Sky no estaba bien. Se sentía extraña. Un presentimiento de soledad se había apoderado de su mente y se negaba a abandonarla, por mucho que ella intentase disiparlo. Por más razones que buscase, no conseguía entender el comportamiento de su madre, porque ya no tenía ningún maldito sentido.
El miedo en los ojos de Karol en el momento de la discusión se había quedado grabado en su retina. No era un miedo común, ni sano. Era un miedo terrible. Un miedo... desesperado. Sky se había dado cuenta hacía algunos meses que su madre se negaba a dejarla ir, y que por ese motivo se aseguraba de llenar la ciudad de guardaespaldas. Aún no se había atrevido a pensar en lo que podría pasar si decidía irse. ¿Su madre enloquecería?
La situación la estaba martirizando. Se sentía atrapada y, para ella, no había nada peor. La sensación casi asfixiante de salir de aquella casa apareció de golpe, como un relámpago en el cielo, e iliminó cada parte de su razón. Ya no se trataba tanto de entender a su madre, sino de entenderse a ella misma. Y comprendió que era perfectamente normal desear una vida sin decenas de hombres a su espalda, protegiéndola de un mundo imaginario donde cada persona es sospechosa. Ya no lo quería.
Desde que había vuelto de California, se dedicó exclusivamente a pensar en Alex y en lo mucho que deseaba volver a verlo. Y, cuando le quedaba tiempo, discutía con su madre por la exasperante obsesión de ésta. No tuvo un momento de paz y distracción, como generalmente estaba acostumbrada. Antes de volver, estaba convencida de que la mujer que la había criado era una persona maravillosa que se merecía todo lo bueno del mundo. En ese momento, sin embargo, comenzaba a sospechar de todo. De hecho, ya no parecía una madre preocupada por su hija, como creía con anterioridad. De repente, era una loca con deseos de sobreprotección. Y no quería verla de ese modo. Se negaba a aceptar que su madre, la mujer tierna y dulce que conocía, era una lunática.
Sky tomó una bocanada de aire, sacó su móvil y llamó a Clara.
Al segundo timbre, su mejor amiga contestó con su habitual simpatía.
-Amooor -saludó, en un tono cálido.
-Clara... ¿te importaría verme en el bar de siempre? Creo que necesito un poco de aire.
-Por supuesto. ¿Está todo en orden? -preguntó la otra, alarmada.
-Sí, no te preocupes -le aseguró-. Te veo allá en una hora.
Colgó, y dirigió su vista a la puerta. Estaba convencida de que había, por lo menos, dos personas custodiándola. ¿Qué mierda de vida era esa?
Se levantó y recorrió la habitación, pensando en alguna manera de salir de allí sin que nadie lo notara. Definitivamente, era imposible. Tenía a todo el pelotón de seguridad en cada parte de la residencia.
¿Por qué tenían tanta seguridad?
Abrió su armario y escogió la ropa que iba a ponerse. Una vez lista, simplemente se maquilló las pestañas y salió de su habitación. Al abrir la puerta se encontró, como era de esperar, con dos hombres que la observaron con disimulo.
Ni siquiera se molestó en saludarlos. Se alejó de ellos con la barbilla en alto, defendiendo su libertad, y bajó las escaleras de dos en dos. Su madre no estaba a la vista, así que no iba a ser necesario perder el tiempo con ella. Salió de la mansión sin inconvenientes, aunque sentía las miradas del equipo de seguridad a sus espaldas. Atravesó el jardín, pasó por delante de varios hombres y, cuando llegó al enorme portón de hierro, carraspeó para llamar la atención del guardia.
-¿Podría abrir la puerta? -solicitó con amabilidad.
El hombre, de no menos de cincuenta años, se limitó a observarla. No respondió, ni hizo el amague de abrir. Nada.
-Señor... -insistió ella, comenzando a irritarse.
-Lo siento, señorita Sky, pero su madre ha dado la orden de que nadie podría salir de la residencia. Si lo desea...
-Lo único que deseo es que abra la maldita puerta -interrumpió Sky, incrédula.
¿Su madre había dado esa orden? ¿por qué?
Estaba a punto de sacar su móvil para llamar a su madre y desafiarla, pero no fue necesario. Por el micrófono del portero eléctrico se oyó su voz.
-Déjala salir, Joseph -ordenó Karol con un tono cansado.
Joseph no tuvo que oír más. Automáticamente, el portón gigante comenzó a abrirse y, antes de que lo hiciera por completo, Sky salió huyendo de aquel lugar.
Una vez fuera del terreno de su madre, sintió que un peso enorme se quedaba del otro lado. Respiró profundo y exhaló el aire, aliviada. Nunca había experimentado una sensación parecida. Algo raro estaba ocurriendo, y no sabía identificar de qué se trataba.
Llegó al bar unos minutos antes. Decidió quedarse en una plaza para pasar el tiempo, notando que se había apresurado. Su necesidad de escaparse de aquel lugar fueron mucho más fuertes, y eso la preocupaba. ¿Por qué, de repente, no deseaba estar en esa casa? ¿se trataba del lugar, o de su madre? Aún no lo comprendía, pero no soportaba la idea de regresar. Sentía que, si lo hacía, no podría volver a salir. Y le daba pavor saber que ese presentimiento no era una simple imaginación. ¡Por Dios, había dado órdenes para que no la dejaran salir!
En cuanto se sentó en una mesa, Clara apareció por la puerta del bar y, al verla, sonrió. Se acercó a ella con una actitud tranquila, pero preocupada.
-Hey -exclamó sin entusiasmo, sentándose frente a ella-. ¿Por qué uno de los hombres de tu madre está vigilando la zona? -quiso saber, extrañada.
Sky estaba atónita.
-¿De qué hablas?
-Antes de llegar, uno de ellos se acercó a mí para advertirme de que tuviéramos cuidado. ¿Qué está pasando, Sky? -cuestionó.
La castaña palideció.
-Quisiera poder decírtelo, pero no lo sé. Mi madre se ha vuelto loca desde ese dichoso viaje -explicó, cubriéndose el rostro con ambas manos-. Se ha vuelto loca -remarcó.
Editado: 26.01.2022