Capítulo 42: Una petición y una advertencia.
—Ahora firme aquí —vuelvo a escribir mi nombre como por quinta vez en la mañana—. Bien, creo que con eso ya están todos los papeles en regla.
El doctor me dedica una pequeña sonrisa antes de ponerse de pie y rodea el escritorio para salir por la puerta que se encuentra tras mis espalda.
Apenas y puedo modular la palabra “gracias”. Después de que llamaran, Deimos y yo nos alistamos para venir al hospital. Las enfermeras y el doctor me mantuvieron ocupada, explicándome el estado en el que se encontraba Clark, todo lo que tenía que hacer para continuar con el tratamiento, la medicación…
Ni siquiera pude asimilar el hecho de que había sido dado de alta, que volvería a casa y esta vez no era una amenaza, era una realidad.
Solo asentía cada vez que las enfermeras decían algo e intentaba lucir interesada mientras el doctor me relataba lo mucho que mi padre había mejorado en las últimas semanas, aunque por dentro quisiera gritar.
Deimos no pudo acompañarme, ya que solo permitían el paso de una persona y eso me afectó más de lo que creía.
Estoy sola contra todo esto, y siento que en cualquier momento voy a desfallecer.
Abren la puerta tras mi espalda y doy un respingo; en este momento soy susceptible a cualquier ruido o movimiento brusco.
El doctor aparece en mi campo de visión, pero no se sienta. Solo se queda de pie junto al escritorio.
—Ya está todo listo señorita Black. Su padre se encuentra en la ambulancia que lo llevará a casa y la enfermera que se hará cargo de él ya ha sido asignada —asiento antes de ponerme de pie.
El hombre extiende el brazo, invitándome a salir y abandono el consultorio con pasos dudosos.
Al menos, informé sobre mi incapacidad para cuidar a un hombre que no puede caminar y es que, en realidad, no puedo hacerlo sola. Además, nunca me atrevería a pedirle a Deimos tal cosa, no cuando fue él quien casi lo mata.
Gracias al seguro del monstruo de Clark, pude pedir que se le asignara una enfermera que lo atendiera desde casa.
Los pasillos del hospital se vuelven un laberinto mientras camino por ellos hasta llegar a la recepción. Deimos se pone de pie de un salto en cuanto me ve aparecer y me apresuro en llegar a él.
—Sentí que estuve allí dentro una eternidad —murmuro contra su pecho luego de atraparlo en un abrazo flojo.
—No veía la hora de que salieras —coloca las manos en mi cintura con delicadeza y apoya la barbilla en lo alto de mi cabeza—. ¿Qué pasó? ¿Qué te dijeron?
Me aparto, solo un poco, para verlo a los ojos.
—Clark regresará a casa —tensa la mandíbula, molesto—. Al menos no tendré que lidiarlo. Una enfermera se hará cargo de él por un tiempo.
—Y cuando ese tiempo se acabe ¿qué? ¿Todo volverá a ser como antes? —espeta. Aparto la mirada, sintiéndome culpable por algo que se me escapa de las manos—. Lo siento, no… no quise hablarte de esa manera.
—Está bien, entiendo tu frustración, pero no podemos hacer nada —el desconsuelo es evidente en mi tono, lo sé, y no tengo las fuerzas para disimular lo contrario—. Tenemos que irnos, la ambulancia ya debe estar a punto de salir.
Tiro de su mano para encaminarnos hacia la salida y llegamos al Mercedes en un silencio asfixiante.
La incertidumbre de lo que nos espera amenaza con aplastarnos hasta dejarnos hechos polvo y no sé si pueda soportar esto por mucho tiempo.
Vemos a la ambulancia salir del garaje subterráneo del hospital y Deimos pone el auto en marcha. Esos minutos en los que seguimos al vehículo hasta mi casa se convierten en horas y empiezo a preguntarme si el tiempo se volverá así de lento hasta que Clark logre recuperarse por completo.
Por los dioses de las papas fritas, espero que así sea.
Llegamos luego que la ambulancia y son minutos los que se toman para bajar a Clark. Deimos se mantiene junto a mí en todo momento, desde cuando bajan a Clark en la silla de ruedas, hasta que la enfermera se presenta.
Su nombre es Amelia. Por la edad que aparenta, parece tener experiencia en esto, pero eso no le resta fuerza ni determinación cuando estrecha la mano de ambos a modo de saludo.
—Por favor, pase —estoy tan ensimismada que no noto que aún nos encontramos en la vereda.
Luego de entrar, pienso que hubiese preferido que mantuviéramos una conversación fuera de la casa, ya que la presencia de Clark vuelve todo más complicado.
Sobre todo por la fijeza con la que Deimos lo observa. La tensión en la sala de estar puede cortarse con un cuchillo, y la enferma parece notarlo porque se pasea por la estancia, incómoda.
—Como no podemos subirlo a la segunda planta, tendremos que bajar la cama —explica aclarándose la garganta.
—Nosotros nos encargamos —le aseguro antes de encaminarme hacia las escaleras.
No me preocupo porque Deimos me siga, solo subo por los escalones, pero segundos después, percibo sus pisadas detrás de mí.
Voy hasta mi habitación para tomar un par de sábanas limpias y Deimos me intercepta. Además de molesto, luce contrariado y creo saber la razón.
—¿Qué crees que haces? —inquiere exaltado.
—Tomar un par de sábanas… —niega con la cabeza.
—¿En serio piensas quedarte aquí? ¿Con él? Mi propuesta aún sigue en pie —asegura, intentando disuadirme.
Luego aquella noticia, me propuso quedarme en la mansión. Hasta se había ofrecido a conseguirme una enferma particular para que cuidara de Clark y yo no tuviese que preocuparme de nada. Pero me negué. No podía aceptar tal cosa; vivir a expensas de él y su familia se me hacía un abuso. Además, no quería que tuviese que encargarse del malnacido de mi padre.
Aunque no le gustó mi decisión, en lo absoluto, prometió que se quedaría conmigo mientras Clark se recuperara.