Capítulo 11 La pelea.
Estaba por entrar a la oficina cuando vi salir a Layla, iba tan absorta en sus pensamientos que no me vio. La iba a llamar sin embargo me contuve y decidí seguirla. No lo hacía por nada malo, me sentía preocupada por ella, imaginé que tenía algún tipo de problema y quería saber para poder ayudarla; ella era muy reservada. Sabía de sobra que aunque la abordara directamente, no le sacaría ninguna información. Me consideraba su amiga, así que era mi deber contribuir en su bienestar, aunque no me lo pidiera, eso hacen las verdaderas amigas.
Se detuvo indecisa frente a la oficina del vicepresidente y sin haberse anunciado siquiera, escuché su potente voz varonil permitiéndole el paso. Eso me extrañó. ¿La estaba esperando? ¿Él la había citado en su oficina? ¿Discutirían otra vez como de costumbre? No tenía respuesta para ninguna de mis preguntas. ¿Qué podía hacer para que él no siguiera siendo así de insoportable con ella?, aunque le gustara mucho mi amiga no tenía ningún derecho a molestarla. Él lo concideraba divertido, pero ella no; no podía permitirlo más. Me derretía la cabeza tratando de buscarle una solución al problema de mi amiga, sin embargo no la podía encontrar. No tenía suficiente confianza con Owen para hacerle algún tipo de reclamo por su actitud. La chica abrió la puerta con manos inseguras y se quedó quieta con la puerta abierta, pero sin atreverse a entrar.
—Rockera, ¿me tienes miedo? —su voz era irónica, pero también había un trasfondo de diversión y aprecio.
Ella no habló.
¿Rockera?, ¿por qué le decía de esa manera?, recordé la primera vez que la vi, estaba vestida como alguien de ese estilo. Esa debía ser la razón del apodo, deduje.
Mis ojos curiosos contemplaron algo que no debían haber visto nunca, Owen había salido a su encuentro y había depositado un suave beso sobre sus labios (obró de un modo tan familiar), y luego la hizo entrar y cerró la puerta. Podía imaginar lo que estaba sucediendo allí dentro, mientas yo no podía salir de mi asombro. ¿No me había dicho que lo odiaba?, ¡hipócrita! Ahora entendía la frase que del odio al amor solo hay un paso. En mi interior se despertó una rabia ciega, unos deseos insoportables de gritar y maldecir. Me sentía traicionada, no se decir por quién de los dos, solo sé que me dolió y me llenó de cólera. Le di la espalda a esa oficina maldita y me alejé indignada; taconeando con fuerza, como si estuviera liberando parte de mi rabia en cada paso que daba. Llegué a mi puesto y tomé mi cartera de marca con furia, me provocaba romper todo lo que veía, la coloqué en mi hombro con brusquedad para irme.
Caminé decidida hacia la puerta de salida y por suerte nadie me detuvo. Me fuí sin decirle nada a nadie, no tenía ganas de hablar con la gente, creo que sí me quedaba aquí un segundo más iba a explotar. Llegué a la mansión familiar y dejé hasta mi auto mal parqueado, alguien del personal se ocuparía de él luego, para eso y todo lo que necesitara estaban los sirvientes. Mi padre les pagaba bien, tenían que hacerlo para ser merecedores de su salario. Entré veloz como el viento, lo único que quería era llegar a mi habitación sin que alguien me molestara.
—¿Karla, qué tienes? —esa voz melosa y preocupada pertenecía a mi madre, Olivia . Lo que me faltaba. No estaba ni siquiera para ella.
—Estoy de mal humor, déjame tranquila —respondí grosera. Sin embargo a mi madre no le importó.
—Tesoro mío, ¿dime quién te lastimó y juro que se va a arrepentir?
Mis padres siempre estaban dispuestos a complacerme en lo que fuera y mi madre más que nadie en el mundo.
—Nadie me hizo nada, madre. No soy una niña, puedo defenderme sola —aseguré con fuego en mis ojos. Recordar la traición de mi amiga me hacía enloquecer.
—Siempre serás nuestra pequeña, no dudes en acudir a mí y a tu padre para lo que necesites.
Lo sabía de sobra, no tenía ni que decirlo. Por ellos era así como era.
—Lo único que quiero es que me dejen tranquila, no me molesten de acuerdo.
—Está bien, cariño.
Seguí mi camino ignorando a mi progenitora. Entré a mi habitación y lancé la puerta. Luego corrí hasta mi cama y me lancé de bruces. Lloré abrazada a una de mis almohadas por mucho tiempo.
—Te odio, Layla, eres una mentirosa traicionera —sollozaba de rabia y de dolor.
***
Creí que teníamos una relación de amistad, pero me traicionó, lo ví con mis propios ojos, nadie me lo contó. Cuando le pregunté que si sentía algo por el vicepresidente me aseguró que no, sin embargo fue una mentira. No la saludé porque estaba muy resentida y la miraba de reojo todo el tiempo.
Los estudiantes de prácticas formamos un grupo aparte de los mayores y fuimos los últimos en terminar por estar conversando de cosas triviales. Interactué normal como solía hacerlo excepto con ella, me alegró verla aislada a pesar de estar en el grupo. Después de terminar caminamos juntos hasta los ascensores, al abrirse las puertas del que estábamos esperando, me adelanté y la empujé a propósito, con brusquedad y me adentré indolente con mi cabeza erguida, perdió el equilibrio tras el impacto, pero Aran evitó que cayera. Tenía mucha suerte esa chica, me estaba robando la mía.
—Soy bueno atrapando la pelota —bromeó Alan sonriendo con Layla, torcí los ojos molesta. De no ser por mi compañero de clase, se habría dado un buen golpe. Se lo merecía por ladrona y mentirosa.
—Lo siento habló —con su voz melosa, con su cara de santurrona. No la soportaba. La sangre hervía en mis venas, era un volcán en erupción por dentro. Tenía tantas ganas de agarrarla del cabello y arrastrarla por el piso, pero me contuve.
—No fue tu culpa, no eres tú la que debería pedir disculpas —le dijo Aran y me miró significativamente. El chico notó que fui yo quién le empujó mas no me importó. Sé que era muy malcriada, mis padres y todos los seres que me rodeaban eran buenos conmigo, siempre era el centro de atención a excepción de cuando estaba con ella. Layla me robaba mi lugar descaradamente, como mismo me había quitado al hombre que amaba. Lo que más me enfurecía es que ella lo sabía perfectamente y aún así lo hizo. No podía perdonarla.
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Editado: 15.06.2022