La musa de mis melodías [sangre Oscura #0.5]

Capítulo 20

Capítulo 20: El único.

[30 de enero del 2011, domingo]

*Deimos*

Mi cuerpo impacta contra el césped y lloriqueo de dolor cuando mi hermana me clava la rodilla en el abdomen. Alya deja la katana muy cerca de mi cuello, demasiado. Un pequeño movimiento y me abriría la garganta hasta desangrarme.

—Otra vez —exige y suspiro de alivio cuando retire la rodilla de mi abdomen.

—¿Podemos descansar? Estoy exhausto —me quejo e intento incorporarme con dificultad. Clavo las hojas afiladas de los sables en el césped y apoyo las manos en mis rodillas para intentar tomar un poco de aire, recuperándome de la paliza que me acaba de dar la rubia.

—No, estás muy flojo. Ya te voy ganando tres veces —no paso desapercibido el tono de superioridad que emplea mientras afila sus katanas entre sí. Ruedo los ojos.

—¿Por qué no peleas con Alhena? —ambos volteamos a ver a nuestra hermana, quien está sumida en una concentración imperturbable mientras desarma un rifle sobre la ambigua mesa de madera.

—Porque si gano, no me dará postre. Es una resentida —refunfuña y no me queda de otra que envolver las manos alrededor de mis catanas para sacarlas de la tierra.

Doy un vistazo rápido hacia el lugar en donde Deneb intenta explicarle a Adhara como usar el sable. Mi gemelo no deja de gritar órdenes hacia mi hermana menor, que tiembla mientras sostiene el arma blanca.

Nadie se mete. Sabemos que no le gustan estas cosas, pero debe aprender. Al menos para intentar defenderse, si alguna vez se enfrenta a algún peligro mayor. Cosa que no sucederá mientras la protejamos.

Alya toma posición y, con la delicadeza de una pluma, sostiene ambas katanas a la altura de su cabeza. Llevo hacia atrás mi pie derecho, afirmándolo sobre el pasto, listo para recibir la furia de la reptiliana salida de las cavernas.

No me da tiempo a posicionar mis sables cuando arremete contra mí con una velocidad imperceptible. Cruzo mis katanas haciendo que formen una equis y eso retiene a las suyas, solo por un instante, ya que las desliza hacia abajo e intenta clavármelas en los costados, pero soy más rápido a la hora de girar las muñecas hacia abajo y no permitir que sus sables lleguen más lejos.

Me regala una sonrisa torcida. Solo da un paso hacia atrás y aprovecho para dirigir mi katana hacia su rostro. Grave error. Mi arma sale volando cuando su katana intercepta mi movimiento y me tengo que valer de una sola cuando arremete contra mí como si los sables fueran una extensión de su cuerpo.

Retrocedo intentando bloquear todos sus ataques, y es que intercambia los movimientos entre espadazos y patadas. Gira con la gracia de una gacela, pelea con la letalidad de un ejército y es certera como una flecha que va hacia su blanco. Demostrando una vez más que, si lo quiere, puede poner el mundo a sus pies.

Nuestras katanas chirrían cuando entran en contacto y suelto un gruñido gutural en el momento en que la mía cede, dándole paso a la hoja afilada que me roza el pómulo derecho.

Siseo por el escozor que me provoca la herida abierta y de inmediato me llevo una mano hacia al corte. Sé que falló a propósito, porque un movimiento como ese solo tenía un fin. Atravesarme el ojo.

No hay ningún atisbo de arrepentimiento ni culpa en ese rostro de facciones finas. Nada más allá de esa mirada indiferente que a veces me saca de casillas.

—Patético, simplemente patético —rezonga. Toma las katanas con una sola mano y se sacude una mota de polvo invisible del hombro. La espesa melena rubia se le mueve con la ventisca helada—. No estás concentrado y eso puede costarte la vida.

Asiento dándole la razón. No estoy de ánimo para discutir con ella, no cuando sé que va a ganar, y que tiene razón. No me siento bien. Dejé de luchar contra la corriente y ahora dejo que esta me arrastre hacia donde sea que me quiera llevar.

A Alya le preocupa eso, aunque no lo parezca. Le preocupan muchas cosas, más cuando se trata de nosotros y sobre todo de Adhara. Por ello, no le llevo la contraria.

Ingreso a la mansión con la cabeza gacha. Como lo prometí, no volví a buscarla, ni siquiera me atrevo a mirarla, aunque eso me mata y me carcome por dentro. Supongo que me equivoqué. Ella no es mi destinada, aunque creí, fervientemente, que sí lo era. Y aún lo creo, pero solo es cuestión de tiempo para que pueda olvidarla.

Me alegra que haya conseguido una amiga. Maryam, una muchacha que me tomé el tiempo de investigar y que al parecer tiene buenas intenciones con Katherine. Apenas llegó al instituto este año, pero no habíamos tenido la oportunidad de conocerla.

Me encamino hacia las escaleras y, por más tiempo del que debería, observo aquel espacio amplio que hay junto a la puerta de la “Sala de juegos”. Imagino un piano allí. Elegante, reluciente. Y yo, todos los días, entonándolo. Como una promesa, un juramento a mi musa de que, mientras yo existiera, jamás dejaría de tocarlo. Por ella y para ella.

Llego hasta mi habitación y tomo una larga ducha. Dejo que el agua fría alivie las contusiones en mi cuerpo, aunque tirite por el invierno que todavía no se va. Me aparto el cabello de la espalda para llevarlo hacia un lado. Está demasiado largo; creo que necesita un corte, aunque eso moleste a Deneb.

Envuelvo una toalla alrededor de mi cadera cuando salgo. Mi gemelo ingresa en la habitación, refunfuñando entre dientes quién sabe qué cosas.

—¿Qué pasa? —cuestiono mientras rebusco en mi armario una muda de ropa.

—Adhara se puso a llorar —aprieto los labios y giro con lentitud hasta encararlo—. Se ofuscó diciendo que no podía y no quería aprender a usar la katana.

—Entonces ¿por qué insistes?

—Porque es necesario —responde a la defensiva—. Está muy engreída. Podrá no estar maldita, pero tiene que aprender por su bien. Si algo nos llegase a pasar, ella ni siquiera podría levantar un arma de tanto que tiembla.



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Editado: 29.06.2022

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