—¿Amanda? —La voz de Isolda la sobresaltó y la obligó a cerrar el libro que estaba inspeccionado en busca de pistas. Su madre tenía la costumbre de guardar notas entre los libros de sus estanterías y, aunque había cientos de tomos y le llevaría siglos revisarlos todos, Amanda no sabía qué más podía hacer. Mary se negaba a darle información y en el andrónicus le habían dejado claro que no sabían nada del experimento y mucho menos del antídoto. Había revisado los archivos de la biblioteca de periódicos antiguos, había leído todos los artículos que había encontrado relacionados con la enfermedad, pero ni rastro de la cura.
Su prima se asomó por el quicio de la puerta y la observó con ojos de lechuza.
—¿Qué haces ahí? Sabes que Mary no aprueba que entremos en su despacho.
—No está aquí, ¿verdad? —refunfuñó, irritada con el susto que le había dado. Siempre esperaba a media mañana, cuando su madre estaba en mitad de su jornada en el ayuntamiento para revisar su despacho.
Isolda entró en el despacho y le echó un vistazo a Callum antes de sentarse en la silla junto a la de él.
—¿Sigues enfadada por lo de tu siervo?
Amanda bufó ante la estupidez de la pregunta. No era una niña a la que le habían quitado su sonajero, era una mujer en duelo por la pérdida de otro ser humano; pero en la mentalidad de sus familiares, como la de la mayoría de las mujeres, no veían personas en los siervos y por consecuencia no reconocían la vida ni la ausencia de esta dentro de ellos.
—¿Quieres algo?
—Oh, qué mal humor tienes —protestó Isolda de morros—. ¿Qué estás haciendo con los libros de tu madre, de todas formas?
—Les quito el polvo.
Isolda frunció el ceño ante su respuesta.
—¿Crees que soy tonta?
—¿Quieres que responda o es una pregunta retórica?
La joven hizo una mueca para mostrarle lo poco divertida que le parecía. Después le echó un vistazo de reojo a Callum.
—¿No tenías miedo, Amanda? Cuando estaba despierto, quiero decir.
Le hubiese gustado responder con un no tajante, pero lo cierto es que sus días junto a Callum estuvieron plagados de miedos y dudas. Miedos en su mayoría inducidos por su educación repleta de prejuicios. El miedo era un buen combustible para los prejuicios.
En lugar de responderle, Amanda sacó otro libro y se lo entregó a su prima.
—Mira a ver si hay notas entre las páginas.
Isolda arrugó la nariz observando el libro como si fuera una araña de patas peludas, pero acabó por aceptarlo y hacer lo que le pedía.
—¿Qué se supone que estamos buscando?
—Cualquier cosa que encuentres entre las páginas, muéstramela —le indicó, tomando varios libros de la estantería y dejándolos sobre la mesa. Abrió uno por las solapas con las hojas hacia abajo y lo sacudió. Después pasó sus dedos por sus páginas para despegarlas entre sí—. Callum busca notas entre las hojas de este libro —ordenó, entregándole otro al muchacho. Necesitaba aligerar el proceso.