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Darren salió al jardín y caminó hacia el árbol donde Anjana solía vivir. Al llegar junto a él, se sentó sobre el pasto, recargando su espalda en el tronco y se dedicó a mirar en silencio el paisaje. Su Anjana ya tenía varios meses de haberse ido y él la echaba muchísimo de menos. Así que, todas las tardes, al regresar del trabajo, venía a sentarse en el mismo lugar, a pensar en ella.
Por su madre, sabía que la joven estaba en España, en la región de Cantabria, y que las cosas le iban maravillosamente bien. Oonagh se mostraba muy orgullosa de los logros de la pequeña mariposa del ala rota quien, a pesar de su limitante, se había esforzado al extremo, al grado de volar como todas las demás y alcanzar todas las capacidades requeridas para cumplir su misión. ¡Y lo estaba haciendo muy bien! Según palabras de su madre.
Darren, aunque nostálgico y frustrado por no poder estar con Anjana, en realidad se sentía muy orgulloso de ella y de lo bien que se había rehabilitado. Sabía que, aunque él la extrañara y se sintiera incompleto sin ella, Anjana estaba haciendo feliz a muchísima gente en donde se encontraba.
Soltando un suspiro, cerró los ojos. Empezaba a adormilarse cuando un leve ruido lo hizo despertar.
Al mirar frente a él, descubrió a su hermosa Anjana de pie a un par de metros, mirándolo con una dulce sonrisa. La joven lucía radiante, mucho más hermosa de lo que recordaba.
― Por fin regresaste. ― Dijo él simplemente, sin moverse.
― Regresé. ― Asintió ella sin dejar de sonreír.