El despertador sonó como siempre: con ganas de arruinarme la existencia.
—¿En serio de nuevo? —murmuré, enterrando la cara en la almohada.
Lo apagué a manotazos y me quedé ahí unos segundos, pensando en nada... y en todo al mismo tiempo. Lili. Emma. El taller. Las palabras del día anterior que todavía me daban vueltas como si fueran mosquitos emocionales.
Cuando finalmente logré pararme, mamá ya estaba abajo cantando con la radio como si fuera finalista de un reality.
—¡Buen día, florcita! ¡Mitad de semana, mitad de ánimo! –gritó desde la cocina.
Yo respondí con una especie de gruñido educado y bajé medio arrastrada.
El desayuno fue más silencioso de lo normal. Papá hojeaba el diario. Mamá pelaba una naranja con una concentración que daba miedo.
—¿Todo bien? —preguntó ella al verme con la tostada en la mano sin morder.
—Sí... creo que sí.
Mentira. No estaba "sí". Estaba "mmm". Como cuando sabés que algo no encaja pero no podés explicar qué.
Me vestí rápido, guardé el cuaderno del taller con un cuidado excesivo —como si ya llevara dentro una novela entera—, y salí a la calle con paso firme pero cabeza nublada.
El cielo estaba medio gris. No triste, pero como si también tuviera sueño. El viento me revolvía el vestido, y la flor en el pelo hoy no quiso quedarse quieta. La acomodé tres veces antes de rendirme.
Cuando llegué al colegio, lo primero que hice fue buscarla con la mirada.
Lili.
Mi mapa humano. Mi brújula. Mi Wikipedia ambulante.
Pero no estaba.
Miré por todos lados: la entrada, el banco donde siempre se sentaba, el pasillo de los carteles, el kiosco, el rincón de las medialunas... nada.
Caminé hacia el aula, intentando convencerme de que simplemente había llegado tarde. O temprano. O... algo.
Me senté en nuestro lugar de siempre: segunda fila, punto estratégico para fingir atención sin renunciar al susurro. Saqué mi cuaderno, acomodé el estuche, miré la puerta.
Nada.
Pasaron cinco minutos. Diez. La profe entró. La clase empezó.
Y Lili no llegó.
Me pasé toda la hora lanzando miradas a la puerta como si pudiera convocarla con el pensamiento. Cada ruido en el pasillo me hacía levantar la cabeza. Cada sombra me daba esperanza.
Pero no apareció.
En el recreo, fui al baño, al patio, incluso a la biblioteca. Ni rastros. Nadie la había visto. Nadie parecía notarlo... salvo yo.
Y en el fondo... no sé si estaba preocupada. O dolida. O ambas.
Porque Lili era muchas cosas: ruidosa, divertida, exagerada. Pero no era de desaparecer.
Y menos sin avisar.
Me senté sola en un banco. El mismo donde hablábamos de libros y flores y mapaches.
Y por primera vez desde que empezó el colegio... me sentí un poco fuera de lugar.
Como si mi compañera de aventuras hubiera cerrado la tapa del mapa y me hubiera dejado sola en medio del bosque.
Sin aviso.
Sin despedida.
Sin respuestas.
La mañana se volvió infinita sin Lili.
No fue solo que me sentara sola en Lengua. Fue que nadie me tiró chistes por lo bajo. Que nadie garabateó bingos secretos. Que nadie me explicara la vida del colegio como si fuera una serie con mil temporadas. Sentí que los pasillos hacían más eco. Y que los minutos caminaban con patas de plomo.
En Ciencias Sociales casi levanto la mano para decir "¿alguien sabe dónde está mi amiga?", pero me contuve. No quería parecer loca. Solo un poquito perdida. Que tampoco es tan distinto.
La segunda clase pasó igual. Yo mirando la puerta como si Lili fuera a entrar volando con capa de heroína escolar. Pero nada.
Empecé a pensar cosas raras. ¿Y si se enfermó? ¿Y si se enojó conmigo? ¿Y si me hizo ghosting educativo por preguntar demasiado por Emma?
No podía evitar pensarlo.
Hasta que, al fin, llegó el recreo largo. El almuerzo. Mi última esperanza.
Salí al patio con el corazón latiendo como si fuera a presentar un trabajo práctico en público con una cartulina arrugada.
Y ahí estaba.
Lili. En su banco de siempre, comiéndose una medialuna como si nada. Como si no se hubiera evaporado toda la mañana.
—¡Ey! —me acerqué, confundida pero aliviada— ¿Dónde estuviste?
—¡Pili! Ay, perdoná. Me llegó un turno médico rarísimo esta mañana, de esos que no se pueden mover. No llegué a avisarte porque me quedé sin batería y encima me olvidé mi cargador. Fue un caos.
—¿Estás bien?
—Perfecta. Me hicieron un estudio en la pierna que me duele desde que nací, pero ya está. Todo bien. Estoy viva, sin mutaciones.
La miré entrecerrando los ojos.