La memoria indeleble

Capítulo 25. Lealtades

Regresamos tarde a casa de don Anibal y por el camino mi padre me propuso pasar la noche en la pensión que yo tenía alquilada y que por cierto había pagado, aunque apenas la usase por unas causas u otras.
Me despedí de Beatriz que no parecía estar muy conforme con nuestra decisión de dormir en otro lugar que no fuera allí, en su casa.
—Ese sitio ya ha demostrado ser muy poco seguro. Allí todo el mundo se cuela como si fuese su propia casa.
Reconocí que llevaba razón y le aseguré que tomaríamos medidas para hacerla más segura.
—No veremos mañana, tranquilízate—Le dije. Al intentar besarla ella retiro su rostro.
—No, no estoy tranquila, ni lo estaré. El peligro es muy real, Diego y tú pareces estar tomándotelo como si se tratase de un juego.
—Necesito estar a solas con mi padre —expliqué —, necesito aprender a conocerle. Él tiene razón, somos dos desconocidos.
—Te entiendo, pero prométeme que tendréis cuidado.
—Te lo prometo, Beatriz
La dejé asustada, pero a salvo o eso era lo que yo creía. Una vez en el traqueteante ascensor, junto a mi padre, me dije que lo difícil comenzaba en ese mismo instante. ¿Cómo conocer a una persona a la que no has visto en tu vida y que además es tu padre? La verdad, no tenía ni la menor idea.
—Parece una chica lista —dijo mi padre entablando conversación.
—Sí, lo es...
—Y muy guapa.
Sonreí. No entendía a dónde quería llegar.
—¿Cuando me vais a hacer abuelo?
—Beatriz y yo...
—Sé reconocer cuando una joven está por tus huesos y Beatriz lo está. Está loca por ti, hijo mío.
—Yo no diría tanto...
—Hazle caso a este viejo. Sé lo que me digo.
Al salir al descansillo de nuestra planta la oscuridad nos envolvió. Pulsé el interruptor de la luz y una única y desamparada bombilla se encendió, convirtiendo la oscuridad en una desagradable penumbra.
Con la llave en la mano me aproximé hasta la puerta de mi habitación cuando algo me hizo detenerme en seco.
En el suelo destacaba por su blancura un pliego de papel. Al verlo mi padre se agachó para recogerlo.
—Lleva tu nombre escrito —me dijo, entregándomelo.
Volteé el papel y vi que tenía algo escrito, pero no pude leerlo en aquella mortecina semioscuridad.
Entré en la habitación seguido por mi padre y encendí la luz. Un sobresalto me sobrecogió cuando atiné  a leer el primer párrafo de aquella nota destinada a para mí.
«No se puede tener todo en la vida, Diego. A veces es necesario elegir.
Un padre lo es todo en la vida y es verdad, ¿pero acaso no es también importante un primer amor?
Tendrás que tomar una decisión. Él o ella. Y deberás hacerlo pronto.
El tiempo vuela y el invierno se acerca a pasos agigantados.»
La nota resbaló de mi mano y voló hasta el suelo como una hoja marchita. Mi padre la recogió y la leyó. Su semblante se transformó con una mueca de incredulidad.
—Se trata de un farol, Diego —me dijo, pero yo no lo escuchaba —. Beatriz está bien y a salvo y no podrán hacer nada contra ella.
En mi nerviosismo me había dejado resbalar por la pared hasta sentarme en el suelo.
—Eso es precisamente lo que espera, meternos miedo. No puede hacernos nada más.
Mi padre me alzó del suelo y me zarandeó, entonces volví en mí.
—¡Diego! No sucederá nada malo, te lo prometo.
Me aferré a sus palabras con toda mi alma y asentí. Sabía que se trataba de eso mismo, una amenaza velada para acabar con toda mi confianza y también sabía que lo había logrado a la perfección.
Dejé que mi padre me acostase en la cama y antes de dormirme, agitado, escuché sus últimas palabras.
—Ese cabrón pagará por todo lo que ha hecho, eso te lo juro.

                                                                              ***

No sé qué hora sería cuando desperté. Me encontraba aturdido y totalmente deshecho. La oscuridad lo envolvía todo, pero comprobé que mi padre dormía a mi lado. Me levanté tratando de no despertarlo y me asomé a la ventana para respirar un poco de aire fresco. Abajo, al abrigo de una farola y fumando un cigarrillo se encontraba Carlos Sanabria, rondando bajo mi ventana. 
Rápidamente me vestí y comprobando que mi padre seguía dormido, bajé a la calle. Sanabria se me acercó al verme. 
—¿Usted nunca duerme? —Le pregunté. 
—Tiempo habrá de dormir cuando esté muerto —respondió —, además, la noche es el mejor momento del día. 
Me ofreció un cigarrillo y está vez lo acepté gustoso. 
—Veo que te estás aficionando. 
Sanabria saco un mechero de gasolina y lo encendió, dándome fuego. Yo aspiré el humo y lo retuve en los pulmones, exhalándolo después lentamente. 
—Quizás esto me ayude a calmar mis nervios —expliqué. 
—Me enteré de la reaparición de tu padre, me alegro por ti. 
—Sí, aún no llego a creérmelo, ha sido todo tan repentino. ¿Lleva mucho tiempo aquí? — Pensé que tal vez él hubiera visto entrar a quien me dejó esa nota. 
—Prácticamente toda la noche —contestó. 
—He recibido una nota, estaba en el suelo, frente a la puerta de mi habitación y me preguntaba si habría visto entrar a alguien. 
—¿Una nota? —Preguntó con curiosidad. 
—Más bien una amenaza. 
—Nadie ha entrado en ese portal en toda la noche, aparte de tu padre y de ti, Diego. 
Quizás, pensé, la habrían dejado durante la mañana o esa misma tarde. 
—¿Es esa nota del mismo tipo que las que recibieron Gallardo y tus amigos? 
—Creo que podría haber sido escrita por la misma persona —señalé. 
—O sea, por nuestro asesino. 
Asentí. 
—Creo que no estaría de más que hicieses caso a lo que dice esa nota, Diego. 
Parpadeé confuso. No sabía a qué se refería. ¿Cómo sabía él lo que ponía en la nota? 
—No entiendo —dije. 
—Es muy sencillo. Hay momentos en que se debe tomar una decisión. Ciertas personas están interesadas en tu padre, solo en él. Nadie más estará en peligro si tomas la decisión adecuada. 
—¿Qué pretende insinuar? 
—Creo que eres una persona inteligente, Diego, y yo solo pretendo evitar que corras peligro. Me caes bien y no me gustaría tener que hacer lo que esas personas están empeñados en pretender que haga. 
—¿Usted trabaja para mi abuelo? —Más que una pregunta era una afirmación, aunque aún no podía llegar a creérmelo. 
—Hay cierta clase de personas a las que es imposible decirles que no, ya sabes a lo que me refiero. Personas muy influyentes para las que la vida de un simple policía no representa nada. No tuve opción, Diego. Ni siquiera tuve oportunidad alguna de elegir, de haber podido hacerlo les habría mandado al carajo, pero no podía ser. Tu abuelo quiere a tu padre y quiere que se lo entregues tú. Si lo haces dejará en paz a tus amigos. 




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