Epílogo

Cuando sea de noche, el Sol y la Luna pelearán de nuevo, una batalla momentánea que durará una ida y un regreso. Cuando sea de noche, se alzarán los cuatro, persiguiendo algo que han conseguido ya hace más de mil años.

Tres veces más triunfará la verdad sobre aquel cuento, y cuando la falta del hijo deje de ser algo nuevo, el destino de todo dependerá de lo que se cree enemistad sin remedio.

Dos personas marcan el rumbo, el camino se define no por uno.

Unión, amor y verdad destruyen un legado que ya no puede continuar.

Los enemigos son amigos y al revés, porque cuando la pelea entre la luz y las sombras sea un empate, nadie o todos sobrevivirán a la masacre.

Vienen por ellos, vienen por ustedes, y ni la magia ni el poder pueden hacer nada contra esa enemiga que acecha en ciernes.

Christina se levantó, jadeando, las sábanas se pegaban a su piel y esta se veía perlada por el sudor, pero no se detuvo en ello, no podía, no cuando la agobiaba la certeza del futuro. La daga no había cumplido su objetivo, la Luna se había resistido a dejarla ir, ella todavía la elegida, pues solo aquellos hijos del Sol con la bendición de la Luna podían dictar el futuro, y ella acababa de dictar una última profecía.

Ella caminó hasta la ventana y miró a través del cristal, directo hacia la Luna, lamentándose, porque de ella dependía ahora esparcir el mensaje, pues era la otra elegida, y mientras Ayla había sido la voz de la libertad y la justicia, Christina era la voz del futuro, un futuro mucho peor de lo que todos habían creído.

Con un suspiro, salió de su habitación. Acudiría al alfa, aun si él se enfadaba por molestarle la noche en la que nació su hijo, su primogénito, pues no tenía alternativa.

Ya no podía seguir fingiendo que olvidaba los mensajes, no podía seguir fingiendo que no conocía el futuro que se avecinaba.

Ella era la emisaria del destino. ¿Y las palabras que aún resonaban en su cabeza como una canción pegadiza? Esas eran una profecía, la Profecía de la Luna.