La memoria indeleble

Capítulo 22. El asalto

Aún había varias cosas que no llegaba a comprender. Mi padre lo adivinó sin que tuviera que preguntárselo.
—Puedo escuchar tus pensamientos como si fueran míos. Hay dudas que te corroen por dentro, tan molestas como una piedra dentro de un zapato. Puedes preguntarme lo que quieras.
Asentí. Sentado a su lado todo parecía muy fácil.
—¿Es verdad que mamá asesinó al que habría sido mi hermano?
—No, Diego. Tu madre hubiera sido incapaz de hacerlo. Pero todo el mundo lo creyó. Incluso aquellos que decían ser mis amigos.
—Ellos están convencidos de que fue mamá la que, trastornada por la muerte de su hermano, quiso vengarse sobre ti matando al fruto de vuestro amor.
—Ellos no saben nada. Tú madre me quería y quería a nuestro hijito. Jamás me reprochó la muerte de su hermano. Siempre supo que se trató de un terrible accidente. El día que tu hermano murió yo estaba en casa de Estrella. Había acudido a explicarle que pensaba escribir un nuevo libro y que no iba a contar con ella para publicarlo. Llevaba meses dándole vueltas en la cabeza algo que Estrella había dicho en una de nuestras conversaciones y que no podía apartar de mi mente. Una simple frase que me hirió muy profundamente y que sin duda dijo sin darse cuenta de que la decía frente a mí: «Rodrigo nunca habría sido nada sin mí». Quería demostrarle que se equivocaba y por eso decidí prescindir de su ayuda. Al regresar a casa, me sorprendió ver un automóvil que circulaba en dirección contraria a la mía, pero que sin duda provenía de mi propia casa. Era un automóvil muy elegante. Demasiado para el barrio en el que vivíamos. Al entrar...
Rodrigo Peralta, mi padre, tuvo que respirar hondo para poder seguir hablando.
—Al entrar en casa encontré a tu madre abrazando a nuestro hijo. Ella parecía en trance. Le acunaba y le cantaba una nana que quedó grabada en mi mente por el espanto que sentí después. Luego me di cuenta de que el bebé no lloraba. Su cabecita caída y sus ojos abiertos de par en par. Casi como si pudiera verme, pero con la mirada fija en un punto del techo. Muerto. Asfixiado.
—¿Crees que fue el abuelo el que lo mató? —Dije, espantado a mi vez al adivinar la verdad.
—No lo creo. Lo sé. El mismo me lo dijo.
»Fue durante el entierro de nuestro pequeño. El todopoderoso don Jaime Ramos. Dueño y señor de todo cuanto le rodeaba, incluida la pequeña tumba de mi hijo, se acercó hasta mí y me acusó de haber vuelto loca a su propia hija. 
» —Nada de esto hubiera pasado si no te hubieras casado con Clara —me dijo —. Para mí siempre serás el asesino de mi hijo y nunca terminarás de pagar con tu sufrimiento lo que hiciste. ¿Qué se siente al perder a un hijo? Ahora ya lo sabes, maldito. Yo te he quitado lo que más querías igual que tú hiciste conmigo. Ahora te robare el cariño de tu esposa. La acusarán de homicidio y con suerte acabará en un psiquiátrico. Nunca la tendrás. No dejaré que tengas nada. Vivirás solo y en continuo sufrimiento hasta que yo decida cuando has de morir. 
» Moví cielo y tierra para evitar que Clara fuese acusada de asesinato. Con la ayuda de Braulio y con todo el dinero que poseía, logré que un médico dictaminara que la muerte de nuestro hijo fue debida a lo que suelen llamar muerte súbita del bebé. Una enfermedad desconocida que afecta a muchos infantes.
»Aquello no le gustó nada a tu abuelo. Su plan de encerrar a su propia hija en un psiquiátrico de por vida se vio frustrado por mí y nunca me lo perdonó. Aunque que ya eran demasiadas las cosas que no pensaba perdonarme. 
» Durante un tiempo desaparecimos tu madre y yo. Estuvimos viviendo en una pequeña casita, en un pequeño pueblo junto al mar. Una casa propiedad de Braulio que nos había cedido por tiempo indefinido.
»Allí pasamos nueve meses y al volver a Madrid y cuando los ánimos parecían haberse apaciguado, tu madre estaba embarazada de ti, Diego. 
»Escondimos este hecho a todo el mundo excepto a Braulio, a Julián y Anibal. No quise decírselo a Estrella porque conocía su afán por contarlo todo. Demasiado locuaz con los asuntos ajenos. Además sabía que ella sentía algo por mí y quería evitarla cuanto fuera posible. 
—¿Hubo algo entre vosotros dos? —Pregunté —. Creo que tengo derecho a saberlo. 
—Nunca hubo sexo entre nosotros si eso es lo que quieres saber —Respondió mi padre y le creí. 
» Durante un tiempo y hasta tu nacimiento fuimos muy felices. Tu abuelo parecía habernos olvidado y mi libro se escribía solo. Casi lo tenía terminado cuando tú naciste. Fue entonces cuando todo se fue a la mierda. 
»Al enterarse tu abuelo de tu nacimiento volvió a aparecer por nuestra casa. Tu madre estaba aterrada pensando que podría hacerte lo que ya había hecho con tu hermano. Pero aquel día yo me encontraba en casa. Me enfrenté con él y estuve a punto de llegar a las manos. Conseguí echarle de nuestra casa y cuando se iba, rojo de rabia, dijo unas palabras:
»Estás muerto Rodrigo. Muerto, ¿me oyes?
»Cumplió su amenaza. Una semana más tarde era detenido por la policía y llevado a comisaría. Allí, gracias a Dios se encontraba Braulio, que rápidamente ideó un plan para hacerme desaparecer. 
»Fue gracias a él, a mi mejor amigo, que logré sobrevivir. Había recibido órdenes de lo más alto de hacerme desaparecer. La acusación. Persona molesta para el régimen. Un apestado. De no ser por el inspector Braulio Gallardo hubiera acabado en una cuneta como muchos otros. 
» Él me dio la oportunidad de seguir vivo y de poder vengarme y... Eso es lo que pienso hacer.
—Y yo voy a ayudarte —dije. 
—Tú te mantendrás al margen. 
—Era mi madre la que murió por su culpa y también mi hermano a quien nunca conoceré gracias a él y también lo haré por ti, padre, por todo cuanto has sufrido. 
—No soportaría ver a otro hijo mío muerto. Debes permanecer aparte. Anibal te protegerá, él siempre lo ha hecho aunque tú no lo supieras. 
—Llegué a dudar de él, ¿puedes creerlo? —Dije, no sin cierto pesar. 
—En su casa estarás a salvo, además su hija, Beatriz ¿verdad? Ella y tú sois algo más que amigos, ¿no es verdad? 
Carraspeé incómodo. 
—¿Cómo lo sabes? 
—Tengo mis contactos. Os he vigilado de cerca y aquel día, en el parque del Retiro, cuando me descubristeis... 
—¿Eras tú? —No podía creerlo. Aquel tipo de patibularia pinta era mi propio padre. 
—Siempre he tenido una vena teatral bastante exagerada. Me encanta disfrazarme y dada mi condición de prófugo de la sociedad, he podido perfeccionar mi arte. Pero no has contestado a mi pregunta. ¿Sois novios Beatriz y tú? 
—Creo que sí. Me gusta mucho y... 
—Pues es tu obligación no exponerla al peligro, ¿me entiendes? ¿Verdad? 
—Te entiendo. 
—Ahora debes marcharte, Diego. Aquí no estás seguro. Cuando todo termine podremos vivir como la familia que nunca nos dejaron ser. 
—Estoy deseando que llegue ese momento. 
—Y yo, hijo mío, y yo.




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