Josh
Tenía años que no me enfermaba de resfriados, nunca.
Por eso estuve sorprendido de amanecer como si un camión hubiera pasado encima mío. Mi cuerpo se sentía débil y para finalizar, tenía tos y ojos llorosos. Kennedy insistió en qué me tomara una licencia aquel día, sin embargo me rehusé a hacerlo. Había muchos pendientes para faltar al trabajo un día, además, solo era un leve resfriado.
Al menos eso pensé hasta que sentía la tos ahogarme cada cinco minutos.
En algún punto llegó Maxine a saludar como siempre hacía y debió entender que no quería visitas porque me dejó tranquilo, incluso se disculpó por todo. Un par de horas después entró a dejar una taza de té en mi escritorio aclarando que no estaba envenenada y se fue.
Si era honesto, tuve mis dudas sobre aquel té, bien podía ser su venganza por casi dejarla sola en el bosque. Aunque ya no supe más de ella ese día, al menos después de haberme desmayado. Según Kennedy estaba preocupada por mí, pero lo dudaba mucho.
Cuando tomé el té y este dio sus efectos, la verdad es que si me sentí un poco mejor de la garganta. La tos disminuyó y agradecí eso, salí y me encontré a Maxine escribiendo en una libreta, solo dije rápidamente un gracias y me volví a meter a la oficina sin esperar una reacción.
Siempre me sentía tan extraño a su alrededor.
Al llegar la hora de la comida, la encontré parada afuera de mi puerta luciendo algo nerviosa. Alcé mis cejas.
—¿Pasa algo?
Ella negó.
—¿A dónde piensas comer?
Lo más normal era esperar a que Kennedy me trajera comida, pero ese día le dije que no era necesario. No tenía tanta hambre.
Alcé mis hombros.
—No lo sé.
Eso pareció animarla.
—Conozco un sitio, podríamos ir…si quieres —metió las manos en sus bolsillos del suéter que llevaba.
¿Qué clase de sitios confiables podía conocer Maxine?
—Juro que cumplen con todas las reglas de sanidad posible —dijo leyéndome el pensamiento y rodando sus ojos.
—Ok.
No supe el porqué esta vez confié en su juicio, todo lo que me pasaba a su alrededor normalmente estaba ligado a desgracias, pero quizá esta era su forma de disculparse por lo de aquel día. Seguí a Maxine por un par de calles más y llegamos a un sitio pequeño donde vendían comida sin carne. No me sorprendía que ella no comiera comida de origen animal, en realidad, era algo que se esperaba de ella.
Nos dieron una mesa al fondo y hasta el momento todo se veía bastante limpio. Las mesas eran decoradas con macetas pequeñas y todo el lugar parecía sacado de un lugar exótico.
Maxine me miró con más atención de lo normal, como si estuviera tratando de descubrir algo.
—¿Qué? —pregunté.
—Solo estaba tratando de averiguar si estás mejor.
—Estoy mejor, el té funcionó.
Una joven llegó a darnos los menús y Maxine que al parecer ya conocía el sitio, pidió una ensalada para cada uno. Pudo molestarme qué ella decidiera por mí, pero aquel día no estuve de humor para discutirlo.
—Podrías tomarte el día libre, ¿sabes?
—Soy el director general, no puedo dejar todos los pendientes por faltar un día.
Ella puso sus ojos en blanco.
—Estás enfermo, se entendería que faltes. No tienes que hacerlo todo como un robot cuando te sientes mal.
—No es ser un robot, son responsabilidades.
De mí dependía toda la empresa y sabía que al faltar muchas personas comenzaban a holgazanear. Si yo no estaba nadie iba a encargarse de las cosas difíciles.
—¿Hay algo que hagas además de trabajar hasta el cansancio? ¿Qué haces los fines de semana?
Lo pensé.
—Salgo a correr, reviso algunos correos y duermo temprano.
—¿Por qué revisarías correos del trabajo en fin de semana?
—¿Por qué no habría de?
No entendía qué hacía mal.
Maxine me miró como si estuviera tratando de entender un cubo rubik.
—No tienes otros hobbies, ¿ir al cine? ¿pintar?
—No tengo tiempo para esas cosas.
Abrió sus ojos con sorpresa.
—Entonces, toda tu vida se limita al trabajo y correr.
—Básicamente —asentí.
—¿Y qué hay de tus sueños?
—No tengo ninguno.
Maxine se quedó en absoluto silencio, tratando de entender mi respuesta.
—¿Me estás diciendo que no tienes ningún sueño, ninguna aspiración? ¿Nada te motiva?
Su pregunta sonaba a la clase de ideas filosóficas para dar un respuesta más profunda. No, yo tenía ningún sueño porque no lo necesitaba. Mi vida estaba bien como era, me gustaba mi trabajo y no nos necesitaba de nadie más para eso.
Tampoco tenía la necesidad de estar pensando en nuevas aspiraciones, ya lo tenía todo, ¿para qué ambicionar algo más?
Maxine en cambio, estaba mirándome como si me acabara de salir un tercer ojo en la frente.
—La idea de los sueños solo es una ilusión que siempre pintan en las películas, Maxine. Puedes vivir perfectamente sin estos y está bien.
—No estoy de acuerdo en eso, si no tenemos sueños o ilusiones entonces, ¿para qué estamos viviendo?
—Es una idea tonta, no necesitas de sueños para seguir respirando. Al contrario, los sueños tienden a hacernos pensar que estamos inconformes con lo que tenemos y qué necesitamos más.
La mesera llegó con nuestras ensaladas y bebidas, dejándolas en la mesa. Maxine miró su plato y luego me vio a mí con tristeza.
—Es bonito, no porque uno esté inconforme, sino que siempre es bueno querer mejorar, tener motivaciones. No sé, casarse, comprar una casa en la playa…
—Simplemente son ideas que da la mercadotecnia. Crees que realmente quieres eso, pero son sueños impuestos, irreales incluso.
Ella se quedó en silencio pensando en mi respuesta. Quizá hubo un momento en mi vida en el qué soñé con algo con tanta fuerza, pero era un sueño demasiado lejano e imposible.
Porque algunos sueños eran eso, imposibles de lograr. La idea de soñar era impuesta por la sociedad para hacernos querer más y más, comprar y vender. Un sistema que sirviera para hacer crecer a los ricos y dejar a los pobres más pobres.