=Lauría – Ciudad costera de inspiración y huida=
El avión descendía entre nubes violetas, y Andrea sintió que el estómago se le encogía de forma dulce. Era la primera vez que salía de Valdaria. La primera vez que su nombre estaba en una carta de aceptación firmada por alguien que no conocía, que no tenía vínculos con los Barreiros, ni con los Ferrer, ni con ninguna de las malditas sombras de su pasado.
Residencia Literaria Nacional de Lauría.
Duración: 3 meses.
Objetivo: Desarrollar su primer manuscrito.
Cuando leyó el correo, no lo creyó. Cuando firmó, temblaba. Cuando subió al avión, lloró.
No de tristeza. De miedo. Porque huir era más difícil que quedarse.
Lauría era otra cosa. Una ciudad bohemia, con callejones empedrados, olor a sal y pan recién horneado, balcones llenos de bugambilias. Se hospedó en un edificio antiguo, lleno de artistas, con paredes manchadas de pintura y música flotando desde los pasillos.
Por primera vez, su apellido no importaba.
Por primera vez, era solo Andrea.
Pero la libertad también pesa.
Y no tarda en sentirse observada.
*****
=Cauria – Torre Barreiros=
—¿Qué dijiste? —preguntó Nicolás, con la voz quebrada por la furia.
La asistente bajó la mirada, incapaz de sostener la tormenta en sus ojos.
—Salió del país esta mañana. Con una beca, señor. Firmó hace dos semanas. Nadie le notificó porque ya no está en la base de datos interna.
Nicolás se quedó de pie. No dijo nada durante largos segundos. Pero en su cabeza, algo se partió.
Andrea se había ido.
Y él no lo supo.
No la vio. No la detuvo.
Falló.
La tia Clara lo encontró más tarde, en su despacho. El ventanal abierto. La copa intacta.
—No puedes seguir con esto, Nicolás —dijo con tono grave—. No puedes controlar su vida.
—No quiero controlarla —murmuró él—. Quiero que esté a salvo.
La tia Clara se acercó, apoyó una mano en su hombro. Fría como siempre.
—¿A salvo de quién?
—De todo. De todos.
—¿Incluso de Luciano?
Nicolás apretó los puños.
—Sobre todo de él.
*****
=Lauría – Callejón Rosso=
Andrea escribía en un café pequeño, con tazas de loza desparejadas y camareros que la llamaban “signorina”. Tenía una libreta abierta, y por primera vez en años, las palabras fluían sin filtro. Escribía sobre una casa donde las paredes eran de hielo y el amor era un espectro.
Entonces lo sintió.
Ese zumbido sordo en el pecho. Esa vibración que reconocía aunque no tuviera explicación lógica.
Miró hacia la calle. Nada. Solo turistas, estudiantes, el olor a pintura húmeda.
Pero lo sabía.
Nicolás la había encontrado.
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=Luciano: la sombra amable=
Luciano no la perseguía.
La cuidaba. En su forma desordenada.
Viajaba cuando podía. Se quedaba en hostales. Aprendía a negociar con galeristas, a importar vino, a mentir con acento. Estaba construyendo un negocio propio, lejos del dominio de su padre, lejos de Barreiros Corp., lejos del frío.
Pero cuando se enteró de que Andrea se iba, no dudó. Empacó lo justo, tomó el ferry y cruzó a Lauría.
No la contactó de inmediato. No hizo ninguna entrada dramática. Solo alquiló una habitación dos calles más allá de su residencia.
Cada tanto, la seguía hasta el café. Se aseguraba de que nadie la molestara. Que no estuviera sola de noche. Que comiera. Que sonriera.
Y sobre todo… que él no llegara primero.
Porque Luciano sabía que Nicolás no necesitaba pasaporte para cruzar límites.
Solo una orden.
*****
=Cauria – Subnivel Barreiros, acceso restringido=
—Ubícala.
—Señor…
—No estoy preguntando.
La voz de Nicolás no tenía matices. Era hielo con filo. Frialdad con hambre.
El jefe de seguridad tragó saliva y asintió. Sabía que había líneas que no debía cruzar, pero también sabía que nadie le decía que no a un Barreiros.
Horas después, en la pantalla privada de su oficina, apareció la imagen: Andrea en Lauría, sentada junto a una ventana, con un libro en las manos.
Nicolás la observó en silencio.
Y susurró:
—Si el mundo cree que soy un monstruo por amarte, que así sea.
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