¿soy asocial? Quizá debería fundar un club para personas que se sienten como yo. Se llamaría: Personas a las que nos gusta estar solas, pero que tal vez no son asociales. Aunque sería raro eso de querer reunirnos, ¿no?

—¿Ya te acostaste con Andrea?

Escupo la mitad de mi sándwich al escuchar eso. Jesucristo. Beca se sienta a la par mia y, a modo de disculpa, me ofrece la mitad de su sándwich. 
No es justo, el mío era de pavo.

—¿Qué diablos? —pregunto, molesto con ella.

—Supe que ahora son pareja.

—Lo haces sonar como si estuviéramos saliendo, o algo así —resoplo y no puedo evitar sonrojarme. Maldita sea, ¿ahora soy un jitomate parlante?—. Únicamente es mi compañera para el trabajo de Español.

—Eso es lo que quise decir —dice, pero no. Eso no es lo que quiso decir. Aunque no parece estar apenada por ser molesta—. Yo sólo me dejo llevar por lo que dice Radio-pasillo.

Ay no.

—¿Qué están diciendo?

¿Quiero saberlo? Si. No. Si. No.

—Olvídalo, no voy a decírtelo y créeme... tú no quieres saberlo.

No me importa qué digan de mí, yo puedo manejar eso. Pero admito que me preocupa Andrea:

—Es terrible que hablen tan mal de Andrea.

—No es como si no se lo mereciera.

—¿De qué hablas?

—Mejor cambiemos de tema.

—Hoy me dices todo a medias —me quejo.

Definitivamente estoy mosqueado con Beca.

—¿Cómo has estado?

Y así cambia de tema. Mujeres.

Rebeca es una de las pocas personas que me dirigen la palabra aquí. No es como si seamos amigos. Ella es nieta de la señora Pratt y creo que con eso explico porqué me llevo bien con ella. Muchas veces la invité a tomar un café con nosotros. Rebeca me agrada. Es una lástima que esté un grado más abajo, porque eso nos impide vernos más seguido.

—¿Cómo está tu abuela? Ayer quise visitarla pero tuve un imprevisto.

¡Y qué imprevisto!

—Hubieras ido por gusto porque no está en su casa. Tío Fred la llevó con él al campo —dice,  triste—, y eso es muy muy lejos de aquí. Ni siquiera yo puedo visitarla ahora.

Un jaleo interrumpe nuestra conversación y toda actividad en el patio de la Prepa. Aaron, Isaac, Brandon y Andrea entran al trote en el círculo de visión de todos. Ellos tres la están rodeando. Aaron tiene el teléfono móvil de Andrea en sus manos y ella intenta quitárselo, pero no parece molesta. Los cuatro bromean. Intento ignorarlos... aunque creo que soy el único.

—¿Y qué dijo el ortopedista? —intento retomar mi conversación con Rebeca.

—Mírala —dice ella, señalando a Andrea y miro de vuelta—. Le encanta ser el centro de atención.

Andrea está de espaldas a Aaron y él la abraza por la cintura. Ella se retuerce en sus brazos cuando él le hace cosquillas, y después ríe de esa forma graciosa que la hace arrugar su nariz. No entiendo por qué esto es noticia. Andrea siempre está acompañada de Aaron, Isaac y Brandon a pesar de que ellos estén un grado abajo. 
Que Andrea sea amiga de ellos es tan raro como que yo sea amigo de la señora Pratt. ¿No prefiere la compañía de más chicas?

—No tiene una pizca de vergüenza —Beca está molesta—. ¿Sabes qué? Te lo diré: Radio-pasillo dice que coquetea contigo para que hagas la tarea de Español por los dos —confiesa.

Lo que me hace recordar: "No me hagas hablarte de Cleopatra. No sé nada sobre ella. Ayúdame con eso, ¿quieres?"

Y lo hice. Hoy iba a mostrarle fichas con información de Cleopatra que preparé para los dos. Dios, ¿estoy cayendo en su juego?

Beca acuna mi barbilla en su mano y me obliga a mirarla a los ojos:
—No te dejes embobar por ella —dice. Su forma tan propia de tocarme, como si yo le perteneciera, me toma por sorpresa—. Tú eres mejor que eso, Oliver. Eres mucho mejor que eso.

Obediente, asiento con la cabeza.  
Y no digo nada porque no sé qué decir. El asalto me tomó por sorpresa. ¿Qué está pasando aquí? Beca parece darse cuenta de lo azorado que me siento y por lo menos tiene la sensatez de alejarse un poco.

 

Desde que ayer por la tarde Andrea prácticamente huyó de mi casa, siento la terrible necesidad de disculparme con ella. No soy bueno con las palabras. Eso es evidente. Por lo que decidí traerle una manzana. La dejé sobre su banco. 
Cuando Andrea entra al salón y la mira, la evalúa unos segundos como si intentara adivinar qué es. Finalmente la coge y... en seguida lo sabe. Está sonriendo. Se vuelve a mí sintiéndose ligeramente conmovida y sujeta la manzana como si esta fuera un objeto muy valioso.

—Es hermosa —susurra.

—Es sólo una manzana —digo tímido, aunque me siento feliz de que le haya gustado.

Andrea mira de la manzana a mí, por demás agradecida. Puedo notar que está parpadeando, como si quisiera alejar las lágrimas de sus ojos avellanados. ¿Quiere llorar? Oh, no...

—Andrea...

—Es más que una manzana —dice en una especie de ensoñación y después se sienta en su banco.

El salón se llena poco a poco, pero soy ajeno a lo que sucede a nuestro alrededor. Me pregunto qué sucede con Andrea ¿Por qué algo tan insignificante como una manzana...? O quizá su actitud se debe a que le conmueve que me esté disculpando.

—¿Y cómo estás? —la saludo, pero mi voz es un susurro.

No espero a que esta conversación se prolongue demasiado, así como tampoco espero que se vuelva a mí. Sé que ella no quiere que nos vean juntos y el salón de clases ya está lleno. 
Sin embargo, una vez más me sorprende cuando sí se vuelve a mí.




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