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Alma
Miré la ropa que colgaba de mi armario y temblé. No estaba preparada para ver a mi madre, nunca estaría preparada.
A menudo, soñaba con verla y decirle todo el daño que me había hecho. Pero ahora, ahora solo quería saber una cosa. Una cosa que me carcomía el sueño, que me carcomía los pensamientos, la intriga.
Me coloqué un jersey tricolor, blanco, gris y beige con unos vaqueros negros y mis botas de tacón negras.
Aquel día, el cielo brillaba como ningún otro y mi valentía, estaba a mi lado caminando.
Llegué a la floristería de Cintia y compré un ramo de rosas damascenas, luego, llegué a una tienda y compré un pintauñas negro.
Y con todo eso, me dispuse a ir al hospital.
El autobús se había quedado solo, nadie iba a las afueras. Nadie iba a aquel hospital nunca.
El olor a humedad y a desinfectante llegó a mí.
Temblé. Apreté el pintauñas y me dispuse a la recepción donde un señor me miraba ojiplato.
Me iba a ir cuando habló.
Subí las escaleras y busqué la habitación.
El pomo se resbaló de mis dedos cuando abrí la puerta y la vi, dejada caer en la cama, como una pluma, su cabello estaba más corto de lo que recordaba, su rostro estaba más consumido y sus ojos, sus ojos tenían arrugas a su alrededor. Estaba mayor, más mayor que nunca habría podido imaginar. Ya no era la joven que me intentó matar, ahora, era una señora que solo quería verme como última voluntad.
Sus manos se movían inquietas y me miraba con un dolor que sabía que no se iría.
No vi en aquellos ojos a Daranna, no vi a la mujer que me intentó matar, tampoco a la que jugó con mi padre, ni la que lo maltrató, tampoco la mujer que dañó a Ronan, ni muchos menos la que destrozó a su mejor amiga.
Vi a mi madre, a la misma que me enseñó a andar, a la misma que me llevaba de la mano al parque para jugar en los columpios. A la misma que cuando llegaba a casa me enseñaba que debía de tratar con respeto a los empleados, porque eran personas como nosotros.
Vi a una mujer que cambió. Que cambió porque solo ella lo sabía.
Y ella me miró a mí.
Yo cerré la puerta y dejé las flores en su falda.
El dolor se abrió paso entre nosotras y noté cómo rasguñaba mi espalda, intentando entrar en mí, pero no sabía que me había puesto una armadura, no sabía que yo jugaba también.
Nos quedamos un rato mirándonos a los ojos, yo con rabia, con dolor, ella con remordimiento.
Me moví inquieta en la silla y negué.
Negué, mentiras, estaba llena de ellas.
Y ahí estaba de nuevo, la Daranna que había visto al crecer, mi madre.
La miré con decepción, no había cambiado.
El malestar se implantó en mi estómago. Mi madre, solo me quiso por conveniencia.
Mi cuerpo dio un vuelco y noté cómo todo se ponía de al revés. Mi madre había mandado a mi asesino. Mi madre siempre estuvo en las sombras. Mi madre siempre tuvo todo planeado, la telaraña lista, yo solo tenía que caer en ella y lo hice, un par de veces, caí en ella, suerte que mi padre y Ronan me rescataron. Suerte que viví.
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Editado: 21.07.2025