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Alma
Desperté al lado de Nigel, mi actual pareja. Un hombre de dieciocho años de cabello corto y castaño y ojos castaños. No solíamos pelear, ni había malos tratos, usualmente, solíamos hablarlo todo como adultos. Me sentía bien estando con él, y eso, era raro.
Con Nigel las cosas eran sencillas. Lo había conocido hace un año, al salir de la comisaría. Cuando le dije que había decidido desaparecer en mi familia, no dudó en abrirme las puertas de su casa. Él sabía mi historia, la había juzgado. Había hablado mal de ella, yo nunca le había dicho que no.
Nunca sabía decir que no.
Ese era mi error. Mi tormento. Ese era la base del problema.
Nigel miró su teléfono mientras yo salía de la cama y me cambiaba de ropa.
Odiaba esa pregunta, porque para mi desgracia, Nigel, sabía leer muy bien mi rostro, mis expresiones y no podía cambiar nada. Era muy observador, supongo que eso me llamó la atención, que se preocupaba por mí.
Los dos sabíamos que eso era mentira, una vez, me obligó a asistir a un psicólogo después de decirle con toda la gracia que llevaba mi cuerpo: “Eso si para esta noche sigo viva.”
No entendió que era broma. Nunca nadie entiende mi humor.
Así que lo miré seria y salí de la habitación.
Sonreí y negué.
Preparé su desayuno y lo dejé en la otra punta de la mesa. Me senté y desayuné en silencio.
Nigel apareció y chasqueó la lengua antes de coger su desayuno y caminar hacia mí, se sentó a mi lado y sonrió.
Yo me levanté y cuando iba a dar un paso me frenó.
Lo miré confundida y me obligué a sentarme. No me iba a pasar nada, lo sabía, sabía que con Nigel estaría bien. Pero no me fiaba del todo.
Siempre tenía que estar alerta, era parte de mi problema.
Sonreí para que Nigel viese que todo iba bien y me senté a desayunar.
Solo… tenía que respirar y comer. No me pasaría nada.
Respirar, a veces se me olvidaba que tenía que hacerlo, pero mi cuerpo ya estaba acostumbrado y mi mano, se colaba detrás de mi orejas y comenzaba a rasguñar, eso hacía que volviese a la vida.
Al terminar de desayunar, decidí sentarme a estudiar un poco. Mañana volvería al instituto después del fin de semana.
Estuve dos horas estudiando hasta que me cansé.
Para ese entonces, Nigel, estaba trabajando.
Como cada día, decidí sentarme frente a un espejo e intenté sonreír.
Miré mi rostro demacrado, las ojeras eran más visibles que nunca. Mis ojos morados estaban apagados, no recordaba la última vez que vi brillo en ellos. Creo que fue cuando nací, a través de las fotos.
En esa época es imposible que nada te haga sufrir.
Sonreí a pesar de la mueca que se formaba y repetí lo que siempre tenía que decir.
Miré como mis ojos poco a poco se humedecían y comencé a llorar.
Sollocé al recordar todo, después, grité, grité porque nunca había gritado todo lo que quería, porque siempre fui silenciada. Grité como si volviese a tener seis años de nuevo. Grité hasta que mis ojos se cerraron poco a poco por el sueño.
La psicóloga decía que eso me ayudaría. Llevaba diciendo eso dos años y todavía seguía rota. Todavía seguía con pesadillas.
***
Nigel llegó poco después y me despertó para avisarme de que tenía que comer algo. Yo no tenía ganas de hablar. Había vuelto a soñar con la esclavitud.
Nigel pareció no darse cuenta de eso, así que no le importó.
Me senté en la mesa a su lado y comí en silencio. Lo último que quería era hablar.
Yo sabía que ese enfado era por el trabajo, pero no podía evitar empequeñecerme ante ese gesto malhumorado. Porque el estridente ruido que producía me aterraba.
Asentí y lo miré.
“Es que estoy comiendo.” Me gustó decirle, pero no tenía fuerzas para hablar.
Noté el ambiente tensarse. Parecía que algo se hubiese sentado sobre mis hombros, quizá fuesen los recuerdos y el miedo. Quizá fuese una piedra.
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Editado: 19.05.2025