La Nana

Capítulo 3

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Eran las seis de la mañana cuando Alberto bajó de su auto y entró a la casa. Su intención era despertar a sus hijos, prepararles el desayuno, enviarlos a la escuela, darse un baño y regresar al hospital con Daniel. Afortunadamente el chiquillo había pasado una noche tranquila gracias a los analgésicos y Alberto no se sentía muy cansado a pesar de lo incómoda que era la silla donde había estado sentado toda la velada. 

Conteniendo un bostezo, abrió la puerta y lo primero que percibió fue el aroma de café recién hecho. Sorprendido, se dirigió a la cocina mientras contemplaba admirado el orden y la limpieza de la sala de estar, algo poco usual en un hogar donde vivía un adolescente y dos niños. 

Al llegar a la cocina vio a Oona totalmente concentrada en algo que preparaba en la estufa, tenía unos audífonos puestos sobre las orejas y bailaba al compás de alguna melodía que escuchaba. Lucía fresca y descansada. Daniel se detuvo a contemplarla. Ella era muy bajita de estatura quizá alrededor de un metro con sesenta y cinco centímetros. De complexión delgada y, sin embargo, tenía las curvas adecuadas en los lugares correctos. Esta mañana lucía un vestido con estampado floral en tonos verdes, de tirantes, ajustado al torso y de falda amplia; sobre él portaba un delantal blanco. Pero lo que le llamó más la atención fueron los zapatos. Eran una especie de botines, de tacón bajo, más ancho a nivel del suelo y angosto hacia la suela, con puntas angostas y algo elevadas, e increíblemente coloridos, que le recordaron a un duende, un hada, o a la bruja del mago de Oz. 

Absorto mirando los zapatos, no se dio cuenta cuando Joel se paró junto a él.  

— ¿Durmió aquí? — Preguntó el joven, sorprendido al ver a Oona en la cocina 

— Esperaba que tú me lo dijeras. — Respondió Alberto a su hijo. 

— No lo sé. Recuerdo poco de anoche. Sé que Raquel se durmió en el auto y cuando llegamos la llevé a su recámara y Oona la ayudó a cambiarse y acostarse; y que yo también estaba agotado, la verdad no recuerdo ni cómo llegué a mi propia cama. 

— Dudo que ella te haya podido llevar en brazos. — Dijo Alberto con una sonrisa. — Eres mucho más alto que ella y, supongo, más pesado también. 

Ambos rieron discretamente. Lo cual hizo voltear a la joven, sorprendida de verlos de pie en la puerta de la cocina 

— ¡Buenos días! — Exclamó ella recuperando la compostura. — En un momento está el desayuno.  ¿Raquel está despierta ya? 

— ¡Bien despierta! — Exclamó la pequeña entrando como un vendaval a la cocina. — ¡Buenos días a todos! 

Joel y Alberto entraron a la cocina detrás de Raquel, se acercaron a los anaqueles y empezaron a sacar platos y vasos. 

— ¿Cómo está Daniel? — Preguntó la niña a su papá. 

— Lo dejé durmiendo. Estuvo bastante tranquilo anoche gracias a los medicamentos que le dieron. — Respondió él mientras se servía una taza de café — Le pedí a una enfermera que lo vigilara mientras yo venía a hacerles el desayuno y mandarlos a la escuela, pero al parecer Oona me ganó 

Se giró a ella y le dedicó una sonrisa.  

— Muchas gracias. 

Ella sólo asintió sin responder nada. 

— ¿Cuándo lo dan de alta? — Preguntó Joel mientras se sentaba ante la mesa, junto a su hermana. 

— A mediodía al parecer. — Contestó Alberto justo antes de dar un trago a su café. 

— Tendré su habitación lista para entonces. — Dijo Oona mientras colocaba platos con comida frente a los niños. 

— Oona… — Empezó a decir Alberto mientras se sentaba a la mesa — ¿Cuánto tiempo podemos contar con tu ayuda? 

— El que sea necesario. — Dijo ella mientras colocaba un plato frente a él. 

— Entonces debemos hablar de tus honorarios y condiciones de trabajo. — Meditó el hombre en voz alta, mientras miraba con avidez su plato. 

— Primero coman. — Lo interrumpió ella con una sonrisa traviesa. — El desayuno no sabe bien cuando está frío.   

Dicho esto, se giró y caminó hacia el cuarto de lavado. Padre e hijos se miraron sorprendidos unos a otros por un momento, y luego de un encogimiento de hombros empezaron a comer. Un instante después regresó Oona llevando una cesta llena de ropa limpia perfectamente doblada. 

— ¡Oona, esto está riquísimo! — Exclamó Joel, totalmente entusiasmado, mientras se metía otro bocado a la boca.  

Ella sonrió complacida. 

— En serio, está delicioso. — Confirmó Alberto concentrado en su plato. 

— ¿Me enseñas a cocinar como tú? — Preguntó Raquel. 

Oona les dedicó otra sonrisa y salió de la cocina con la cesta de ropa. 

— Podría acostumbrarme a esto. — Murmuró Joel mientras seguía comiendo. 

— ¡Yo también! — Afirmó Raquel sonriendo — Te quiero mucho papi, y te agradezco mucho lo que haces por nosotros, pero… ¡Oona cocina mucho mejor que tú! 

Alberto se rio  

— Eso no puedo negarlo, y yo también me podría acostumbrar a esto. — Terminando su café de un sólo trago, volvió a hablar. — Apúrense que no tarda en pasar el transporte escolar. En cuanto se vayan me doy un baño y regreso al hospital. 




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