La Memoria Vacía

CAPÍTULO 4

Sierra de La Vihuela

Siente la soledad, la misma que le ha acompañado toda su vida. Recuerda el día que salió de Guadalupe, en aquel coche, pensando que quizá no volvería a ver más a sus padres, incapaz de recordar nada más desde aquel día. Una memoria vacía, de todo aquello no llegó a vivir.
  Carol está cubierta de sangre, y lo primero que nota es un zumbido ensordecedor en su cabeza y, unas luces parpadeantes que hacen que todo parezca aún más caótico, si cabe. En el centro de la sala de estar se encuentra el cuerpo de la enfermera, ensangrentado. Intenta evadirse de la realidad, como si todo hubiese pasado hace una eternidad. Todo a su alrededor es caos y ansiedad. Desconoce qué le pasará ahora, ni qué le harán. Las chicas, Gabriela, Rosa y Sara, están en otra habitación. Pronto llegará el cabrón de Saúl, lo sabe. Tiene que sacar de allí a las chicas antes de que llegue. Se pregunta cómo hacerlo. El tiempo corre en su contra. Se apresura, camina hacia la habitación de ellas. Deja atrás la sala de estar, el sillón orejero manchado de sangre, y el olor a muerte. Cruza el pasillo y, se planta frente a la puerta, donde sabe que están las chicas aun durmiendo, se supone. Aunque solo son tres, están en la misma situación que ella, o peor: anímicas, desnutridas, con temblores y escalofríos, consecuencia de las pequeñas dosis, continuas, de heroína. Introduce la llave que le arrebató, en el último momento, a la enfermera. Abre despacio la habitación, que está bañada de una atmósfera roja, por la pequeña bombilla cutre, de pocos vatios, que hay encendida en la habitación. Respira alterada, lleva el horror en los ojos, no puede disimular el asco que siente por ese color. Cierra lentamente tras de sí, las tres chicas duermen. Se dirige hacia la primera cama, donde Sara yace. Hace un gesto, como si quisiera despertarla, sin hacer ruido, y susurra, —Sara, Sara —, se acerca y con un suave empujón la mueve. Si la pilla Saúl, o la otra zorra, no saldrán ninguna de allí. Se calma y vuelve a susurrarle al oído, - Sara, despierta, no tenemos tiempo —. Pero Sara no la oye. Carol no tiene mucha fuerza, pero aun así decide arrastrarla fuera de la cama, hasta el pasillo. Regresa a la habitación, mira a las otras chicas, no se ha despertado ninguna. Duda unos segundos, no sabe qué hacer. Coge dos pantalones tejanos y un par de blusas, las dos chicas tienen la misma talla y, decide que mejor escapar de allí con Sara que no con ninguna, ya pensara algo más tarde. Acude al pasillo, Sara se despierta, sin saber qué pasa, Carol la apremia tirándole un tejano, la chica se incorpora, no lleva el camisón, solo lleva puestas una braguita negra, pero confía en Carol, y se pone el pantalón tejano, como puede, tambaleándose en cada gesto de levantar la pierna para introducirla en la pernera. Las dos corren cogidas de la mano hacia el salón. De pronto, escuchan un ruido fuerte que proviene de afuera. Carol se asoma por la ventana y ve que, una furgoneta blanca estaciona frente a la casa. Reconoce el vehículo, sabe de quién es, y eso le provoca un escalofrío que le recorre todo el cuerpo. Deciden esconderse detrás del sofá y esperar a que el vehículo se vaya, pero la furgoneta no se mueve. En cambio, la puerta se abre, un hombre alto, vestido de chándal y encapuchado, sale de ella, es Saúl. Carol se asusta aún más y decide tirar de Sara hasta la cocina, allí, recuerda, hay una ventana que da a un pequeño patio con un contenedor de basura, donde podrían esconderse. A sus espaldas oyen cómo Saúl abre la puerta de una patada. Entra con los dientes apretados, jadea, suda. Ana, la enfermera, no hizo la llamada. Como cada mañana debía hacerlo para decir que todo estaba bien. Quizá se olvidó, pero tampoco cogía el teléfono. 
   Hay demasiado silencio, demasiada tranquilidad, se susurra, y a la vez encuentra la respuesta. Ana está tirada en el suelo, sobre un charco de sangre. — Qué coño ha pasado aquí —. Repasa la estancia con la mirada y, se percata del cuchillo ensangrentado. Sus gestos sin escrúpulos se intensifican. Salta por encima de ella, es evidente lo que ha pasado allí. Rápidamente, se dirige a la habitación de las chicas. La puerta está abierta, Gabriela y Rosa, están durmiendo, ni se enteran del ruido que hace Saúl al entrar —. Mierda, falta Sara —. Se dirige al otro lado de la casa, a la habitación de Carol. Al llegar se da cuenta de que no está, solo encuentra unas pisadas rojas de sangre, las sigue. Luego encuentra cuatro más, ya sabe que Sara está con ella. No puede esperar, tiene que llamar a Sancho, su jefe. Saca el móvil de su bolsillo y marca el número. — ¡Que ha pasado Saúl! —, contesta. — Jefe, es Ana, está muerta, se la han cargado —, consigue decir tras unos segundos. — No me jodas Saúl, ¿quién lo ha hecho, y las niñas? —, le grita muy alterado. — Ha sido Carol, y Sara está con ella —, consigue decir, y seguidamente lo pone al tanto de todo lo ocurrido. —. Tráelas inútil, a qué esperas, las quiero aquí ya, me da igual si las traes vivas o muertas. Ya me encargo yo de Ana y de limpiarlo todo —. Saúl asiente, — te las llevo enseguida, jefe —, y cuelga. Carol sabe que la cocina no es un sitio seguro, pero no les queda otra. — No hagas ruido Sara —, intenta animarla, sabiendo que no será así. En silencio han oído lo que decía Saúl, e intuyen lo que les pasará. Saúl grita. — Vamos, salir ahora mismo, antes de que me enfade más —.  
Se asoman con miedo al pasillo, no lo ven, y deciden volver a la habitación de Carol, aunque sabe que hay rejas en la ventana. Solo sienten pánico, ansias de salir de la casa como sea. Se arrastran en silencio. No pueden permitirse levantarse, arrastrándose, se siente más seguras. Han perdido el sentido de la orientación, lo que antes era una pequeña sala, ahora sienten que es la Almena de un castillo, creen que pueden escapar, pero en realidad, es más bien una mazmorra. Oyen pasos, los ánimos se derrumban. Tras unos minutos, que a ellas les parece horas, comprenden que ya no es seguro estar allí, y en un intento desesperado decide levantar a Sara y correr hasta la salida, que está a tan solos un par de metros. Pero antes de que pudieran hacerlo, el hombre las alcanza por detrás y propina un puñetazo en la barriga a Sara, que cae desplomada al suelo. Carol se para en seco y se agacha para tirar de ella, pero Saúl la agarra por el cuello, tapándole la boca con un trapo. Carol lucha con todas sus fuerzas, las piernas le tiemblan, siente que se marea, la sala se vuelve oscura, y la inunda un silencio espeluznante. Se deja caer.   
   El vehículo arranca rápidamente y se aleja, con Carol y Sara, las demás chicas no le preocupa. 



#3131 en Thriller
#1234 en Suspenso

En el texto hay: suspense, psicologia, intriga.

Editado: 01.06.2023

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.