La mujer de Lucifer

Capítulo#6 Desesperación.

Capítulo 6 Desesperación.

Lucifer no pudo volver por un largo tiempo, no hubo forma de que pudiera traspasar de nuevo la barrera, por más que lo intentó hasta quedar completamente debilitado. No podía atravesar el portal, era como si hubiera sido sellado por una fuerza desconocida. En otros tiempos nada lo hubiera detenido, pero en este momento estaba demasiado debilitado. Podía ver a su amada Ariete a través del inmenso portal que ocupaba toda una pared de su morada subterránea, esa pieza única había sido creada por su padre y era una de las puertas que comunicaba con la tierra, pero no la única: aunque las demás eran solo de entrada, por donde llegaban las almas de los mortales. Esta era la única que tenía la capacidad de servir como entrada y salida; pero nadie, a excepción de él, la podía utilizar y no siempre que quisiera, era para un caso extremo que requiriera de su atención personal en el otro mundo. Su padre le había advertido de esa regla que debía ser inviolable, no obstante él la desafió.

No podía utilizarla a su voluntad o traería consecuencias nefastas y la principal de todas era, que su vida correría peligro, eso le importaba un comino a estas alturas, su vida no podía importarle menos en ese momento de desesperación. Si tuviera su energía interior fortalecida, no necesitaría ni siquiera estar frente al portal para traspasarlo, nunca se había sentido patético, sin embargo así mismo se sentía; no tenía ni la mitad de su poder original ahora cuando más lo necesitaba.

Observó a Ariete a través de la bruma, ella estaba sufriendo un parto infernal, solo contaba con la ayuda inexperta de su hermana Ariadna. Ellas dos solas enfrentando esa terrible dificultad, a nadie podían decirle del embarazo de la más joven de su corta familia (conformada únicamente por dos miembros), porque sería una vergüenza ante la sociedad en primer lugar y en segundo, y aún más importante, porque la criatura que traería al mundo no era humana del todo y podría ser quemada en una hoguera junto a su hijo por brujería, como después hicieron legal los sanguinarios y crueles de la santa inquisición, creada por los Reyes católicos en 1478, medio siglo después de este suceso no registrado por la historia; o quizás podrían recibir otro castigo peor, en esa época alcanzaban a ser aún más espantosos con las cosas que consideraban pecado, malditas o una abominación. Eran esos tiempos en los que pasaban todo tipo de cosas absurdas y atroces, creencias ciegas y bárbaras de discriminación. Los poderosos que dominaban sobre las clases inferiores, tenían el poder absoluto de juzgar el bien y el mal, cuando eran ellos la reencarnación del propio mal.

—Padre por favor te lo imploro, sé que me escuchas, tú puedes estar en cualquier parte, castígame a mí por mi pecado, pero déjala a ella vivir. Es una tortura infernal ver su suplicio. ¡Ya es suficiente, no lo soporto más! Padre, estoy dispuesto a hacer tu voluntad por siempre, a cambio salva a mi amada y a mi hijo, déjalos vivir en paz...

Por más que suplicó, por primera vez en su larga existencia, no obtuvo ninguna respuesta. Miró a su amada gritar desgarradoramente, descompuesto su semblante por el terrible dolor. Las sábanas blancas estaban cubiertas de sangre en la parte inferior, su agonía era palpable y no lo soportó más; una furia indescriptible se apoderó de su ser y sus ojos se volvieron tan rojos como la misma sangre de su chica. Un remolino sacudió toda la estancia triturando todo a su paso, relámpagos azotaron el lugar y el mundo mortal por completo, la tierra se volvió oscura como la noche hasta en los lugares donde debía haber sol. Con su cuerpo resplandeciente con una luz cegadora, se encaminó a la pared del portal y lo atravesó, esta vez sin dificultad aparente; pero al llegar, justo al lugar donde se vieron por primera vez Ariete y él, alguien se interpuso en su camino.

En ese sitio estaba ubicada una de las puertas que habían en la tierra, no tuvo el poder suficiente para ir directo a su lecho, dónde la había visto momentos antes, debatiéndose entre la vida y la muerte. Era Lucifer por lo tanto tenía el conocimiento de las almas que estaban próximas a atravesar el portal al más allá y no podía permitir que su amada perdiera su vida por su causa. Por haber sido descuidado y haberla dejado embarazada.

—No me detengas, padre. La salvaré por encima de ti de ser necesario —Lucifer lo desafió decidido.

—No debes ir, de nada servirá —vaticinó el gran Dios omnipotente.

—La sanaré, no dejaré que muera —rebatió el rey demonio con desesperación.

—Si lo haces tú morirás en su lugar, te has debilitado demasiado por el tiempo que has venido y has pasado en la tierra y por este acto temerario de superar la fuerza de la barrera. No me explico como lo pudiste lograr...

Era la primera vez que veía a su padre desconcertado, eso significaba que todo no estaba saliendo a su entera voluntad como de costumbre. Sintió renovadas esperanzas, quizás todo no estaba perdido, se llenó de valor.

—No me importa mi vida, ella está por encima de todo. Iré a salvar a la mujer que amo —aseguró con vehemencia, totalmente decidido a hacerlo sin importar el precio que tuviera que pagar.

—No te lo permitiré —. Se impuso su padre, Lucifer lo miró con una mezcla de rabia y de dolor: «Tan importante era como hijo, que ni siquiera estaba presente en persona, tan solo era un haz de luz con silueta humana.», pensó con sarcasmo.

—Lucharé contigo si te interpones en mi camino —amenazó imponiéndose con su carácter y su tamaño.

—Te prometo que ella reencarnará y sus siguientes vidas serán mejores, siempre gozará de lujos, comodidades y felicidad —le ofreció el Dios supremo para disuadirlo.

—¡Pero no quiero que muera ahora! —se opuso radicalmente a la voluntad de su padre; no podía y no quería dejarla ir. Lucifer estaba dispuesto a todo para salvarla, era capaz de hacer cualquier sacrificio por amor.

—Si insistes en salvarla, prometo que no volverá a renacer.




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