=Lauría, en el aula del instituto=
—¿Qué pasó con esa escena? —preguntó Massimo, hojeando las páginas impresas con tinta fresca—. Justo cuando el protagonista va a decirle que la ama… ella se va.
Andrea sonrió, sin levantar la vista.
—Porque ya no le cree.
—¿Y por qué no?
—Porque llegó tarde. Porque no basta con amar a alguien si no tienes el valor de gritarlo.
Massimo se quedó en silencio. Luego dejó las hojas sobre la mesa.
—Tienes dieciocho, Andrea. Pero escribes como si ya hubieras perdido todo.
Ella alzó la mirada.
—Porque lo hice.
Massimo le sostuvo los ojos un momento. Luego bajó la voz.
—¿Te puedo hacer una pregunta muy personal?
Andrea asintió, sin miedo.
—¿Quién fue?
—¿Quién fue qué?
—El que no te gritó que te amaba.
Andrea bajó la mirada, apretó los labios. No respondió.
—Está bien —dijo él suavemente—. No tienes que contármelo. Solo prométeme algo.
—¿Qué?
—No dejes que te rompa dos veces.
=Cauria, Sala de vigilancia Barreiros=
—¿Quién es él? —la voz de Nicolás era baja. Pero helada.
—Massimo Riva. Editor local del programa. Vive en Lauría. Treinta y dos años. No tiene vínculos directos con la familia Paz ni con Ferrer.
Nicolás no parpadeaba. Observaba la imagen congelada: Andrea riendo con él, tocándole el brazo.
—¿Tiene reputación?
—Eh… sí, señor. Es conocido por salir con mujeres jóvenes. Muy activo socialmente.
Nicolás exhaló por la nariz. El gesto era tan sutil como brutal.
—Ubíquenlo.
—¿Señor…?
—Que no vuelva a acercarse a ella.
*****
=Lauría – Callejón Rosso, 22:47 h=
Massimo caminaba hacia su edificio, con un libro bajo el brazo y las llaves en la mano. No vio venir al primer golpe. Tres hombres encapuchados lo embistieron por la espalda. Lo tiraron al suelo. No dijeron nada.
Solo golpearon.
Fríos. Profesionales. Sin dejar marcas en la ropa. Solo en el rostro, los huesos, el silencio.
Y cuando terminaron, uno se inclinó y susurró:
—Mantén la distancia. Hay cosas que no se tocan.
=Lauría, en la habitación del hospital=
Andrea entró corriendo y se quedó sin aliento al verlo. Massimo tenía el rostro hinchado, una venda en la ceja, y el brazo en cabestrillo.
—¡Dios, Massimo! ¿Qué te hicieron?
—Un regalo sorpresa. Aunque olvidaron envolverlo —bromeó con dificultad.
—No es gracioso.
Andrea se acercó, le limpió la sangre seca del mentón con una gasa.
—¿Te robaron algo?
—No. Ni una moneda.
—Entonces fue personal —susurró ella.
—Sí. Aunque no sé por qué.
Andrea lo miró.
Y en sus ojos lo supo.
No fue por él.
Fue por ella.
=Mensajes de fuego=
Andrea:
¿Fuiste tú?
Nicolás (leído):
(silencio)
Andrea:
Massimo está hospitalizado. Lo atacaron. No se llevaron nada. No dijeron nada. ¿Fuiste tú?
Nicolás responde.
Nicolás:
No me gusta que sonrías con otros hombres.
Si ese tipo vuelve a tocarte, lo mato yo.
Andrea deja caer el celular.
—Estás enfermo —susurra.
Pero por dentro, el pecho le tiembla.
Porque no sabe si quiere gritarle… o volver a correr a sus brazos.
=Cauria, hospital privado Regina Clara=
—Gracias por venir, Nicolás —dijo tía Clara, con la voz apenas audible—. No quería asustarte. Solo… estoy sola.
—¿Qué tienes?
—Solo un susto. Mareo. Me hicieron análisis. Pero ya sabes, los médicos exageran.
—Podrías haber llamado a mamá.
—Tu madre está en Italia con tu padre. Tú eres el único que realmente me importa.
Él desvió la mirada. Clara le acarició la mano.
—Me alegra que no te hayas ido a Lauría. Hubieras cometido un error. Esa niña te distrae.
—No me distrajo —dijo él seco.
—¿Sabes que el apellido Barreiros no se mezcla con cualquiera?