La red de pesca le rodeaba el cuello y le impedía respirar. Su vista era nula, de los hermosos paisajes que disfrutaba seguido, solo quedaba un rayo de luz fragmentado por las líneas verdes de su mortal trampa. Intentaba mover las alas pero la red era tan grande que incluso sus preciosas extenciones se encontraban como víctimas. Hace horas que había detenido sus graznidos pues estaba completamente seguro que nadie lo estaba escuchando, o si lo hacían no iban a socorrerlo. Ningún animal sensato se acercaba a los paraderos de muerte en los que se había convertido el océano o cualquier fuente hídrica. Él mismo habia visto varios animales morir de forma agónica a causa de la basura que infestaba el mar e infundía mas terror que los depredadores o la lenyenda del kraken. Era la mas reciente ley natural. Para mantenerte a salvo debes hacer caso omiso de la muerte de los demás, incluso si son de tu propia especie o de tu manada.
Su madre le habia advertido desde que habia dejado el cascarón sobre los peligros que albergaba el mundo. Los depredadores, la trampas y finalmente de los seres humanos. Criaturas vengativas con sed de poder que infestaban su propio hogar con tal de conseguir mas basura que terminaba en la madre tierra y en la diosa agua. Había escuchado historias de grandes y heroícas águilas capturadas y reducidas, de peces envenenados y de aves cautivas, pero nunca imaginó que le sucedería tal cosa.
Las horas avanzaban y cada vez se sentía mas cansado, sin embargo no se rendia, esperaba que alguno de sus congeneres le brindara ayuda a pesar del peligro que pudiesen correr. Aún quedaban animales valientes y honorables en el mundo; con nostalgia recordó a su madre. Ella era realmente hermosa, igual que él. Tenia un magnífico pico naranja y sus plumas eran del color de la nieve. Siempre tan amorosa, llevando gusanos y luego algunos pequeños pescados. Solía contarle sobre su padre quien había decidido dejar el nido para conocer el mundo. Él siempre quiso hacer lo mismo. Viajar y conocer. Incluso había logrado emigar a lugares inolvidables.
Se removio. Las patas le dolían. Cada vez su fuerza disminuia con cada segundo que pasaba. Podía escuchar el sonido cercano de los grillos calmandolo con su melodía. El resplandor de la luna le acariciaba las plumas y mandaba brisas de paz.
Por una vez mas intento quitarse la red, pero era imposible. Estaba pegada, como una mascara de fealdad infinita, cubria su rostro y lo fundia con los desechos esparcidos en todo el lugar. Se rindio. Sabía que no habia nada que hacer, era como en las historias, inevitable. Anheló con todas sus fuerzas que la madre tierra lo adoptara cuando pasara a formar parte de ella.
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Editado: 03.11.2018