Marco Santoro entró al despacho con menos dignidad que la primera vez.
El blazer negro del consejo estudiantil seguía sobre sus hombros, pero la manga izquierda estaba claramente deshilachada, con hilos sueltos colgando. Marco intentaba disimularlo, apretando el brazo contra el costado, pero el inspector León lo notó en cuanto lo vio.
—Tome asiento, Marco —dijo León, con voz neutra.
Marco obedeció sin decir nada. Esta vez no intentó aparentar seguridad. Sus manos estaban frías, y una fina capa de sudor le perlaba la frente.
León se tomó su tiempo para encender un cigarro, apoyarse en el respaldo y hojear la carpeta como si la estuviera leyendo por primera vez.
—Me temo que olvidó contarme algo en nuestra charla anterior —dijo, finalmente.
Marco tragó saliva.
—No sé a qué se refiere.
—Oh, creo que sí sabe. —León abrió un sobre y deslizó sobre la mesa el fragmento de tela negro, cuidadosamente sellado en una bolsa transparente—. Esto lo encontramos esta mañana, atrapado en la malla de la portería. Tiene sangre. Y, casualmente, parece encajar con la manga de su blazer.
Marco no contestó. Solo bajó la mirada a la bolsa, con los labios apretados.
León sonrió con suavidad.
—¿Qué pasó, Marco? ¿Se enganchó cuando intentaba mover el cuerpo? ¿O fue en medio de la pelea?
El joven inspiró hondo, se inclinó hacia adelante y murmuró:
—No la moví. No la toqué.
—Pero estuviste allí —apuntó León, sin apartar la vista de él.
Marco se frotó las sienes, desesperado.
—Fui a verla. Sí. Pero no la maté. Se lo juro.
—Explíquese.
—Yo… —cerró los ojos, como intentando ordenar las ideas—. Después de que hablamos… yo me quedé pensando en lo que me estaba haciendo. Me estaba arruinando la vida. Y… y la verdad… sí pensé en enfrentarla. Así que fui a la cancha. Sabía que ella solía salir a correr por la noche.
—¿A qué hora?
—Serían… las once yyyy tanto. Algo así no me acuerdo bien en este momento.
León arqueó una ceja.
—Justo en la ventana de tiempo en que murió.
Marco hundió la cara entre las manos.
—Pero ella ya estaba… ya estaba en el suelo cuando llegué. Había sangre por todas partes. No se movía. —Su voz se quebró—. Yo… me acerqué. Quise comprobar si… pero entonces escuché pasos, y me asusté. Corrí. Y al engancharme en la portería… —miró la manga de su blazer, miserable—. No me di cuenta en ese momento.
León dio una calada a su cigarro y lo observó con ojos implacables.
—¿Por qué no lo dijo antes?
—Porque pensé que… que si lo decía, nadie me creería. Ya tenía suficientes motivos para querer verla muerta.
El inspector se levantó, caminó lentamente hasta situarse justo detrás de Marco.
—Y tiene razón —murmuró junto a su oído—. Nadie le cree.
Marco cerró los ojos y tembló.
León regresó a su asiento y garabateó algo en su libreta.
—Bien. Por ahora, eso será todo —dijo con una sonrisa casi amable—. Pero no se vaya muy lejos, Marco. No hemos terminado.
El joven se puso de pie lentamente, recogió su blazer, y salió sin mirar atrás.
León se quedó solo, mirando la bolsa con el fragmento de tela y las fotos de todos los demás sobre la mesa.
Si Marco no la había matado, entonces alguien más lo hizo antes de que él llegara.
Y si alguien más estaba allí a esa hora… había al menos una mentira más en las declaraciones de los otros.
El inspector apagó el cigarro, miró la lista y subrayó un nombre: Jazmín Ramírez.
—Hora de una pequeña visita a la habitación —murmuró para sí.
Se puso de pie, tomó la libreta y salió del despacho con paso decidido.