Me sentí muy nerviosa. Estaba en formación con toda esa gente a la que no le agradaba, y no tenía con quien hablar para desahogarme. Debía dejar de lanzarle miradas de pánico a Danny y actuar normal. Si consiguieron descubrir nuestros planes, igual ya estaba acabada. Me mordí los labios, me comí las uñas, repetí mi frase favorita para momentos de estrés: “Calma en el alma”. No hay nada que pudiera hacer en ese momento, así que tomé la decisión de dejar de preocuparme por lo que no podía controlar, tomé cinco respiraciones profundas como nos enseñaron en clase y por fin logré calmar mi ansiedad.
En ese momento sonó una voz estruendosa en el megáfono:
“Estimados jóvenes, ustedes son el futuro de este país. He venido para agradecerles en persona el esfuerzo y sacrificio que han hecho cada día para ser mejores para la cosecha y para Terrazola.
Es un honor para mí recibirles en este desfile celebrando treinta años de ardua labor continua y sin descanso.
En vista de que hoy estamos de fiesta he tomado la decisión de regalar a uno de ustedes, estudiantes destacados, un reconocimiento por su gran esfuerzo y dedicación”.
Una tanqueta se estacionó frente a nuestra formación, y de ella se bajó un hombre que no medía más de metro y medio. No podía creer lo que veían mis ojos. ¿Este individuo es el mismo que he visto a diario dando discursos en televisión?
Bajito, regordete, dos brazos, dos piernas, cabello castaño claro, con evidente calvicie en la parte de atrás de la cabeza. Debe tener unos sesenta años máximo. En vivo frente a mí, entero y con todas sus partes, estaba Nikolus Mottur. Si no estuviera rodeado de diez militares, le hubiera roto el cuello en ese momento.
«Maldito desgraciado, no te falta ni una uña, y nosotros estamos a punto de ser amputados para que puedas vender nuestras partes a tus amiguitos», pensé. Y en ese preciso instante confirmé que no había nada más cierto que el dicho que dice: En tierra de ciegos, el tuerto es el rey. Pues claro que es el rey, ¿cómo no va a ser el rey? Nosotros nos pasamos todos los días ejercitándonos sin parar, sacrificando nuestra movilidad, nuestra comodidad y nuestros sueños, tratando de disfrutar de nuestras partes porque puede ser que mañana llegue la carta del IBP y no las tengamos más.
Mientras nos adaptábamos constantemente a vivir sin partes de nosotros, él lo tenía todo y no se preocupaba por nada. Espero que pague, una a una, todas las oportunidades que nos quitó a mí y a este pueblo.
Envuelta en esos pensamientos, me di cuenta de que no había estado escuchando su patético discurso que seguía:
“Gracias a mis fieles colaboradores por preparar esta tómbola ganadora. En esta oportunidad, y debido a que esta idea ha sido espontánea, volveremos al pasado: vamos a poner sus nombres en papeles, que irán a una urna y escogeremos por suerte a un ganador. Quien se llevará un reconocimiento firmado por mí y 150,000 terrones”.
Todos a mi alrededor estaban aplaudiendo. ¿De qué me sirve un papel de felicitaciones firmado por el criminal más grande de todos los tiempos, si al final del día una parte de mi va a ir en un avión y yo voy a estar sedada en una cama de hospital? Ignorantes.
Volví a perder el hilo del discurso. Traté de volver para ponerme al día y escuché:
—¿Danny De Luz?
Sentí que me cayó un balde de agua fría en la cabeza, ¿cómo el estudiante menos destacado se ganó el premio? Debía ser una trampa.
—Ven muchacho. Acércate —dijo la voz gruesa de ese animal.
Danny se acercó a la tanqueta, mientras me lanzaba miradas esporádicas. Estaba atada de manos y pies. No podía ayudarlo. Miré el reloj. Eran las diez treinta y cinco. Eso es lo que trataba de decirme con la mirada. Ya era hora de irnos.
Me quedé parada, paralizada, no podía irme y dejarle ahí, ni siquiera lo podía estar pensando. Ahora, todos los ojos estaban puestos en él, ¿cómo nos podremos ir sin que se dieran cuenta?
Mottur entregó el reconocimiento y su equipo tomaba los datos de Danny para hacer llegar el premio a su casa después de la cosecha. Me estaba impacientando, eran las diez cuarenta y cinco, debía irme, y Mottur estaba dando un apretón de manos a Danny. «Viejo hipócrita, ¿Cómo le das un apretón de manos a una persona a la que estás apunto de enviar al matadero?», grité en mi mente.
Un poco más tarde, Danny se alejó de Mottur y pasó a mi lado, pensé que me daría una solución.
—Vete, recuerda lo que dijo tu abuela —me dijo en apenas un susurro, y avanzó cabizbajo hacia la multitud que lo esperaba para felicitarlo.
Esto no podía estar pasando. Las palabras de mi abuela me cruzaron por la mente como balas: “Lilac… cuando llegue el momento de decidir, quiero que te salves tú, no cometas el mismo error que yo, el que me costó el amor de mi vida... no te quedes aquí por nada, ni nadie…”.
Me quedaban pocos minutos y tenía que empezar a caminar en ese momento si quería llegar a tiempo a la cordillera. Pero sin Danny, no iría a ningún lado.
Me llené de fuerzas empecé a caminar hacia él y me abrí espacio entre la multitud. Fui dando empujones hasta ver su cara de miedo y dolor, disfrazada con una sonrisa amable. Fingí darle un abrazo de felicitación y le dije en el oído:
—Sin ti, no voy a ningún lado. —Sentí sus brazos apretándome por la cintura y una lágrima recorrió su mejilla, hasta mojar la mía.
Editado: 19.10.2022