Asther me miró boquiabierto, parecía asombrado por mi audacia. Sus ojos azules parecidos al zafiro me miraban con desconcierto, sus labios carnosos se veían apetecibles, por un momento tuve el impulso de besarlo. Realmente, quería hacerlo, por lo que no me contuve, no podía detenerme, incluso cuando mi conciencia me hacía ver lo mal que estaban mis acciones y las consecuencias que podía enfrentar. No le hice caso. Actúe por instinto. Sin embargo, fui detenida antes de que pudiera llevar a cabo mis acciones.
— Tú, ¿qué se supone que estás haciendo?, ¿por qué te acercas tanto?
— Que-quería ver tu nariz. ¿O qué?, ¿acaso pensabas que te iba a besar?
Me excusé sintiéndome culpable. Dios, ¿qué diablos iba a hacer? Ya me imaginaba lo que hubiera pasado si lo hubiese besado, en este momento de seguro estuviera debajo del árbol con algún hueso dislocado y no sentada a su lado.
— Eso parecía, me estabas mirando con una cara nauseabunda.
— ¡Oye! Mi cara es hermosa sin importar la expresión que haga. Y no, no quería besarte, ya te dije que quería ver tu nariz.
— ¿Y por qué querías ver mi nariz? — cuestionó, su voz bajó una octava haciendo que sienta cosquillas en mis oídos.
No me había dado cuenta antes, ya que Asther no solía hablar con nadie, así que no tuve el tiempo de apreciar su voz como en este momento. Puesto que, las pocas veces que habló conmigo fue porque lo había molestado tanto que no podía quedarse callado. Asther parecía ser alguien de pocas palabras. Con una actitud fría, indiferente y con un aura amenazante. Desde fuera se veía así.
Pero, para mí, él se veía solitario. Sus ojos aunque muchas veces se veían fríos como un trozo del hielo, pude ver que había algo más en su interior. Asther no solo tenía cicatrices en su rostro sino en su alma, quizás eso era lo que me hacía acercarme a él, sin importar su identidad o el claro desprecio que parecía sentir no solo conmigo sino con todos a su alrededor.
— Para comprobar si tenías vellos, es que tu nariz luce tan perfecta. Dime, ¿la operaste? — le dije risueña.
Asther me miró como si estuviera loca. Bueno, no lo culpaba. Tenía muchas razones para pensarlo. Incluso a veces me debatía si debía ir al psicólogo. Luego como si hubiera encontrado algo divertido en mi pregunta soltó una carcajada. Lo observé maravillada, su risa era hermosa. Incluso con la mitad de su rostro oculto detrás de una máscara, su belleza era algo que no pasaba desapercibida. El aire varonil y heroico que lo envolvía así como esa aura dominante, sus ojos curvados en lunas crecientes mandaron una flecha directo a mi pecho. Mi corazón empezó a latir de manera desenfrenada.
Parecía que Cupido estaba haciendo de la suyas.
Sin embargo, pronto el ambiente agradable se evaporó, como si Asther se hubiera dado cuenta de que reír a carcajadas no iba de acuerdo con su imagen de chico que odia al mundo, paró de reír y me observó con desagrado.
— Tienes una risa hermosa, deberías reír más — le dije mientras observaba alrededor —. Este es un buen lugar para descansar, tiene una buena vista.
— Y tú sabes cómo dejar sin palabras a cualquiera — dijo.
— Ese es mi talento.
Asther me observó por un momento, sus ojos me miraban como si fuera un bicho extraño, algo que no podía entender. Luego como si hubiera tomado una decisión, se bajó del árbol de una manera que me dejó con la boca abierta, dado su rapidez.
— ¿Por qué te vas? — le pregunté tratando de seguirlo. Pero ante la mirada fría que me dio, solo pude observar como se alejaba.
Tsk. ¡Qué idiota!
Contemplé por un momento más las nubes del cielo antes de bajarme, mientras trataba de bajar del árbol, mi pie se enredó haciendo que cayera del árbol, cerré los ojos esperando que el golpe que iba a recibir por la caída no doliera tanto. Sin embargo, el golpe que espere recibir nunca llegó, antes de que cayera al suelo un par de brazos fuertes me sostuvieron. Cuando abrí los ojos me encontré con el gris más profundo que alguna vez vi en la mirada de alguien.
— Cada vez que nos vemos estás en una situación divertida, rubiecita — comentó. — ¿Acaso lo haces a propósito?
Bastián sonrió de manera diabólica, no había felicidad en su sonrisa, más bien notaba cierto aire de ironía y frivolidad.
— Puedes bajarme. — le dije, ya que me sentía incómoda en sus brazos.
Él no me gustaba. Había algo que me causaba desagrado. No sé si era su actitud o la sonrisa hipócrita que siempre colgaba en sus labios que para los demás podría ser tomada como una sonrisa cordial.
— ¿Ni un gracias por salvarte? — mencionó con burla antes de quitar sus brazos de mi cuerpo haciendo que cayera al suelo.
— ¡Oye!
— Dijiste que querías que te soltara, solo estoy siguiendo tus palabras.
Apreté los puños a mi costado evitando cometer algo de lo que me podría arrepentir. Nunca pensé que tendría que controlar mi temperamento. A este paso bien me podría convertir en una santa.
— ¿Por qué no dices nada?
— Gracias — escupí la palabra como si fuera un insulto.
Bastián levantó una ceja, luego miró alrededor como si buscará a alguien. Tal vez estaba buscando a su hermano, Asther.
— Parece que no está aquí. Nos vemos rubiecita, procura no trepar árboles, no podré salvarte siempre.
Tras decir aquello se fue. De todas maneras, ¿quién necesitaba su ayuda? Arreglé mi uniforme sintiéndome frustrada antes de regresar al aula.
Las clases de la tarde pasaron sin ningún percance, cuando regrese a casa lo único que quise hacer fue acostarme a dormir.
— ¿Seguro qué no necesita nada, mi señorita? ¿No desea que le traiga la comida a su habitación?
— No, gracias. Más tarde en la cena comeré.
— No es que sea entrometida. Pero se ha estado saltando las comidas y eso no es bueno para la salud. En este momento, quizás ni sienta nada, pero en unos años tendrá secuelas.
— Gracias por tu preocupación, Giovanna. Pero no tengo hambre. Más tarde en la cena, prometo comer.
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Editado: 17.11.2024