Benjamín empieza a ir al colegio, él es un niño dedicado a todo. Pasan los meses, le va bien en todo, sus notas son buenas; riega todos los días su hermosa Jariza.
Un día, después del colegio llega a casa acompañado de su madre, al entrar encuentra llorando a su padre, él preocupado le pregunta:
- Papá, ¿qué pasa?, ¿por qué lloras? -.
- Tu abuela ha fallecido -, respondió su padre con la voz entrecortada.
Tanto él como su madre no pudieron creer la noticia, quedaron impactados, tanto que empezaron a brotar lágrimas de sus ojos, formando un pequeño desfile en curva por sus mejillas que terminan en el mentón, así desfilan una tras otra. La situación se tornó silenciosa, los tres se miraron y se dieron cuenta como sus almas piden a gritos un fuerte abrazo que los hiciera sentir que no están solos en su dolor.
En un abrir y cerrar de ojos, todos se encuentran en un salón precioso, en el que los lloriqueos del alma y el silencio, hacen un complemento perfecto, donde solo se contempla con lágrimas en los ojos, la belleza que la muerte deja en un cuerpo físico. Benjamín no lo puede creer, muchas veces aceptó y rechazó la noticia, llegó a un punto en el que creyó que se volvería loco, algo sorprendente a su corta edad, pero entendible.
Se hace larga la noche, Benjamín solo mira desde su asiento mientras medita: "¿Qué fue lo que le causó la muerte a su abuela?"; nadie le ha explicado todavía, no hubo tiempo para eso. La curiosidad entró en él, pero siente que no es el momento adecuado para andar preguntando, se hizo un sinfín de posibilidades, todas terriblemente imaginadas.
Pasaron dos días velando el cuerpo, en aquel salón precioso de colores absolutos, a todos les salió ojeras, a causa de esas dos terribles noches, donde todos se daban abrazos, de los cuales, unos cuantos abrazos no eran más que pura hipocresía; mucho dolor, mucho sufrimiento, es lo único en común para esta gran familia; muchos aprovecharon el momento para arreglar sus diferencias, pocos lo desaprovecharon, el orgullo les ganó.
La tarde está en su apogeo, un gran sol ilumina las calles, se escucha a lo lejos como el aire azota fuertemente las hojas de los árboles, las ramas crujiendo, los perros ladrando al vacío sin razón alguna, a lo lejos se puede divisar un pequeño parque, en aquel lugar un padre juega con su hijo de un año y medio, que puede apenas caminar. Mientras tanto en el salón precioso de colores absolutos dan voces para dar adiós a tan bello ser, que de manera inesperada partió, a donde dícese ser un lugar mucho que mejor que la tierra, un lugar del cual dicen que nuestra imaginación queda corta, como para intentar dibujarlo en nuestra mente.
Empezaron levantando el ataúd, para pasearlo por las calles e ir acercándolo a la puerta de los familiares, también a las amistades más cercanas de Rosenda. Con lágrimas en los ojos, Mario, el papá de Benjamín, va cargando el cajón, junto a su padre Carlos, y junto a ellos están los tres tíos de Benjamín, todos cargando el ataúd, vestidos de la misma manera, con un terno azul, la camisa blanca, la corbata de color roja, es todo tan homogéneo, vestidos de la misma manera, llorando al mismo ritmo y sacando fuerzas para seguir con esta tradición, que terminaría con sollozas almas rodeando el ataúd, observando como Rosenda brinda su último adiós, sin necesidad de estar consciente; pero todos haciéndose la idea que lo haría desde donde sea que se encuentre.
De pronto hicieron una pausa, los hombros lo tienen totalmente abatidos, quieren descansar, pero saben que tienen que seguir caminando hacia el cementerio "Justiniano de Ponce", así que sacaron mucha más fuerza y siguieron avanzando, acompañados por una numerosa familia, a la derecha de ellos están las dos hijas de Rosenda acompañadas de sus cuñadas, entre ellas Celeste, la esposa de Mario, triste y agarrando de la mano a Benjamín, y también están muchos amigos de la familia. Para suerte de Carlos y sus hijos, el cementerio no queda muy lejos, están casi a una cuadra del cementerio, a distancia se escuchan trompetas, bombos y platillos, toda una orquesta, tocando sones alegres; de esta manera reciben a Rosenda, entre fuegos artificiales y buena jarana.
Un señor de estatura grande, tez trigueña, con cabello largo y barba canosa, se acercó a Carlos.
- Mis más sentidos pésames Don Carlos -, le dice con melancolía en la voz.
Carlos solo asintió con la cabeza, no pronuncio palabra alguna, la tristeza lo embarga fuertemente; el señor dio paso a presentarse:
- Mi nombre es Humberto, he sido contratado por sus hijos para brindar una pequeña ceremonia, como despedida a su querida esposa -. Habiendo mencionado aquellas palabras, da comienzo a la ceremonia; cita muchas frases, canta baladas en honor a la muerte, recita poesías describiendo lo que supuestamente uno siente cuando está a punto de morir, provoca muchas lágrimas entre los espectadores, los doce nietos sin contar a Benjamín, están todos con los brazos entrelazados, llorándole al adiós más triste que se puede dar, pero que nadie quiere dar; por otro lado están los cuñados de Mario, observando con total frialdad y conversando, quién sabe de qué, no muestran compasión alguna. La ceremonia está llegando a su fin, lo único que falta es que alguien salga a hablar, a expresar sus sentimientos; Humberto mira y mira, de un lado a otro, y su mirada queda quieta directamente sobre Benjamín, se quedó anonadado al darse cuenta que él no estuviera igual que sus primos, no se puede explicar como un niño no está llorando por su abuela, fue tanta la inquietud que lo invitó a ofrecer algunas palabras, solo para saber lo que siente, Benjamín accedió a la invitación y procedió a dar sus palabras:
- No entiendo por qué mi abuela tuvo que morir, no entiendo por qué mi abuela no se despidió de mí; ¿es que acaso ya no me quieres abuela?, porque yo si te quiero. Me dijeron que algún día te volveré a ver, pero no me quieren decir cuándo, ni dónde, solo dicen que algún día lo haré -, ofreció aquellas palabras con el rostro empapado, una voz suave y una mirada tierna -. Fue en ese momento que Humberto, con la visión borrosa, a causa de las lágrimas que estas inocentes palabras le han provocado, se da cuenta de las grandes dudas que tiene el niño de mirada tierna, y que eso le impedía pensar en su dolor.