Las estrellas silenciosas
susurran secretos amargos.
Les pido ayuda y ríen
porque no son gotas,
y no hablamos
el mismo idioma.
Repaso en mi mente una y otra vez lo que voy a decirle, intento respirar para recuperar la calma. Sé que no puedo estar nerviosa, tengo que parecer segura de mí misma.
La brisa húmeda de la noche, que se ha colado por una de las ventanas, me envuelve. Huele a agua salada y por un segundo creo que voy a recordar algo, entonces se desvanece quizás más rápido de lo que apareció.
«Dolores, llamadas, pesadillas»
Tamborileo con mis dedos en la madera de la silla, sé que no puedo permanecer toda la noche aquí, pero no tengo idea de cómo hacer que la idea tenga sentido con palabras. Lo siento en mis entrañas, sé que tengo razón, lo único que me queda es convencer a Madre.
Escucho un ruido afuera y me pongo de pie de un salto, es demasiado tarde como para que alguno de nosotros esté aquí.
«¿Y si alguien se da cuenta de que vine tan tarde? ¿Y si escuchan la conversación?»
No puedo evitar pensar en las risas, las miradas condescendientes que seguro recibiría, incluso más que ahora. Dos ojos amarillos resplandecientes me saludan, seguidos de un maullido. Yo exhalo y me impulso a caminar hacia la puerta. Es ahora o nunca.
Toco la madera un par de veces y tengo que asegurarme de mantener la compostura, mi sonrisa está estirada hasta el punto en que mis mejillas han empezado a doler. Casi no puedo respirar de la emoción. Por fin, por fin.
«¡Por fin!»
—¡Gotita! —exclama Madre sorprendida al abrir la puerta— Es tarde, ¿todo bien?
Se hace a un lado para invitarme a pasar y yo entro a grandes zancadas, agradeciéndole mientras asiento con la cabeza. Justo en el centro de la habitación, una esfera azul marino flota con un montón de lucecitas alrededor.
—¿Estabas hablando con las estrellas? —pregunto, ella asiente—. ¿Te dijeron algo de mí?
Madre ríe, si las voces tuvieran colores, la de ella sería plateada.
—Sabes que no funciona así —contesta con lentitud y una media sonrisa, y aún así no deja de sentirse imponente—. ¿Qué es tan importante como para hacerte venir a esta hora?
—¡Lo tengo! Esta tarde, cuando estaba hablando con Mirko. —comienzo a explicar, las palabras se sienten atropelladas en mi boca— Al principio estaba preocupada, pero me di cuenta de que no. Porque tiene sentido, no entiendo cómo no lo vi. Y fue hace casi dos semanas. Pensé que lo habría notado antes…
—Elara. ¡Elara! —Frunce el ceño y alza ambas manos— ¿De qué estás hablando?
—Ah, lo siento. —Suelto una risita y me dejo caer en uno de los sillones de burbuja— ¡Es que por fin estoy pasando por la transición!
Ella también se sienta, y voltea a ver a las estrellas en miniatura por un segundo. Luego me ve y suspira.
—A ver, Gotita —Pone una mano en su sien, yo la atajo.
—¡Esta vez sí! —alzo la voz sin quererlo, y me tapo la boca al darme cuenta— Es que… Hace como diez días me empezó a doler el pecho, y al principio pensé que era porque estaba respirando mal. Pero luego me di cuenta de que no era por eso…
—¿Qué tiene que ver que te…?
—Y creo que porque no hice nada, ni te dije, no me he podido terminar de desarrollar —continúo, casi sin respirar— Porque luego empecé a tener pesadillas, y a recibir llamadas raras en el teléfono, pero de todos modos nadie atiende al otro lado.
—Ay, no. —susurra en voz tan baja que tengo que inclinarme hacia adelanta.
Suelta un suspiro profundo y mi sonrisa poco a poco se desvanece.
—No, ¿qué? —Me atrevo a preguntar—. Juro que esto no es una falsa alarma. Además, Mirko me dijo que cuando a él le pasó se sintió enfermo y yo no había sentido nada así.
—Sabes que las pesadillas no existen, no para nosotros —Su voz poco a poco se torna grave, las estrellas comienzan a revolotear a su alrededor.
—Pero son sueños, ¿no? —pregunto— Sueños malos.
—¿Los dolores son solo en el pecho? —Me ignora por completo, yo asiento—. ¿Llevas dos semanas con ellos y aún no has visto a Cutler?
—No pensaba que fuera tan grave para ir a la enfermería…
—¿Pero sí que era lo suficientemente importante para indicar tu desarrollo? —Siento decepción en su voz y me encojo en la silla—¿Ya has hablado con Kariye? La ves todas las semanas.
—¡No! —Aclaro mi garganta— No quiero saber mi futuro. Ella ve cosas, y puede ver algo malo. Además, siento que sus plantas hablan de mí a mis espaldas.
—Tonterías, Kariye solo espía a los humanos. Elara, por favor, ¿por qué andas pensando en tantas cosas negativas? —La luz en la habitación se atenúa.
—¿Y si todo esto me está ocurriendo por no haberme desarrollado aún? He escuchado que los avins que tardan mucho antes de la transición pierden sus dones y se convierten en…
—Nadie se va a convertir en nada, ni perder su don. —Se acerca a mí y se arrodilla en el suelo, sus ojos quedan casi a la altura de los míos— Gotita, los fearas no son más que cuentos para asustar a los pequeños humanos, igual que las pesadillas.
—¡¿Entonces?! —Un último ápice de esperanza se aferra a mis costillas.
—Mientras más pienses en eso, es menos probable que ocurra —explica y yo bajo la mirada— Ya sabes cómo funciona el universo, tienes que confiar en él.
Toda la emoción con la que había entrado se desvanece en cuestión de segundos.
«¿Está decepcionada?»
Puede ser que piense lo mismo que los demás, y no quiero que me lo diga. Que soy inútil, que mi don no sirve más que para recolectar materiales para los experimentos de Kariye, vigilar que la marea no crezca demasiado y atraer criaturas extrañas a mitad de la noche de las cuales ni siquiera puedo hablar.
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Editado: 14.11.2022