La Maldición de la Luna

Capítulo 22

Ayla se sentía al borde de un ataque de pánico como los que tenía cuando era una niña, volar en avión siempre le causaba esa desagradable sensación que después recordaba como algo no tan terrible hasta que volvía a volar y recordaba lo terrible que en realidad era.

Había pocas cosas que la distrajeran del infierno que era para ella volar, cantar era una de esas cosas.

Riders on the storm, into this house we’re born, into this world we’re thrown, like a dog without a bone, an actor out on loan, riders on the storm —cantó Ayla en voz baja, mirando con inquietud a través de la ventanilla del avión a su lado.

Ayla tenía miedo a las alturas desde que era pequeña, pero eso jamás la detuvo de abordar un avión, había ocasiones en las que era imposible evitarlo, como en aquella ocasión, viajar desde Washington hasta la Ciudad de México habría significado mínimo tres días de viaje en auto mientras que en avión eran alrededor de cinco horas.

Detestaba esa inseguridad en sí misma, porque a pesar de que le provocaba pavor mirar por la ventanilla y ver el suelo tan lejos de igual forma miraba y se negaba a cambiarse a otro sitio donde no hubiera ventanilla. La espalda de Ayla dolía, demasiado tiempo sentada estaba cobrando factura.

—No sabía que te gustaba cantar —dijo William, estaba sentado en el asiento al lado de Ayla pero a diferencia de ella, él estaba calmado y leía un libro con total tranquilidad—, tampoco sabía que te gustaba ese género musical.

—Bueno, nos conocimos hace algunos meses, es normal que no me conozcas —dijo Ayla con malhumor, después soltó un profundo suspiro, tratando de no enfocar su inquietud en William que no tenía la culpa de que el viaje en avión le causara ansiedad—. En realidad no me gusta cantar ni tampoco ese tipo de música, pero escuché a Christina cantándola y se me pegó la letra. Las alturas me gustan aún menos de lo que me gusta cantar así que cualquier distracción es bien recibida.

— ¿Por qué no lo mencionaste? Pudimos viajar en auto.

—Tengo sentido común y prioridades, necesitas volver lo antes posible. Me desagradan las alturas pero no es una verdadera fobia, puedo lidiar con esto, después de todo llegué a Washington en avión, ¿recuerdas? Vengo de Texas, prácticamente de la frontera con México, es una distancia más o menos similar.

William guardó silencio unos instantes.

—Ya debe quedar menos de una hora para que llegamos, queda poco.

Ayla silenciosamente agradeció el intento de William por tranquilizarla, pero seguramente para cuando llegaran a aterrizar ella ya no tendría uñas pues debido a la ansiedad las había mordido hasta el punto de que sus dedos dolían, y el aterrizaje seguro solo la iba a estresar más.

—Si sabes que te disgustan las alturas, ¿por qué no te alejas de la ventanilla? ¿O traes algo que te distraiga?

—Bueno, mi odio por las alturas es mutuo, las alturas también me odian y siempre que vuelo hay turbulencias o cosas así y prefiero estar alerta...

William sujetó la mano de Ayla con cuidado y ella se sintió estremecer, era complicado estar molesta cuando él la miraba de aquel modo, como si fuera su todo, la luz que iluminaba su camino, la miraba como si en realidad la amara y le hacía dudar, la magia había causado su amor, ¿pero no decían en los cuentos de hadas que todo hechizo se rompía con un beso de verdadero amor? ¿No llegaría el momento en el que William encontrara el verdadero amor sin la influencia de la magia? Se sentía egoísta al pensar así, pero las posibilidades le hacían doler el pecho, una opresión desagradable que estrujaba su corazón con fuerza.

—No estás sola —dijo William, a Ayla le escocieron los ojos, sí, estaba sola pero en un contexto que él no entendía, porque a veces veía algo y pensaba en contárselo a sus padres, porque a veces soñaba con pedirle consejo sobre algo a su mamá o se preguntaba si su papá aprobaría su relación.

Viajar sola era un martirio, sí, pero vivir sola era peor.

Sin saberlo, William había alivianado la carga en los hombros de Ayla, o quizá sí lo sabía, él la amaba a pesar de todo y sentía el dolor de la muchacha en si mismo.

—Lo sé. Gracias.

Ayla apretó con levedad la mano de William que aún sujetaba la suya.

—Tú, que crees en la Luna como una diosa, ¿jamás te has preguntado entonces porque no brilla como el sol? Si es una diosa, una mujer con conocimiento omnisciente y con el poder de dar magia, ¿no debería, no sé, brillar? —preguntó con suavidad Ayla, tratando de no sonar demasiado escéptica, en ella ya no quedaba espacio para ningún tipo de escepticismo, quedaba desconsuelo, esperanza, amor, pero ya no quedaba escepticismo— ¿No debería poder iluminar tu camino?

William soltó una pequeña risa, inusualmente cálida en él que solía verse tan frío e inalcanzable.

—No. Iluminar mi camino, iluminar mi vida… Ese es tu trabajo. Eres el más hermoso obsequio que podría haberme dado la Luna.

Y ambos podrían observar como mundos distintos colisionan y se transforman en uno, pero no entenderían que siempre sus voces se alzaban sobre un mundo que no quería escuchar, porque había cosas que nadie entendería nunca pero aquellos que estaban dispuestos a escuchar entenderían que Ayla había unido mundos que jamás se habían unido con éxito antes.

Ayla cambiaba el mundo, no sola, por supuesto, pero lo hacía.

Ellos iban a unir a los hijos del Sol y a los hijos de la Luna.

Habían unido a los humanos y al mundo sobrenatural.

No era solo el poder de la Luna, el poder del Sol, el poder del amor ni tampoco el destino, era todo unido, era magia pura creciendo en su interior.

—Te amo —dijo Ayla, era la primera vez que lo decía desde la discusión que habían tenido y William sintió que podía volver a respirar después de haberse hundido en el agua y dejar de hacerlo por un largo tiempo.

—También te amo.




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