El frío me calaba los huesos y estaba temblando. Sentía los ojos tan pesados y contra mi voluntad los abrí. Una cálida mano me acomodaba los cabellos detrás de la oreja.
Lo primero que vi fueron unos ojos marrones llenos de preocupación, a pesar de que sus labios soltaron un suspiro de alivio.
— ¿Qué parte de que te vayas no entendiste, idiota?
La voz me salió raposa y mi intento de reproche fue un fracaso.
—A mí también me alegra verte, cabeza de zanahoria.
Solté una risa débil que terminó en una mueca cuando todo el cuerpo protestó. Me dolía cada maldita parte.
Intenté levantarme, lo cual fue en vano, pero terminé sentada con Arion arrodillado a mi lado. Ya empezaba a oscurecer y eso me hacía pensar cuánto tiempo estuve inconsciente.
—Ya va a anochecer.
Asintió sin dejar de analizarme el rostro.
—Me diste un susto—murmuró antes de extender la mano y limpiar la sangre debajo de mi nariz. Esa pequeña acción me mantuvo quieta y hasta contuve la respiración. —El guardián me iba a matar si te sucedía algo—aclaró con rapidez al ver mi expresión.
Esbocé una mueca antes de que con su ayuda me pusiera de pie. Estiré mi mano para ver como las marcas negras si iban volviendo tenues y que para mañana seguramente ya habrán desaparecido.
Vi como detallaba los jeroglíficos sobre mi piel con cautela y curiosidad a la vez.
—Van a desaparecer—expliqué antes de meter la mano bajo de la capa. —Cuando la magia o hechizo, como quieras llamarlo, es una muy antigua suelen aparecer en la piel esas marcas.
— ¿Duelen?
Asentí antes de hacerle un ademan para continuar nuestro camino, pero a pasos lentos esta vez. No estaba segura de poder andar con rapidez sin sentir dolor hasta en las puntas de mis dedos.
Él aun con el ceño un poco fruncido se ubicó a mi lado. Era alto y tenía que alzar los ojos para mirarle.
—Arden, queman la piel y te debilitan.
—Todo tiene un precio—susurró para después cambiar de tema, lo cual agradezco. — ¿Por qué insistías tanto en que me fuera?
— ¿Alguna vez enfrentaste a una sombra?
Negó serio. Abrió la boca para decir algo, pero volvió a cerrarlo con rapidez. Me sentía muy débil como para transportarme hasta mi hogar, estábamos muy lejos y eso requeriría más energía.
—Las sombras...
—Las conozco, pero nunca me enfrente a una solo.
—Entiendo. Ellas se alimentan de las energías que emanamos todas las criaturas y tú, tu eres un alfa, un banquete delicioso lleno de una fuerte energía.
—Por eso insistías—afirmó y yo solamente asentí porque ganas para hablar de ya no tenía. —No iba a dejarte sola, cabeza de zanahoria.
Sonreí con la boca cerrada antes de sujetarme de su hombro. Mis parpados me pesaban y mis piernas temblaban.
Él reaccionó rápido pasando una mano bajo de mis piernas y la otra por mi espalda, alzándome contra su cálido pecho. No sé si era el frío, yo diría que sí, que me hizo buscar su calor y acurrucarme aún más hacia él.
—Llama a Horus, él sabrá qué hacer—mi voz era apenas audible.
—No sé quién carajos es Horus.
Quería reír ante sus palabras, pero el calor de su cuerpo me llamaba a cerrar los ojos.
—No te soporto, Arion.
Su risa ronca fue lo último que oí antes de sumirme en la oscuridad. En algún momento sentí el cambio de temperatura a mi alrededor antes de acurrucarme en busca de esa calidez una vez más.
***
Sentía el cuerpo pesado. Cada mísera parte era una roca, hasta mis pestañas. Me revolví y tiré de la frazada cuando la mitad de mi cuerpo quedó afuera.
El olor a lavanda típica que había en mi habitación me hizo abrir los ojos sorprendida ¿Cómo llegué aquí?
Miré a través del tragaluz la oscuridad de la noche, las estrellas titilaban en el manto negro del firmamento.
Me senté con brusquedad asustada por el tiempo que había transcurrido. Perdí la noción del tiempo. El ruido de la silla arrastrándose llamó mi atención.
— ¿Qué haces en mi habitación, niño?
Declan se acomodó el pelo detrás de la oreja, nervioso. Se mantuvo a alejado junto a mi escritorio.
—Horus nos pidió cuidar tus sueños.
¿Qué?
— ¿Nos? —cuestioné confundida.
—Asper, Raisa y yo. Hacemos turnos.
Claro que molestaría a los chicos por esto. Podía oír su voz monótona diciendo que todo era parte del aprendizaje. Él poseía una fascinación oscura hacia los retos con esos tres.
—Puedes irte y por favor, dile a Horus que venga.
—Me alegra saber que estás bien, Radella.
Esbozó una sonrisa alzando ambos pulgares hacia arriba y después con la mano derecha apunto mi mesita de noche. Observé la porcelana llena de gomitas dulces y tortitas de frambuesa.
—Eso me sanará completamente, gracias Declan.
Desapareció y unos segundos después Horus venía abriendo la puerta sin cuidado. Su rostro era una piedra, la ceja le temblaba un poco. Estaba molesto e intentaba contenerse.
Me eché hacia atrás apretando la cabeza con la almohada.
— ¿Por qué no me llamaste?
—No empieces.
Odiaba ser la pequeña al lado de ellos. Me trataban como una niñita y no me gustaba. Aborrecía esa actitud sobreprotectora.
—Un lobo te trajo, tienes suerte de que no te haya dejado abandonada allí afuera.
—Él no haría eso—le defendí.
No sabía si era cierto, pero no quería que Horus se molestara con él. Solo yo podía molestarme con Arion.
— ¿Ahora eres amiga de los lobos? ¿Ya olvidaste como uno de ellos te atacó?
—No todos son iguales.
Esas palabras me tildaban como una hipócrita porque unos veranos atrás había dicho que todos estaban hechos de la misma gota. Sacudí la cabeza, pensando en que a veces tomaba decisión apresuradas sin parar a pensar en ello.
A la mierda todo, podía cambiar de opinión cuando quisiese.
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Editado: 15.06.2023