La muchada del capuce oscuro.

Prólogo - Cap. IV

La Muchacha

del Capuce Oscuro

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Ó 2003, José Ignacio Rufas Tenas.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

ISBN 978-1-326-26235-8

©2003, José Ignacio Rufas Tenas.

Portada, © José Ignacio Rufas Tenas.

Depósito Legal Nº 10/2003/476

Todos los derechos reservados.

 

PRÓLOGO

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

“Da, Sire, la mayor lástima ver este país, como suponemos que nunca hubo en la Cristiandad; en algunos lugares no se encuentran ni caballos ni hombres que se junten, estando destruidas y desoladas las buenas ciudades.

Entre Vercelli y Pavía, por un espacio de cincuenta millas, la región más ubérrima de trigos y viñedos que imaginarse pueda, está tan devastada que no hemos visto ni hombre ni mujer labrando los campos, ni se ve ninguna criatura, excepto cinco o seis personas miserables en los grandes pueblos; mirando por todo este camino vimos tres mujeres y una niña, cogiendo uvas de las viñas, puesto que no hay viñedos cuidados y cultivados, ni vimos cereales en todo el camino, ni personas que recogieran las uvas que crecen en las viñas, sino que las viñas crecen silvestres en comarcas enteras, llenas de racimos que cuelgan.

A mitad del camino hay una ciudad, que había sido una de las más abundantes de Italia, llamada Vigevano; hay una fortaleza, la ciudad está completamente destruida y desolada. Pavía está igual y causa gran tristeza: los niños lloran por las calles pidiendo pan y mueren de hambre. Toda la gente de estas comarcas y otras varias de Italia, como el Papa nos lo ha confirmado, está totalmente muerta o se ha marchado a causa de la guerra, la escasez y las pestilencias. No hay ninguna esperanza de que en muchos años Italia sea debidamente restaurada por falta de gente; y esta destrucción fue causada tanto por los franceses como por los imperiales,...”

 

Carta enviada por Sir Nicholas Carew y Richard Sampson, embajadores en Roma, a su rey, Enrique VIII de Inglaterra.

 

Bolonia, 12 de diciembre de 1529.

I

 

 

  

 

  

 

  

 

  

 

  

 

 

 

 

 

 

 

S

e accedía a la tienda a través de un entoldado apoyado sobre dos filas de tres mástiles redondos cada una. Uno mayor, situado en su centro, levantaba la tela verde varios metros por encima del suelo. No había mesas en ella, tan solo dos docenas de sillas de caoba de altos respaldos orientadas hacía un lujoso sillón tapizado en tela y hacia otro algo más humilde situado a su lado. El primero era el que ocupaba su Majestad. El almirante Guillaume Gouffier, Señor de Bonnivet, loba oscura y rictus serio, permanecía a su lado expectante. De rostro atractivo y rojizo cabello, esperaba con cierta impaciencia junto a su señor a que la reunión diera comienzo. No sería esta como las demás. Como consejero del monarca que era desde hacía tiempo, intuía que así iba a ser. No sin cierto temor, el almirante esperaba que los planes que había ideado no se hubieran visto alterados cuando el consejo hubiera terminado. A pesar de contar tan solo con treinta y siete años, llevaba ya diez como Almirante de Francia. Su buena reputación como militar había sido ganada en campañas anteriores con buenas dosis de ingenio y valor.



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En el texto hay: batalla, carlos v, pavia

Editado: 14.08.2020

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